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En el principio fue Wagner

26/7/2015 |

 

El festival de Bayreuth arranca su 104ª edición con el estreno mundial de un nuevo 'Tristán e Isolda'. En 1876, el compositor alemán ideó un teatro sencillo para representar las óperas

 

El tenor Stephen Gould (Tristan) y las sopranos Evelyn Herlitzius (izquierda) y Christa Mayer (Isolda y Brangane), en un ensayo. / ENRICO NAWRATH

 

Fue en agosto de 1876, pero mantiene toda su vigencia. Richard Wagner creó el modelo de festival musical veraniego del futuro. Él mismo como epítome de lo centroeuropeo y sus dramas musicales como monumentos del arte alemán. La idea surgió tres décadas atrás, al calor del idealismo revolucionario. El compositor alemán proyectó un teatro sencillo y sin jerarquías, inspirado en el modelo greco-romano, donde pudieran escucharse excepcionales representaciones operísticas ante un público incondicional. Parecía un sueño, pero se hizo realidad en Bayreuth. Esta pequeña localidad bávara se convirtió desde entonces en destino de peregrinación para los wagnerianos.

El apoyo local junto al mecenazgo del rey Luis II de Baviera permitieron al compositor construir un Festspielhaus, un teatro especialmente diseñado para representar su tetralogía El anillo del nibelungo. Ese lugar mantiene todavía hoy las condiciones visuales y acústicas ideadas por el propio Wagner: una mágica combinación de lejanía visual y cercanía sonora de las voces, con una orquesta invisible escondida bajo una concha que oculta el foso.

 

Las óperas de Wagner vuelven un verano más al Festspielhaus de Bayreuth en la 104ª edición del mítico festival. En esta ocasión se conmemora el 150 aniversario del estreno de Tristán e Isolda con una nueva producción dirigida musicalmente por Christian Thielemann y escénicamente por Katharina Wagner. Él es el director wagneriano más reconocido del momento y ostenta desde hace pocas semanas el cargo de responsable musical del festival. Ella, aparte de bisnieta del compositor, es codirectora del mismo, aunque a partir de septiembre desempeñará su labor en solitario. Thielemann debutó aquí en 2000 dirigiendo unos Maestros cantores de Núremberg inolvidables con resabios del pasado. Katharina tuvo su bautismo de fuego siete años más tarde con la misma ópera, pero con un planteamiento escénico abiertamente libre y controvertido. Aparentemente, les separan diferencias irreconciliables, aunque ambos han evolucionado hacia un planteamiento sonoro y visual más intimista, que subraya la acción interior de la obra con un trasfondo escénico tan espectacular como el laberinto de escaleras inspirado en il ponte levatoio de Piranesi del primer acto.

La eterna reposición en Bayreuth de las diez óperas principales de Wagner determina la inclusión de otras producciones ya estrenadas. En esta edición se podrá ver por última vez el Lohengrin de 2010 con dirección escénica de Hans Neufels y musical del debutante Alain Altinoglu. Volverá el Anillo del nibelungo de 2013 que dirigirá desde el foso Kirill Petrenko y escénicamente Frank Castorf. Y también El holandés errante de 2012, con el régisseur Jan Philipp Gloger y Axel Kobert como nuevo director musical.

Tampoco faltan este año las habituales polémicas que forman parte de la quintaesencia de este festival, como las luchas de poder protagonizadas por integrantes de los Wagner. Aunque desde 1973 la Fundación Richard Wagner de Bayreuth nombra al director del festival, el puesto sigue como siempre en manos de un familiar del compositor sajón. En la actualidad, y tras la retirada del ya desaparecido Wolfgang Wagner en 2008, ese puesto lo ocupan sus hijas de matrimonios diferentes, Eva Wagner-Pasquier y Katharina Wagner. Precisamente, la primera dejará la codirección del festival en septiembre por razones poco claras y ello ha generado todo tipo de especulaciones maliciosas.

Los tenores George Zeppenfeld y Stephen Gould. Abajo, la canciller, Angela Merkel y su marido, Joachim Sauer, ayer en Bayreuth. / N. ARMER

En lo musical también ha habido controversia. En esta edición se limita al choque de batutas protagonizado por Christian Thielemann y Kirill Petrenko, debido a la designación del último como próximo titular de la Filarmónica de Berlín. Thielemann era uno de los nombres que sonaba con más fuerza para la orquesta berlinesa y su reciente nombramiento como director musical del Festival de Bayreuth ha sido visto malévolamente como un premio de consolación. En medio de esta tormenta, la soprano Anja Kampe, vinculada afectivamente con Petrenko, rehusó cantar el papel de Isolda por unas supuestas desavenencias con Thielemann durante los ensayos. Y es que en esta edición el rol de la princesa irlandesa parece gafado, pues inicialmente estuvo destinado a la holandesa Eva-Maria Westbroek y finalmente lo ha cantado Evelyn Herlitzius, aunque la soprano alemana necesitó ser sustituida durante el ensayo general por la americana Linda Watson.

 

Todos estos elementos se combinan con rituales y tradiciones bien conocidas de este festival. El inicio de las funciones a las cuatro de la tarde con largos entreactos de una hora para debatir o cenar con tranquilidad, que ya dispuso el propio Wagner, y que prolongan el final de la representación en ocasiones hasta las diez de la noche o incluso más. El sistema de avisos del inicio de cada acto, que se realiza desde el balcón de la fachada principal del teatro por medio de una fanfarria de los metales de la orquesta con algún motivo del acto que se va a escuchar. La elegante indumentaria del público, que combina la etiqueta con el tracht o traje típico bávaro. Y especialmente toda la parafernalia del día del estreno, que contó ayer con la presencia de personalidades de la cultura y la política alemana encabezadas por la canciller, Angela Merkel.

Pero hay otros elementos menos atractivos también aquí característicos, como por ejemplo la espera de varios años para poder conseguir entradas, la incomodidad de los asientos o la ausencia de aire acondicionado. Todo ello por el placer de escuchar una ópera de Richard Wagner en condiciones similares a las experimentadas por nuestros antepasados de finales del siglo XIX.

Pablo L. Rodríguez
El País

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