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La sagrada ópera de Gaudí

8/4/2017 |

 

 

 

El compositor José María Sánchez-Verdú abre este sábado la Semana de Música Religiosa de Cuenca con su ópera Il giardino della vita. El libreto de Gilberto Isella devuelve al arquitecto a su infancia, periodo en el que afloró su fascinación por las formas naturales. Arturo Tamayo dirige al ensemble suizo 900 Presente.

Escena de Il giardino della vita. Foto: Controluce

Intuía que nunca terminaría la Sagrada Familia. Y un tranvía confirmó su funesto vaticinio el 10 de junio de 1926: Gaudí murió a causa de su embestida. Por entonces ya era un místico ataviado con ropajes de mendigo. Il giardino della vita, la ópera de cámara que abre este sábado la Semana Religiosa de Cuenca, toma como punto de partida a ese Gaudí de modales franciscanos, que presagia su muerte y la maldición del templo barcelonés, obra culminante de su arquitectura naturalista, que se rebela todavía hoy contra su finitud. “Nadie terminará la Sagrada Familia”, es la frase que cierra el libreto firmado por el poeta, traductor y crítico literario suizo Gilberto Isella.

“Muchas grandes obras del siglo XX, y también otras anteriores, están dotadas de esa cualidad de lo incompleto, lo fragmentario”, apunta a El Cultural, José María Sanchez-Verdú, que El compositor gaditano trae a colación a Robert Musil, a Walter Benjamin, a Peter Weiss... Y a Miguel Ángel, que se dejó mucho mármol a medio esculpir: ahí están sus imponentes Prigioni, custodiados hoy en la Galeria dell'Accademia de Florencia. El viejo Gaudí de esta ópera, encarnado por el actor Rafa Nuñez, vuelve la vista atrás, a su infancia, donde se reencuentra con su madre (la actriz Eva Higueras), que espolea su querencia y su fascinación por las formas de la naturaleza: la de las tortugas, los dragones, los árboles, las flores, las olas... El niño ya vislumbra ‘el jardín de su vida', que se materializará en el Parque Güell.

Todo es belleza

En su deambular por el tiempo y el espacio, Gaudí también topa con un ángel (la soprano Marga Rodríguez) que le abre los ojos a ese universo fantasioso y mutante. “Diagonales y paralelas en los puntales de luz y el frontal del cielo las refleja. Todo es proporción y número. Todo es belleza”, le advierte. “El Ángel y la Madre -explica Sánchez-Verdú- son apariciones poéticas, un trasunto de carácter mítico y espiritual. No actúan como personajes tradicionales”. El libreto, de hecho, procede de un poemario (Preludio e corrente per Antoni) que Isella adaptó para la ópera a instancias del Festival 900 Presente de Lugano, donde se estrenó en febrero, con Arturo Tamayo al frente del ensemble oficial de la cita suiza. Ambos, director y conjunto, repiten en Cuenca. “A través de la figura de Gaudí he intentado evocar los gozos y los tormentos inherentes al acto creativo, así como la actitud del artista frente al infinito”, afirma Isella.

Sobre esos cimientos poéticos, Sánchez-Verdú ha construido su partitura,cual arquitecto musical iluminado por Gaudí. “He plasmado su técnica del trencadís en varios momentos. La manipulación de las superficies a través de la geometría, de los diversos procesos ornamentales y a la vez estructurales me ha atraído mucho. Ese campo de los materiales y sus transiciones me fascina, sobre todo el de la Cripta de Güell”, precisa Sánchez-Verdú, que con Il giardino della vita ha completado su novena composición escénica, un campo en el que viene desarrollando una intensa investigación. Entre sus precedentes, destaca El viaje de Simorgh, ópera basada en Las virtudes del pájaro solitario de Juan Goytisolo, que estrenó en el Teatro Real en 2007. O su serie compuesta por el Libro de las estancias, EXITUS y ATLAS, diseñadas para grandes espacios donde el público podía moverse con libertad. “En el caso de Il giardino la superposición de la voz recitada con la música plantea un recorrido por terrenos colindantes al radiograma, el melólogo y el melodrama. Para mí es esencial la búsqueda de nuevos territorios, si no me aburriría y me repetiría”.

Para esquivar el tedio, en Il giardino ha introducido dos novedades en su trayectoria. La primera es componer para un coro de niños, que en la Semana Religiosa será la Escolanía de la Ciudad de Cuenca. “Escribir para esta formación es muy complejo y a la vez muy especial porque te obliga a compaginar una cierta sencillez y claridad con la necesidad de plasmar formas sonoras que sean ricas e interesantes en el contexto de la dramaturgia de la obra”. La segunda es dialogar de principio a fin con el teatro de sombras, servido en este montaje por la compañía turinesa Controluce. “Esta forma teatral juega con lo alquímico, lo ancestral y conlleva una percepción atada a aspectos prelingüísticos en lo simbólico y lo chamánico”.

Su exploración de nuevos códigos mantiene una pujanza incesante y está siempre dispuesta a abrirse a otros géneros: “¡Incluso me encantaría hacer una zarzuela, pero replanteándome cómo sería hoy sin cambiar su esencia!”. Sanchéz-Verdú no tiene duda del potencial y la vigencia del teatro musical y la ópera: “Creo que es uno de los campos de mayor energía en la creación actual. Combina formas interdisciplinares muy destacadas, aporta temáticas y reflexiones enormemente actuales en nuestra sociedad, sus conflictos, sus formas comunicación especialmente mediante las nuevas tecnologías... Volver a la ópera tradicional me parece difícil, pues no vivimos ya en el siglo XIX, y eso nos empuja a repensar este género y, obviamente en mi caso, a actualizar su siginificación”. Que, añade, no debe ser digerida de manera inmediata. Es uno de sus mantras desde los inicios de su carrera: la música que hace es para ser escuchada, no comprendida. “Como en otras muchas formas artísticas, creo en la posibilidad de ofrecer distintos niveles de percepción y nuevas lecturas. La poesía de San Juan de la Cruz (y la de poetas preislámicos o artistas diversos de hoy) nos ofrece la posibilidad de acercarnos a ella en dimensiones y niveles también distintos pero paralelos”.

Y arremete contra el prejuicio que ha distanciado a los compositores contemporáneos del público: “La música de hoy no es cerebral, intelectual o compleja por principio, como a veces se quiere transmitir; es fruto del conocimiento y de la sociedad de nuestro tiempo. Bach o Mozart, por ejemplo, pueden ser mucho más complejos y, sin embargo, no se dice que no se entienden. Una cosa es entender y otra reconocerse en lo que ya has oído mil veces… La música puede ser juego y entretenimiento, pero también reflexión y aventura, conocimiento y búsqueda”. Seguro que Gaudí, que concibió la Sagrada Familia como “la morada de lo innombrable”, bendeciría esta actitud intrépida.

 

ALBERTO OJEDA
El Cultural

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