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Sofia Gubaidulina: "Las palabras disuelven la magia de la música"

15/6/2017 |

 

La compositora rusa, sabia combinadora de la vanguardia y la mística, recoge este jueves el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento de Música Contemporánea

 

Sofia Gubaidulina

La vocación por componer de Sofia Gubaidulina (Chístopol, Rusia, 1931) tuvo que sobreponerse a la maquinaria represiva de la Unión Soviética. El estigma de los jerarcas del régimen fue lapidario: "Su música es basura ruidosa, no una verdadera novedad". La veta religiosa que la inspiraba era un desafío inadmisible por el materialismo comunista, que tampoco comulgaba con sus querencias vanguardistas (Webern y Nono eran sus principales referentes). Su carrera estaba sentenciada. Pero ella, irredenta, siguió adelante, movida por un sentido sacrificial de la composición: no dejaría de ser libre a pesar de los peligros. Shostakovich, tras estudiar una sinfonía que le había mostrado, le dijo: "Siga por su camino equivocado". Fue un espaldarazo definitivo a su heterodoxia. Gubaidulina, reafirmada por el gran maestro, la ha cultivado a conciencia hasta hoy.

A principios de los 80, rompió los muros de su exilio interior. El violinista Gideon Kremer tocó su Offertorium en Viena. El mundo descubrió su mística inquietante, sus jugueteos con la improvisación, sus diálogos con el folclore tártaro, su combinación de sonidos naturales y temperados, su pasión por el silencio... Desde entonces sus partituras son reivindicadas por figuras como Dudamel, Rattle, Anne-Sophie Mutter, Kronos Quartet... Y recibe galardones de tanto calado como el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento de Música Contemporánea. Gubaidulina es la primera mujer que se incorpora a su nómina, tomando el relevo de Reich, Kurtág, Boulez... Antes de la ceremonia de entrega, este jueves, la compositora rusa charla con El Cultural en el Teatro Real.

Pregunta.- Esta tarde sonará su pieza La luz del final en este teatro. ¿A qué luz se refiere?
Respuesta.- Se refiere a los claroscuros del mundo musical. Existe una escala temperada, que es artificial, y una serie natural de armónicos que producen los instrumentos. Esa contradicción se refleja en el conflicto entre el chelo y la trompa, generando una disonancia que deja paso a una coda final plena de sonidos naturales. La luz es la voz natural de los instrumentos.

P.- Dice que esta dialéctica es equiparable a la que existe en su conciencia: entre la voluntad y sus circunstancias.
R.- Sí, hay un paralelismo entre lo musical y lo humano. La luz es nuestra naturaleza que lucha contra las miserias cotidianas.

P.-¿La principal intención de su música es acercar el hombre a Dios?
R.- Yo no utilizaría palabras tan grandes pero es cierto que, de todas las artes, la música es la que tiene una mayor capacidad para propiciar ese acercamiento a lo universal, lo intemporal y lo divino.

P.-¿Por qué?
R.- Precisamente por su cualidad para plasmar la contradicción entre lo natural y lo artificial. El sonido es la materia de la música, refleja el universo, con sus movimientos de contracción y expansión, de atracción y de rechazo. La materia de la música es la misma de la que está formada el mundo.

P.-¿Siente alguna vez que compone al dictado de una entidad que le trasciende?
R.- Es verdad que hay muchos escritores, pintores, músicos que dicen escribir bajo esa inspiración. Para mí componer es una actividad radicalmente íntima, personal. Y tampoco interesa cifrar con palabras ese impulso. Las palabras disuelven su magia.

P.- Usted ha aplicado la secuencia de Fibonacci a diversas de sus obras. ¿La concibe como un camino hacia Dios?
R.- Para escribir una pieza musical larga es necesario sujetarse a alguna regla o alguna ley. Leonardo también utilizó esa secuencia y está muy presente en la arquitectura. La secuencia es un avance hacia la perfección. El arte refleja el drama de la aspiración de los hombres hacia esa perfección que nunca alcanzan, a pesar de que se pasan la vida intentándolo. El uso de esta secuencia en mi música tiene un fondo trágico.

P.- Afirma que para componer es necesario seguir unas leyes pero usted ha jugueteado mucho con la improvisación.
R.- Esa es la cuestión más compleja que se plantea cualquier artista: hasta qué punto su obra es producto de la intuición y hasta qué punto del intelecto. Yo me movilizo más por impulsos de la primera, pero tengo claro que un trabajo artístico no se puede basar únicamente en esos arrebatos. En algún momento hay que acabar invocando alguna ley. Esa tensión marca tanto mi música como mi vida.

P.- En sus ancestros confluye el islam y el judaísmo. ¿Cómo conjuga esas dos religiones en su identidad actual?
R.- Cuando me preguntan en Alemania cuál es mi nacionalidad, yo contesto que tengo cuatro, étnicas y espirituales. Mi padre era tártaro, hijo de un imán musulmán. Y mi madre era rusa. Ambos desarrollaron un gran fervor antirreligioso en la época soviética, cuando imperaba el materialismo. Además, soy una apasionada de la cultura alemana y mi formación, durante mi juventud en Kazán, la moldearon maestros judíos.

P.- Es curioso que en una familia atea y en un contexto donde imperaba el ateísmo soviético el sentido religioso brotara en usted con tanta intensidad.
R.- Sí, se manifestó, además, desde que era una niña. Es un misterio inexplicable.

P.- ¿Sigue los preceptos de alguna religión específica?
R.- Durante muchos años mi pasión religiosa habitaba en mi inconsciente sin sujetarse a ninguna fe concreta, hasta que conocí a la magnífica pianista Maria Yudina. Ella fue la que me introdujo en la iglesia ortodoxa.

P.- Su religiosidad le procuró muchos problemas bajo el comunismo. ¿Cómo recuerda esa época?
R.- Fue una época triste para mí, de mucho sufrimiento. Mi conciencia contradecía los principios del Estado totalitario bajo el que vivía. La libertad estaba siempre bajo sospecha. Pero un artista no puede dejar de ser libre. Mi padre, por ejemplo, era ingeniero. Para desarrollar su trabajo no tenía que sumergirse en ningún mundo espiritual pero yo, como compositora, debía hacerlo. Personas como yo eran consideradas como apestados y no se nos concedían oportunidades.

P.- Pero a usted no consiguieron 'desactivarla' nunca.
R.- No, de hecho fue un periodo de mucha creatividad. El entorno musical era muy activo, había mucha energía y yo conté con el apoyo de muchos músicos. Lo importante es que había una concepción de la música como sacrificio individual. La gente estaba dispuesta a asumir riesgos para sacar su obra adelante. No claudicaban a las amenazas.

P.-¿Se identifica con la persecución que sufrió Shostakovich?
R.- La generación de Shostakovich vivió una situación mucho más dura que la mía. La Unión Soviética que viví yo era mucho más abierta que la suya. Nosotros sí tuvimos contacto con el exterior mientras Shostakovich y sus colegas vivían en un absoluto aislamiento. Su disidencia era una cuestión de vida o muerte. En nuestro caso, no era tan extremo.

P.- Pero a usted la intentaron estrangular en el ascensor de su casa. Algunas teorías señalan al KGB.
R.- No quiero hablar de eso, me produce todavía mucho sufrimiento.

P.- Lo siento. ¿Cuánto le ayudó el apoyo de Shostakovich, que le dijo: "Siga por su camino equivocado"?
R.- Esas palabras fueron mi salvación. Fue una despedida suya que reafirmó mi vocación.

P.-¿Cómo ve la Rusia actual de Putin?
R.- Es la hija de un padre viejo y cansado, Europa, y una madre joven que ya murió, la Unión Soviética. De esta pareja ha nacido como un crío debilucho, que muchos creían que iba a morir pronto. Pero no ha sido así. Hoy tiene muchos defectos, quizá es un hombre bastante feo, pero es enérgico: quiere correr y vivir. Sus errores son los típicos de un adolescente. El problema es que su padre, Europa, no lo quiere aceptar. Es un grave error histórico.

P.- En Appen, ese pequeño pueblo cerca de Hamburgo donde vive, ha encontrado el silencio para componer. ¿Cómo es su día a día allí?
R.- Esa casa silenciosa la concibo como un regalo que me ha hecho Alemania. El silencio es absolutamente necesario para mí. La verdad es que yo no haría otra cosa que componer. Estaría componiendo desde la mañana a la noche, sin parar, pero la vida me reclama constantemente para resolver cuestiones banales. Ese es el problema. Ojalá algún día pueda liberarme de ese lastre. 

ALBERTO OJEDA
El Cultural

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