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Albéniz, una obra a cuatro manos con Granados

14/8/2017 |

 

En menos de 10 meses halló "la musical soldadura", capaz de ensamblar el talento de dos de los más grandes compositores españoles.

Enrique Granados no pudo ser heraldo de mejores noticias cuando se presentó en el sanatorio de Cambo-les-Bains para visitar a su amigo Isaac Albéniz en su lecho de muerte. El Gobierno francés le había concedido la Legión de Honor atendiendo una petición firmada nada menos que por Fauré, Dukas, D'Indy, Debussy y Lalo, la creme musical que el compositor de Camprodón había frecuentado en sus largas estancias en París.

Siempre desubicado debido a un feroz compromiso consigo mismo, Albéniz había sido considerado, en Cataluña, demasiado andaluz; en Madrid, donde quiso triunfar en la zarzuela, afrancesado en exceso; en todas partes de España, demasiado internacional. Y eso que su carrera se había iniciado de manera deslumbrante con cuatro años, muy a la manera de Mozart, y que, como se predica a menudo de los niños prodigio, más que aprender la música parecía recordarla.

Entre las muchas leyendas que se contaban sobre Albéniz, muchas de ellas aventadas por él mismo (su viaje como polizón a Argentina, un encuentro poco probable con Liszt), una indicaba que el pequeño Isaac aprendió a leer descifrando su nombre en los carteles que anunciaban sus actuaciones, que le organizaba su padre, un Leopold Mozart a la española.

A pesar de estos inicios prometedores, Albéniz sólo encuentra un reconocimiento pleno en Londres, donde lo auspicia el millonario Money-Coutts, y en París, donde se establece de manera definitiva en 1900 y hasta que el mal de Bright, una nefritis crónica, lo obliga a su retiro pirenaico. Granados, que era -como él- catalán y discípulo del gran historiador y pedagogo musical Felipe Pedrell, detalla en una carta enviada a La Vanguardia que la buena nueva de la Legión de Honor emociona a su amigo.

«¡Vi saltársele las lágrimas de alegría... y de tristeza», seguramente porque el reconocimiento de un país subrayaba la indiferencia del otro, el suyo. El texto sigue: «La obra de Albéniz es definitiva y quedará. ¡Oh, si yo pudiera reflejar la impresión que me producen los ritmos y los colores de los admirables arabescos de Albéniz». No puede sospechar Granados hasta qué punto se propone poner a prueba su capacidad para entenderle el autor de Iberia.

El enfermo le pide que toque algo al piano; él interpreta una pieza inédita entonces, La maja y el ruiseñor, y la barcarola Mallorca, que había escrito durante un viaje de los dos a Baleares. Y luego (o antes: sólo se sabe que estuvieron encerrados a solas una hora) le encarga que acabe la partitura de Azulejos, aunque una versión muy extendida sostiene que es Rosina Jordana, la mujer de Albéniz, quien le hace la petición a la muerte de éste.

Para el leridano, terminar Azulejos será «uno de los hechos más grandes» de su vida. Se pone rápidamente a la tarea y tiene lista la obra para su estreno en el Palau de la Música Catalana junto con la primera parte de Goyescas y del Cant de les estrelles, concierto que se celebra el 11 de marzo de 1910, menos de 10 meses después del fallecimiento de Albéniz.

Mucho se ha escrito sobre el resultado de esta creación híbrida, nacida de la mano de dos talentos muy diferentes. Algunos especialistas se han dedicado también a desentrañar la contribución precisa de cada uno. Rafael Moragas, que fuera crítico musical, gerente artístico del Liceu y buen conocedor de la génesis de Azulejos, se declaró incapaz de descubrir «dónde radicaba la musical soldadura». Pero, de acuerdo con la edición de Alicia de Larrocha y Douglas Riva, Granados entra en la obra póstuma de su colega a partir del compás 63.4.

Riva, profundo conocedor de la música española y sobre todo de la de Granados, cree que éste completó la partitura «de una forma muy convincente» que, sin embargo, no puede ocultar los caminos tan alejados por los que discurría la inspiración de cada uno. «La madurez de Granados y la de Albéniz no tienen rasgos comunes en cuanto a su estilo -escribió en las notas al programa de un concierto suyo en la Fundación Juan March-. Goyescas e Iberia, aun siendo dos obras maestras y habiendo sido ellos discípulos de Pedrell, son completamente distintas en su lenguaje musical. Iberia está influenciada por los compositores franceses; Goyescas, por el último romanticismo».

En lo biográfico, Granados seguirá los pasos de Albéniz hasta extremos que hacen pensar en una suerte de compenetración mística. Vivirá la consagración mundial con el estreno de Goyescas en la Sala Pleyel de París en 1914, recibirá su propia Legión de Honor y morirá joven, casi a la misma edad que su condiscípulo, tras aventurarse en una travesía en barco que le daba mal pálpito. «En este viaje dejaré los huesos», bromeó delante de sus seis hijos sin saber que su retorno en el Sussex tendría un trágico final al torpedearlo un submarino alemán en el Canal de la Mancha.

 

P. UNAMUNO
El Mundo

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