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Inagotable Kurtág

11/1/2018 |

 

Las miniaturas del compositor húngaro concentran siglos de sabiduría musical. ECM hace justicia a una música esquiva, valiente y diferente a todas

Poder degustar, sorbo a sorbo, música compuesta despaciosamente a lo largo de más de cuatro décadas por el decano de los compositores actuales, el húngaro György Kurtág (1926), se percibe como un raro privilegio. Al margen de escuelas, vanguardias, polémicas, recluido en la enseñanza y en la felicidad de un matrimonio largo y fecundo, Kurtág ha construido una obra llamada a engrandecerse con el paso del tiempo, a pesar de que él ha cultivado como pocos lo pequeño, lo breve, lo engañosamente fugaz y fragmentario.

 

En la música de Kurtág abundan los homenajes explícitos a sus amigos y se suceden las muestras de veneración hacia sus escritores predilectos. En esta completa colección de su producción vocal e instrumental de pequeño formato, un rosario de asombrosas e intimistas miniaturas compuestas entre 1970 y 2011, asoman aquí y allá los nombres de Anna Ajmátova, de Marina Tsvietáieva, de Ósip Mandelstam, de Aleksandr Blok, de Samuel Be­ckett (cuya Fin de partida presta sustento literario a una ópera de Kurtág cuyo estreno se ha visto reiteradamente diferido). Los versos de todos ellos se envuelven en las notas justas, ni una más, en línea con la que es quizá la seña de identidad más característica del compositor: una sobria poética de la exactitud y la precisión, dos sustantivos que reclama asimismo para la interpretación de su música.

Aquí cuenta como concertador general con un ferviente apóstol de su causa, Reinbert de Leeuw, que consigue que todos sus intérpretes -voces e instrumentos- se instalen en esos angostos territorios dibujados por Kurtág en los que cada milímetro es importante, trascendental, para que la música suene con la dinámica justa, con la duración cabal, con silencios tan elocuentes como los sonidos. Aun cuando las obras se dilatan más de lo habitual, como la fabulosa Grabstein für Stephan (pieza predilecta de Claudio Abbado que nace y muere en las cuerdas tocadas al aire de una guitarra) u Op. 27 No. 2, un doble concierto para violonchelo, piano y dos “conjuntos de cámara dispersos en el espacio”, la música no acaba de perder su aire intimista, su constante querencia al despojamiento y un deslumbrante equilibrio formal que se diría deudor de toda la música que la ha precedido, desde la medieval hasta esas vanguardias con las que Kurtág quiso vivir siempre en la distancia.

Esta grabación, que se prolongó durante un periodo de tres años, es a su vez el fruto de un contacto largo y continuado de los intérpretes con todas las obras, en muchos casos bajo la mirada atenta y con los consejos certeros del propio Kurtág. Es un trabajo en equipo que se percibe a cada momento como tal, pero cuesta no destacar al violonchelista Jean-Guihen Queyras, a la pianista Tamara Stefanovich (discípula y musa de Pierre-Laurent Aimard) o a la cantante Natalia Zagorinskaya, que convierte los Mensajes de la difunta Srta. R. Troussova en un completo y azaroso tratado de psicología y emociones humanas. Son quizá las tres puntas de lanza de una labor colectiva comandada con devoción por Reinbert de Leeuw en estos tres discos llamados a degustarse y admirarse lentamente, brizna a brizna, durante toda una vida.

Luís Gago
Babelia

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