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Rossini, la alegría de vivir

13/12/2018 |

 

Gioacchino Rossini es uno de los compositores más populares de siempre. Este libro lo celebra y recuerda su relación con España

Al cumplirse el 150 aniversario de la muerte de Gioacchino Rossini (1868), el crítico musical Fernando Fraga acaba de publicar un breve pero muy interesante y documentado librito sobre las relaciones del compositor italiano con nuestro país. (Ya aprendí mucho yo en sus anteriores libros Simplemente divas y María Callas, el adiós a la diva, también publicados por la editorial Fórcola, tan atenta a la música).

Nació Rossini en Pésaro en 1792, nueve meses después de la muerte de Mozart. Fue el más popular compositor de ópera entre 1810 y 1830 -ya a los 22 años había compuesto 10 óperas-, director musical en los Teatros de Ópera de Nápoles y en el Teatro de los Italianos de París. Abandonó muy pronto el género: de 1829 fue su última ópera, el Guillermo Tell.

Casado con española
Documenta meticulosamente Fraga algo que está muy olvidado: el viaje que hizo Rossini a Madrid, en el carnaval de 1831, invitado por el banquero Aguado, su mecenas («mi ángel tutelar»); le nombró Maestro del Conservatorio la reina María Cristina, esposa de Fernando VII; el costumbrista Mesonero Romanos, maestro de Galdós, le dedicó un soneto, que concluye así: «Pulsa tu lira en el hispano suelo; / repetirá su mágica armonía / el eco fiel del matritense coro». En este viaje, el canónigo gallego Manuel Fernández Varela le encargó un Stabat Mater, que Rossini fue componiendo luego, a desgana, por haber recibido, como pago, una sortija valorada en miles de francos.

 

Rossini estuvo casado con la soprano española Isabella Colbran, «su musa». Tuvo notable relación con el cantante Manuel García, padre de las divas María Malibran y Pauline Viardot. Su atención por los temas españoles culminó en esa joya que es El barbero de Sevilla: una obra maestra, basada en la obra de Beaumarchais (igual que Las bodas de Fígaro, de Mozart), con su unión de comedia y crítica social; para Verdi, «la ópera buffa más hermosa que existe».

Sobre Rossini -señala con acierto Fernando Fraga- ha caído una marea de anécdotas, reales o inventadas, que lo presentan como un compositor dotado pero vago, despreocupado, chistoso, apasionado hasta el exceso por la buena comida y bebida; por eso se apellidan «Rossini» ciertas recetas de canelones y tournedós, con varios de sus manjares favoritos: foie gras, trufa, mantequilla, queso.

Componía en la cama
Contaban que tenía tanta facilidad como pereza: componía en la cama y, si se le caía una hoja, prefería escribirla de nuevo a recogerla. Su popularidad fue inmensa: decían que, en sus viajes, había mujeres que le seguían, para cortarle un rizo del pelo. Pero también lo admiraron personajes de la categoría de Balzac, Stendhal, Hegel y Schopenhauer.

Me gusta recordar la pasión que sentía Stendhal por Rossini, aunque Fraga precise que su biografía está «salpicada de numerosos (y puede que voluntarios) errores». Eso no anula algo de innegable importancia: el inteligentísimo Stendhal lo compara nada menos que con Mozart porque, frente a la frialdad intelectual de «la connaissance», Rossini nos ofrece «la tendresse»; es decir, ese sentimentalismo, esa ternura, que tanto fascinaban a Stendhal, en el carácter italiano.

Hoy en día, la pasión por Rossini se ha renovado, gracias al Festival de Pésaro; a las ediciones de Alberto Zedda, tan vinculado a nuestro país; a cantantes como las españolas Conchita Supervía, Victoria de los Ángeles y Teresa Berganza; al gran tenor Juan Diego Flórez; a directores de escena como Lluis Pasqual y Emilio Sagi…

En el cine
Las oberturas de Rossini, favoritas del gran público, suponen un examen de virtuosismo para las mejores orquestas actuales: La Cenicienta, Guillermo Tell, La gazza ladra (La urraca ladrona). Esta última se escucha, por ejemplo, en La naranja mecánica, de Stanley Kubrick (para mí, el director de cine que elige músicas con más sabiduría). También, en una brillante escena de Érase una vez en América, la última obra de Sergio Leone, la que él prefería, masacrada en el montaje: en una sala de maternidad repleta de cunitas, varios gangsters, disfrazados de enfermeros, se dedican a robar bebés, igual que la urraca ladrona. El malvado Murakami escribió que «es la mejor música para preparar spaguettis»… Pero a mí -y a muchísima gente- nos encantan los spaguettis y la música de Rossini, tan relacionado con España como acaba de estudiar Fernando Fraga.

Lo dice Shakespeare por boca de Falstaff, en el final de la ópera de Verdi: «Todo en la vida es burla; el hombre nació burlón». Así concluye todo: «La commedia é finita». Mientras tanto, la música de Rossini nos sigue dando alegría de vivir.

Rossini y España. Fernando Fraga. Fórcola, 2018. 163 páginas. 15,50 euros. 

Andrés Amorós
Abc

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