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Robert Walser, música y golpes

8/7/2019 |

 

Lo mejor que sé decir sobre la música. Robert Walser. Traducción: Rosa P. Blanco. Siruela, 2019. 206 páginas. 19,95 euros. Las reflexiones que Walser vertió sobre música en diferentes medios con los años dan pie a otro de sus íntimos textos

Los textos recogidos aquí están tomados de un inmenso corpus de fragmentos aparecidos en distintos medios, y hay en ellos poemas, muchos de ellos muy hermosos, reflexiones musicales que son algo así como fantasías inspiradas por conciertos o representaciones operísticas y también pequeños relatos, algunos tan maravillosos como «Brentano. Una fantasía», un sorprendente cuento romántico.

Robert Walser es uno de esos escritores que aparecen envueltos siempre en un aura de fascinación. Nunca me ha resultado simpático. Claro que es un gran escritor, pero hay en su obra una pasión por la sumisión y el castigo que afloran de las formas más variadas y que no me agradan. Por ejemplo, lo que más admira del Don Giovanni de Mozart es el aria de Zerlina Batti, batti o bel Masetto, en la que la pobre campesina le pide dulcemente a su marido que la golpee para resarcirse. Hay textos sorprendentes que son puro Walser, como «El hombre», por ejemplo, una página genial, o «Dar golpes», una defensa de los golpes (siempre) y del ruido. Por lo demás, su visión de la música es bastante superficial. Lo que le gusta de ella es que es algo encantador que hace soñar. Afirma que él no desea saberlo todo, que lo que le caracteriza, de hecho, es la falta de curiosidad, y que por eso le gusta la música, porque es, de todos, el arte más «irreflexivo».

Pero lo más asombroso de este volumen no son las rarezas de Walser, sino el epílogo de los editores, una fascinante pieza de incomprensión y tergiversación. Porque prácticamente nada de lo que dicen sobre las ideas de Walser es cierto, y porque intentan imprimir, en unos textos bastante vagos y muy imaginativos e inconcretos, toda clase de ideas «críticas» que son las que ellos tienen y las que les gustaría que Walser tuviera. No lo lean, o léanlo para reírse. Afirman, por ejemplo, que no le gusta Beethoven (Walser escribe: «Algo se estremece en mi interior al oír el simple nombre del gran Beethoven») y que «critica con dureza el texto de La flauta mágica por su acción ilógica y su duración», aunque Walser termina con esta frase: «A algunos oyentes les brillaban en los ojos lágrimas de emoción, causadas quizá porque la obra es un reflejo de la vida». También es delirante relacionar estos escritos totalmente amateur con Schönberg, Debussy, Honegger o, en general, la música de vanguardia de la época. Qué locura más grande, Dios mío.

Andrés Ibáñez
Abc

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