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CRÍTICA

El Liceu de las grandes voces exalta al público

15/7/2019 |

 

Programa: Luisa Miller, de Verdi

Lloc i dia:Gran Teatre del Liceu

Esplendoroso estreno de ‘Luisa Miller’ de Verdi, con vítores al final y durante la función

El verano le sienta bien a la ópera. Y si se trata de un título algo desconocido, con una partitura espectacular y defendida en el escenario por un reparto de campanillas, el éxito no tiene parangón. Sondra Radvanovsky, digna heredera de Montserrat Caballé, capaz de acercarse como ninguna otra soprano a los pianissimi de la diva catalana, y Piotr Beczala, el tenor que ya no tiene rival en el corazón del público liceísta, bordaron ayer la función de estreno de Luisa Miller de Verdi. Y encendiendo al público del teatro de la Rambla, que les agasajó tras las principales arias, dedicándoles un aplauso final de nueve minutos.

Fue una exaltación en diversos sentidos. El primero, claro está, por la habilidad dramática y vocal del reparto escogido por la directora artística saliente, Christina Scheppelmann. Un virtuosismo que se pone especialmente de relieve en esta obra bisagra de Verdi, donde el compositor recoge tanto el belcantismo tardano de sus orígenes como los postulados del drama musical que le convertirían en uno de los autores más destacados del Risorgimento italiano. Radvanovsky –qué suerte tiene Barcelona de haber hecho suya a esta espléndida intérprete y mejor persona– hizo gala de esta rara cualidad que es tener una voz actoral, capaz de matices, cambios de registro y color, capaz de giros emocionales con los que en definitiva contribuir al drama y la narración de la trama. Y un luminoso Beczala demostró una vez más –en su cuarto título en el Liceu, después de Faust, Werther y Ballo in maschera– que en realidad el podio tenoril internacional lo detenta él, por potencia, belleza y carácter vocal. El público, enloquecido, era incapaz de dejarle continuar tras la famosa aria “Quando le sere al placido”.

No sólo la pareja protagonista brillaba en esta producción, pues como bien apunta Scheppelmann, Luisa Miller no se hace muy a menudo precisamente porque exige media docena de cantantes muy solventes. Y en este caso, quien no le iba a la zaga a la pareja protagonista era el barítono Michael Chioldi, en el papel del soldado Miller, que fue el primero en ser aplaudido tras su primera aria, “Sacra la scelta è d’un consorte”. Es el momento en que le dice a Wrum (Marko Mimica), el zafio pretendiente de su hija, que la elección del consorte ha de ser libre.

La trama de este drama burgués ambientado en el Tirol del siglo XVIII ahonda en la potestad que en aquella época tenía el padre de entrometerse en la elección de pareja que hacían sus hijos e hijas. Un tema recurrente en la obra de Verdi. Pero en esta ocasión, la cosa va mucho más allá. Se podría decir que dos siglos antes de que el drag queen Taylor Mac subiera a escena rituales contra el patriarcado –como se vio la semana pasada en el Festival Grec–, el compositor milanés ya hacía lo propio con sus óperas. Así de crudo es el retrato de la masculinidad en esta Luisa Miller en la que la protagonista, por no tener, no tiene ni la oportunidad de suicidarse.

En resumen, Rodolfo, su enamorado e hijo del conde Walter (el sólido bajo Dmitry Belosselskiy), se ha presentado a Luisa bajo una falsa identidad. Y así han vivido un intensísimo enamoramiento. Paralelamente, la desdichada joven es pretendida, como decíamos, por el mayordomo del conde, Wurm, que tiene la osadía de exigirle al soldado Miller la mano de su hija. “¿Acaso no tienes poder sobre ella para obligarle a casarse conmigo?”, le espeta. A lo que Miller responde con la mencionada aria... “En la Tierra un padre se asemeja a Dios por su bondad, no por su rigor”. Hasta aquí, en el primer acto, se diría que alguno de los hombres de la trama está del lado de Verdi. Pero ni siquiera. Pues cuando Miller se entera de que Carlo es en realidad Rodolfo, el hijo del “orgulloso Walter”, se niega en redondo a que su hija se case con él.

Ciertamente, el libreto de Salvadore Cammarano que está inspirado en la dramaturgia de Cábala y amor, de Friedrich Schiller, es más bien alocado, como correspondería a los dramas belcantistas, pero con la contundencia del verismo. Lo que convierte la historia en algo digno de análisis por el retrato que hace de ese fondo talibán que arrastra la sociedad occidental. Ahí va una muestra: en la escena en la que el conde le prohibe a Rodolfo seguir ennoviado con la hija de Miller –pues le quiere casar con la duquesa Federica (interesante J’Nai Bridges)–, Wrum aprovecha para presentarse como pretendiente, ante lo que Rodolfo, lejos de ponerse del lado de su amada, enloquece de celos y amenaza con matarla antes que dejar que sea de otro. “Adelante, mátala”, le espeta su padre. Rodolfo cambia de idea –¡buf!–, pero ahora es Wrum el que apunta a Luisa con una pistola por orden del conde, al tiempo que su propio padre le prohíbe que se comprometa con la familia pudiente.

Merece la pena no hacer un spoiler siendo esta una ópera poco representada. Hay que acudir a verla, tanto en este reparto como con el que encabezan el mexicano Arturo Chacón-Cruz y la italiana Eleonora Buratto. La puesta en escena de Damiano Michieletto no pasará a los anales de la ópera por a dirección de actores –el coro es especialmente estático: “es la moda del minimalismo”, reía a posteriori la directora, Conxita Garcia–, pero los recursos escénicos son elegantes y está bien vista la introducción de dos pequeños actores que interpretan a Rodolfo y Luisa de niños, como de hecho aún les consideran sus respectivos padres.

La orquesta del teatro hizo un trabajo correcto bajo la dirección de Domingo Hindoyan, que mantuvo el pulso del suspense verdiano. De hecho el público se llevaba consigo el tono del drama durante el entreacto. Hasta que llegaban al bar y los del catering Singularis les servían un zumo de naranja de pote y un bocadillo gomoso de jamón.

Así no hay quien coja fuerzas para la segunda parte. ¿Es que no había quedado claro que en el Saló dels Miralls el glamour no lo ponen tanto los espejos como el zumo recién exprimido? 


MARICEL CHAVARRÍA
La Vanguardia

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