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CRÍTICA

Mestres Cabanes todavía fascina con sus decorados de ‘Aida'

15/1/2020 |

 

Programa: 'Aida' de Verdi

Lloc i dia:Gran Teatre del Liceu

El público del Gran Teatre disfruta de la ilusión óptica que crean los papeles pintados hace 80 años para este Verdi

Donde haya unos decorados como los de Mestres Cabanes para la ópera Aida, donde haya estas hermosas pinturas realistas que recrean grandes templos egipcios gracias al dominio de la perspectiva que tenían los maestros de hace un siglo... que se quite la alta tecnología, el video digital y la realidad virtual. Que se quiten durante un rato, al menos: suspendamos los alucinógenos sintéticos y dediquémonos este enero, en el teatro de la Rambla, al opio natural.

No es una petición que hiciera nadie en particular en el estreno del lunes de esta nueva producción de la ópera de Verdi, pero sí podría deducirse de los comentarios y la reacción final del público, pues a pesar de ser ya medianoche –los paneles de Mestres Cabanes requieren de tres entreactos para ser manejados con cuidado– mostró cierto entusiasmo en los siete minutos de aplauso final.

Por los pasillos del teatro la gente comentaba su fascinación por esos decorados a la antigua, que subían y bajaban dejando en evidencia que habían creado una ilusión óptica, que el público había sido inteligentemente engañado. ¿Era una ópera o era un juego de magia?. Incluso adivinándose –en el acto II– los pliegues por los que habían sido doblados y guardados la última vez que salieron a escena, en el año 2012, los telones seguían conservando todo su efecto alucinógeno.

¿Por qué se plantean jubilar esta maravilla?, se preguntaban algunos. ¡Que los indulten, por favor! Esto no es cartón piedra, es arte clásico

Si a Mestres Cabanes les fascinaba el antigo Egipcio, al público del Liceu le maravilla el arte ya antiguo de Mestres Cabanes. ¿Por qué se plantean jubilar esta maravilla?, se preguntaban algunos. ¡Que los indulten, por favor! No estamos ante una escenografía de cartón piedra, no. Es un clásico para el que no pasa el tiempo. Arte en estado de pureza. Y la música y en especial las voces debían contribuir a tal efecto.

El maestro Gustavo Gimeno condujo a la Simfònica del Liceu en su debut liceísta adaptándose a esa línea continua que pide el drama verdiano, pero que acaso confundiendo por momentos la solemnidad con la pesadez, lo que impidió al principio que sacara el brillo a los pasajes triunfalistas. La soprano Angela Meade superó con nota su debut como la princesa etíope que es capturada y llevada como esclava a Egipto, uno de los papeles femeninos más ambiciosos de Verdi. A pesar de que en el aira “O patria mia!” cogió mal una nota, Meade fue lo mejor de la noche, especialmente en sus pianissimi al estilo Caballé.

A su lado el surcoreano Yonghoon Lee estuvo demasiado esforzado en su papel del militar Radamés que se debate entre su amor por ella y su lealtad al faraón. Mientras que el bajo Kwangchul Youn –¿otro surcoreano del reparto?– hizo un buen sumo sacerdote egipcio Ramfis. La más aplaudida fue con diferencia Clémentine Margaine en su debut como Amneris, la hija del Faraón que vive enamorada de Radamés, y no tanto el barítono Franco Vasallo, el padre de Aída que quiere aprovecharse del enamorado militar para asaltar Egipto. Todo ello muy bien arropado vocalmente por el Cor del Gran Teatre que contó con innumerables refuerzos.

La dinámica de movimientos en la puesta en escena no fue precisamente una de las virtudes del montaje que ciertamente se ve algo encorsetado por la escenografía de Mestres Cabanes. No es extraño que Meade comentara lo difícil que para los cantantes resulta no tener referentes volumétricos en el escenario, pues a su manera también ellos son víctimas de la magia hiperrealista de los decorados. Por cierto, agradecimientos al coreógrafo y el maestro de escena, Angelo Smimmo y Thomas Guthrie, por dar protagonismo al baile, aquí a lo capoeira.

“El baile en esta ópera se supone que aparece para entretener a la corte del faraón –comentaba en la copa posterior Smimmo–, pero en aquel tiempo ¿se distraían con danza? No, se entretenían con la lucha. Y la capoeira es la danza ritual de la lucha, la batalla por la libertad que libran los esclavos”. Tomamos nota. 


MARICEL CHAVARRÍA
La Vanguardia

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