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CRÍTICA

«Elektra» conmociona al Palau de les Arts de Valencia

20/1/2020 |

 

Programa: 'Elektra' de Richard Strauss

Lloc i dia: Palau de les Arts de Valencia

Música: Richard Strauss. Libreto: Hugo von Hofmannsthal. Dirección de escena: Robert Carsen. Dirección musical: Marc Albrecht. Escenografía: Michael Levine. Vestuario: Vazul Matusz. Iluminación: R. Carsen, Peter van Praet. Coreografía: Philippe Giraudeau. Intérpretes: Iréne Theorin, Sara Jakubiak, Doris Soffel, Štefan Margita, Derek Welton. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Cor de la Generalitat Valenciana. Palau de les Arts Reina Sofía, Valencia 

«Elektra» surge de la oscuridad. Lo primero es ver a la protagonista, derrotada, en el centro del escenario, iluminada por un foco que convierte su presencia en aparición. El efecto es impactante porque el espectador mastica a su alrededor la inmensidad de una sala que, de inmediato, va sobrecogerse por el sonido impactante de la orquesta. El acorde de Elektra suena grandioso, coloreado, expansivo. Es el primer aldabonazo de una representación que acumula momentos intensos e importantes. Con ella el Palau de les Arts de Valencia hace justicia a la obra de Hugo von Hofmannsthal y Richard Strauss.

La compenetración entre el foso y el escenario es notable, corriendo en paralelo y circulando con personalidad propia, calidad y conformidad con la obra. Para las cinco representaciones previstas en Valencia, la primera de las cuales tuvo lugar la noche del sábado, se parte de la puesta en escena diseñada por Robert Carsen, producción de la Opéra National de París, basada en una coproducción original del Teatro del Maggio Musicale Fiorentino y Tokyo Opera Nomori, ya en circulación desde hace siete años. En ella apenas hay elementos referenciales. El escenario es una inmensa caja cuyas grisáceas paredes rebosan sobre el suelo. Este tiene color y textura terráquea, y se abre en el mismo centro hacia un foso del que pronto emergerá el cuerpo desnudo, ajado y blanquecino de Agamenón.

La aparición de Agamenón es una licencia, un gesto añadido por Carsen con el fin de enfatizar la acción. Una vez más, «Elektra» demuestra que el director canadiense es uno de los mejores lectores del panorama internacional. Lo manifiesta en la desnudez escenográfica, remedo de la ausencia de tiempo y espacio, y evocación del mundo noctámbulo en el que la realidad se confunde con las pesadillas. Pero Carsen añade alguna capa. Se sirve de un coro silencioso de veinte bailarinas que, en los momentos decisivos, enfatizan la ación con el gesto. La pantomima es el teatro de la pureza pues destila su mensaje a través del semblante y la apariencia. Es un agregado coherente. Algo que tiene sentido y que da valor a la obra. «Elektra» es, se convierte gracias a Carsen, en un sentimiento.

 

Podrá discutirse si es necesario que Agamenón sea izado por los figurantes como si se tratase de un cristo crucificado. Si tiene sentido la procesión de estos en forma de costaleros, con el propio Agamenón en estado yacente o, luego, como portadores de la cama blanquísima de Clitemnestra. La analogía religiosa es un salto al vacío que explica la relatividad de muchos significados. La historia de la música lo sabe bien y el trasvase entre lo sacro y lo profano es una constante a lo largo del tiempo. Pero aquí se fuerza la reflexión. No se trata de una cuestión formal, sino de la reinterpretación de significados. Convertir «Elektra» en un retablo hace que la protagonista adquiera una aptitud particular. Quien fue pecadora, posesa y endemoniada termina por parecer más sufriente que enloquecida, más resignada que vengadora, más reflexiva que primitiva. En Valencia, Irene Théorin dibuja un personaje que crece en su naturaleza dramática mientras propone una realización vocal que recrea la partitura de Strauss con una fidelidad singular. Su éxito es indiscutible pues la entrega es absoluta.

También Egisto, amante de Clitemnestra, viste de blanco, y con ello se alcanza lo perverso. El blanco puede ser el color de la pureza y la inocencia, pero también es el que habla de cuestiones esenciales, como la vida y la muerte. Porque no debería haber pureza en quienes son los asesinos de Agamenón, el padre de Elektra. De hecho, la visión «religiosa» de Carsen tiene un punto de fuga en el que todo se encauza diluyendo los símbolos en un ambiente arrebatador. Las sombras volverán para acentúar el delirio que se está viviendo. La pantomima adquiere una dimensión superior casi convertida en esa danza que la propia Elektra reclama. Atrás ha quedado el dúo entre Clitemnestra y su hija. La mezzo Doris Soffel manifiesta autoridad suficiente, aparente desprecio. Resuelve su parte con adecuación.

Y el gesto se centra ahora en el encuentro entre Elektra y su hermano, el vengador Egisto. El eslovaco Stefan Margita aparece en el escenario cantando con idoneidad, imponiendo su estatura y buenas maneras antes que profundidad en el timbre. Poco a poco se asciende al límite. Es entonces cuando el maestro Marc Albrecht enfatiza la acción después de haber relajado la tensión en el dúo. Se escucha la voz del Cor de la Generalitat Valenciana circulando por la sala. A punto está de imponerse un final fulgurante. Su propuesta ofrece un color muy bien delineado, ha cuidado las voces tratando de equilibrar la desmesura de una obra comprensible como «opera de orquesta». Hay esplendor, grandeza. No tanto ese revolver de visceras en el que deberían hervir los instrumentos, aunque todo se presente con una envidiable calidad instrumental, coherencia narrativa y elegancia de trazo. El trabajo de la Orquestra de la Comunitat Valenciana es sobresaliente. Los acordes finales son fulminantes.

«Elektra» concluye con un atisbo de felicidad cuando Crisótemis proclama la nueva vida que comienza «para ti, para mí y para todos». La hermana de Elektra está interpretada por la soprano Sara Jakubiak, que es el perfecto antagonismo. El color de la voz es juvenil, brillante, el estilo bien perfilado. Destaca sobre el resto del reparto por la igualdad en la emisión, la manera refinada con la que propone su parte y por claridad con que perfila la personalidad de un personaje lírico, sensitivo y luminoso. La caída del telón coincide con la aclamación unánime de los espectadores. «Elektra» consigue la catarsis en Valencia.


Alberto González Lapuente
Abc

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