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CRÍTICA

Noche sulfurosa en el Liceu con 'Les contes d'Hoffmann'

20/1/2021 |

 

Programa: 'Les contes d'Hoffmann'

Lloc i dia: Gran Teatre del Liceu

https://www.lavanguardia.com/cultura/20210119/6184911/noche-sulfurosa-liceu.html

El público del Gran Teatre se rinde a la tenebrosa ópera de Offenbach, diablo incluidoAntonia no debe cantar. Tiene una maravillosa voz operística, como la de su difunta madre, pero el esfuerzo podría matarla debido a su frágil corazón. Su amado, el poeta Hoffmann, le suplica que no lo haga... Pero el diablo en persona –un Alexander Vinogradov que con su magnífica voz de bajo parece haber nacido para demonio– la convence de no dejar en el olvido el espíritu de su madre. ¡Qué cante!

Fue en este conmovedor y angustioso trío del segundo acto de Les contes d’Hoffmann , “Tu ne chanteras plus”, que el bajo estrella del Met –ahora cerrado a cal y canto– lograba anoche, junto con la soprano Ermonela Jaho como Antonia y Laura Vila como el espectro invisible de la madre, el momento musicalmente más espectacular de este estreno liceísta, el primero del año, que ha tenido lugar a pesar de todos los impedimentos y con los dispositivos de seguridad sanitaria desplegados.

Solo este fabuloso e inquietante trío vocal ya merecía los cinco o seis minutos de aplausos finales que el público barcelonés –aún con prisa por salir del teatro y respetar el toque de queda– dedicó a la reposición de este montaje de Laurent Pelly. Un fondo de armario del teatro de la Rambla imprescindible en momentos de zozobra anímica. Qué teatro no quiere en sus almacenes el magno título del romanticismo francés, con música de Jacques Offenbach y libreto de Jules Barbier.

Alexander Vinogradov borda su papel satánico en “Tu ne chanteras plus”, junto a Ermonela Jaho y Laura Vila
La ópera, en este caso un obra en tres actos más prólogo y epílogo, arranca en una taberna de Nuremberg. Corre la cerveza y el vino. Y el poeta Hoffmann, narrador y protagonista de esta historia –un esforzado tenor John Osborn de hermosa voz pero de proyección justa–, explica a los compañeros de taberna tres fábulas que ilustran sus amores desdichados. Amores que el diablo se encargó de convertir en recuerdos grotescos.

Y aunque en estos momentos vive prendado de otra cantante de ópera, Stella, lo que ve en ella es la síntesis de esos antiguos amores: la muñeca Olympia, la autómata que él quiere creer humana; la prestigiosa cantante Antonia, condenada a morir, y la descarada cortesana veneciana Giulietta, vivo ejemplo de la belleza en la mentira, interpretada por una hermosa Giner Costa-Jackson.

Esta interpreta la dulce barcarola del tercer acto “Belle nuit, ô nuit d’amour” a dúo con Nicklausse, esto es, la musa disfrazada de bachiller que acompaña siempre a Hoffmann. El diablo la compra con un anillo de brillantes para que le robe el reflejo al poeta, quien ya jamás podrá verse en ningún espejo, reducido a “juguete del infierno”.

Todas ellas evocan varias épocas fantasmagóricas de la vida sentimental de un mismo personaje. La locura poética de Hoffmann y la inefable inventiva musical de Offenbach –¿quién es alter ego de quién?– ilustran esa búsqueda obsesiva del ideal femenino y del triunfo en el amor. Si bien al final el poeta, este pobre diablo que necesita beber para rememorar su historia de fracasos, es redimido a través del arte, como manda el espíritu romántico wagneriano. “Haz revivir tu genio de las cenizas del corazón...”, le canta su musa, la mezzosoprano Marina Viotti disfrazada de bachiller. Su literatura está por encima de la vida amorosa del artista.

Pero Les contes d’Hoffmann, el título con el que el que Offenbach, el inventor del cancán, quería al final de su vida trascender su éxito con las operetas, es mucho más que una ópera romántica: es un estado latente de la conciencia, una invitación a lo fantástico, a lo sobrenatural, todo ello teñido de sátira.

Jules Barbier se basó para el libreto en tres cuentos de E.T.A. Hoffmann, pues en aquel periodo eran un género literarios a tener en cuenta entre los escritores: podían expresar de forma poética aquello inexpresable. No eran infantiles sino relatos fantásticos y extravagantes. Y así son servidos en este montaje de Laurent Pelly que coprodujo el coliseo de la Rambla y se estrenó en Barcelona en el 2013, con la muy añorada Natalie Dessay, una histórica Olympia que en aquel momento ya optó en horas bajas por interpretar a Antonia.

La escenografía móvil, inspirada en el aura simbolista y expresionista del pintor belga León Spilliaert, logra convertirse en un lienzo de sobriedad sobre el que tienen lugar las situaciones más histriónicas, como la de la famosa aria de Olympia, puro artificio vocal notablemente servido por Olga Pudova.

Dirección musical
Riccardo Frizza apela a una rítmica italiana en lugar de a la languidez francesa, lo cual le da muy buenos resultados
Y muy interesante ese regreso al espíritu original de esta ópera que Offenbach dejó sin orquestar. El músico fallecía en 1880 y la ópera subía a escena en París al año siguiente. La tarea la completó Ernest Giraud, convirtiendo los diálogos hablados en recitativos musicados, algo que esta producción no ha deseado tener en cuenta. La dirección de Riccardo Frizza apela, por cierto, a una rítmica italiana en lugar de a la languidez francesa, lo cual le da muy buenos resultados. 


MARICEL CHAVARRÍA
La Vanguardia

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