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«Furtwängler es el director más grande y del que más se puede aprender»

1/6/2012 |

 

Guillermo García Calvo, que dirige con asiduidad en la Ópera de Viena y en la Deutsche Oper de Berlín, debuta esta tarde al frente de la Orquesta Sinfónica de Bilbao en el Euskalduna.

IGNACIO GIL
 
Guillermo García Calvo (Madrid, 1978) visita estos días España. Primero lo hizo para dirigir a la OBC y, hoy y mañana, se pondrá al frente de la Sinfónica de Bilbao, con un programa que incluye obras de Adams, Mendelssohn y Poulenc.

Con una trayectoria que va tomando poco a poco velocidad en nuestro país (en agosto se presentará en el Festival de Perelada con «Don Giovanni», y en otoño abrirá la temporada del Teatro de la Zarzuela con el espectáculo «Ay, amor», con música de Falla), el joven director de orquesta ya ha tomado la alternativa en plazas tan importantes como la Ópera de Viena y la Deutsche Oper de Berlín, en la que esta semana ha dirigido «Carmen» de Bizet, y «Romeo y Julieta» de Prokofiev.

De paso por Madrid, ABC conversó con él sobre su trayectoria en Centroeuropa, sus retos y sus hobbies, cuando la batuta se lo permite: «Me gusta plantar diferentes especies de tomates», confiesa con cierta timidez.

Tras graduarse en Madrid, García Calvo —que no tiene antecedes musicales en la familia— hizo las maletas y se instaló en Viena. «Me recomendaron estudiar con Leopold Hager, también quería aprender alemán y salir de España. Buscaba una ciudad donde hubiera mucha vida musical. En Viena aprendí mucho yendo a conciertos».

En ese limbo en el que viven los estudiantes esperando iniciar su vida profesional, se fue a Suiza, donde trabajó como maestro repertorista (acompañar al piano a los cantantes durante los ensayos) en la Ópera de Zúrich. Fue entonces «cuando un amigo me dijo que buscaban a un co-repetidor en la Ópera de Viena».

Tras un primer encuentro infructuoso, una sustitución en el último momento para tocar la celesta le abrió las puertas de la emblemática ópera. «Recuerdo que yo estaba temblando». De ahí surgió la oportunidad de participar como pianista en «Parsifal» de Wagner, un compositor que ha marcado su vida. «Me gradué con una tesis sobre esta ópera y con la interpretación en el Musikverein de la obertura de “Tannhäuser”». Wagner también le brindaría su debut operístico en España, en la Ópera de Oviedo en 2011, con «Tristán e Isolda».

Con estas credenciales, García Calvo no puede ocultar su devoción por el compositor alemán. «Wagner creó otro género artístico. Era una persona que quiso llegar más lejos, volar más alto, que los demás. Para mí es como una droga. Es el compositor más fascinante, y quizá el motivo por el que yo he querido trabajar en un teatro de ópera.

—En 2013 dirigirá la Tetralogía en Oviedo, obra que aprendió junto a maestros como Thielemann, y además en Bayreuth.

—Fue una experiencia muy relajada. Allí Thielemann va como de vacaciones, y los solistas van por amor al arte porque los cachés son muy bajos. La pasión que se vive allí, no se vive en ningún otro teatro. Thielemann, que dirige sin partitura, recoge toda la tradición de directores como Furtwängler. Siempre sirve a la obra. Si tiene una tarde inspirada, te vuelves loco.

—¿Cuál es su director de cabecera?

—Furtwängler es el más grande y del que más se puede aprender por su flexibilidad, el temperamento y lo que comunica. Siempre transmite emoción. Ninguna grabación te deja indiferente. A veces es tan intenso que no puedo escucharle con mucha regularidad. Prefiero otras grabaciones más neutras que me dejan respirar.

—¿Qué sintió al dirigir a los músicos de la Filarmónica de Viena, que son los que forman la orquesta de la Staatsoper de Viena?

—Fue como dirigir a mis colegas, a los que veía todos los días cuando era co-repetidor. He tenido una relación muy cercana con ellos. Al dirigirlos ha sido como estar con un grupo de amigos.

—¿No se lo pusieron difícil?

—No, así que muy mal no he debido de hacerlo porque sé que son despiados cuando un director no funciona, se lo demuestran enseguida. Pueden ser muy duros. Cada vez que vuelvo procuro mostrarles lo que he aprendido fuera. Y muchas veces son ellos los que me dan consejos.

—¿Cómo fue el salto a Berlín, donde esta temporada dirige varios títulos?

—Tuve que sustituir urgentemente a otro director en «La cenerentola» de Rossini. Fue muy distinto, aquellos músicos no eran mis amigos (se ríe). No empecé con muy buen pie, pero eso se fue corrigiendo con el tiempo. Esta temporada dirijo «Carmen», «Los pescadores de perlas», «Lucia di Lammermoor», «El barbero de Sevilla» y «Romeo y Julieta», que repito el año que viene, en el que también hago «Don Giovanni»

—Hace un par de temporadas estuvo en la pugna por la titularidad de la Sinfónica del Principado de Asturias. ¿Le interesa establecerse con una orquesta española?

—Me apetecería mucho ser director de una orquesta para poder hacer un trabajo continuo, profundo... Trabajar el repertorio clásico. Conocer muy bien a los músicos. Hacer una labor intensa que no se puede hacer cuando vas como invitado.

—¿Se atrevería con la ONE, cuyo podio está libre?

—Por supuesto, pero no nos conocemos mutuamente.

—Usted vive entre Viena y Berlín. ¿Cómo está afectando la crisis allí?

—Allí no se notan los recortes. Personalmente, a mí me han subido el caché en estas ciudades.

—Como director de orquesta, ¿cuáles son sus aspiraciones?

—Dirigir algún día un gran teatro de ópera y una orquesta sinfónica, y mantener una relación constante con las formaciones para crecer juntos. Y, por qué no, ser algún día director de la Ópera de Viena, aunque eso puede parecer un poco prepotente (bromea). Lo digo porque conozco muy bien las tripas de ese teatro. He dirigido allí espectáculos para niños, ballet y ópera.

Susana Gaviña
Abc

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