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«Tannhäuser» para ciegos y «Parsifal» para videntes en el Festival de Bayreuth

31/7/2012 |

 

 

El público volvió a abuchear a Baumgarten por el montaje del primero pero ovacionó a su director musical Christian Thielemann

Bayreuther Festspiele / Foto: Enrico Nawrath
 

El montaje escénico de “Tannhäuser” de Sebastian Baumgarten es un farragoso compendio ideológico, que condiciona la escenografía y el desarrollo dramático. Utiliza la ópera como plataforma de una concepción sociocrítrica integral: la visión de una futura sociedad altamente tecnificada y posthumanista, que él vincula a una corriente minoritaria crítica del progreso científico-tecnológico en el siglo XIX, de la que participaba Wagner, articulada actualmente en la bioética.

Esa idea queda plasmada en un escenario único: una instalación denominada “tecnocrat” (del artista holandés Joep van Lieshout), consistente en una estructura ecofabril con calderas de fermentación, depósitos de biogás, cisternas de alcohol, bidones, mangueras, etc. En ese “tecnocrat” hay dos niveles: el subsuelo (Venusberg) del ámbito instintivo-sexual, con Venus embarazada, quimeras copulantes y figurantes disfrazados de espermatozoides, y el superior (Wartburg) de la comunidad apasional posthumanista con el Landgrave Hermann como controlador supremo.

El público no entró al trapo y repitió el abucheo casi unánime a Baumgarten y su “mundo feliz”, mientras aplaudía y ovacionaba sin excepción a todos los demás, principalmente a Thielemann (vigoroso, circunspecto, con sublime precisión y magia armónica), coro y algunos solistas: Groissböck (espléndido Landgrave aún algo juvenil), Nylund (convincente Elisabeth aunque flaqueara en la plegaria) y Nagy (Wolfram con empaque que languideció también en la romanza). Torsten Kerl (seguro Tannhäuser) extrañamente con emisión estrecha muy presionada en toda la tesitura, exageró el portamento en los agudos y perdía fondo y brillo en los bajos, refugiéndose en el falsete para afectar rudeza. Al final alguien comentó que esta representación había que “verla” con gafas de ciego.

Una orgía óptica

Con la producción saliente de “Parsifal”, de Stefan Herheim, que cumple ya su ciclo quinquenal ocurre exactamente lo contrario. Exige traer gafas bien graduadas e incluso anteojos de ópera. Al constructo ideológico con un único cuadro escénico se contrapone la saturación iconográfica con siete estupendos cuadros y numerosas variaciones escenográficas.

Es un montaje supervisual, caleidoscópico, toda una orgía óptica, que se ha granjeado los favores de público y crítica. Pero en ambos casos sucede paradójicamente casi lo mismo: por defecto o por exceso la escenitis interfiere la música, siendo necesario bajar las persianas oculares para poder concentrarse y seguir el “ductus” musical de la parte orquestal y canora, que en definitiva es lo propio y netamente wagneriano, puesto que la acción es mayormente aleatoria y el texto incomprensible.

De esta espectacular escenografía historizante, preñada de simbolismo sobre la tortuosa vía de salvación del pueblo alemán, ambientada con pulcritud en tres épocas de su historia moderna, y con vídeos en su función lógica, no como elemento doctrinario, ya se ha dicho casi todo: que es enormemente expresiva y cromática, un prodigio de plasticidad e ingenio. El 11 de agosto será retransmitida por televisión (17,15 h., canal Arte) y a 100 cines. Quien lo desee podrá comprobarlo.

Hubo dos triunfadores: Philippe Jordan sólido, sin altibajos –lo cual no es parvo elogio para un joven debutante en el foso- y Kwangchul Youn, magnífico Gurnemanz, que con los años, como los Buenos caldos, gana en aplomo, soberanía y articulación textual (la mejor de todas), el más ovacionado. Otro debutante Fritz (Parsifal) cantó con gran intensidad, pese a flaquear al final. Maclean (Kundry) mejorada en relación a Ortrud, pero no lo suficiente, fue la única juntamente con el equipo escénico en escuchar muestras de desagrado. Roth (Amfortas), Jesatko (Klingsor) y Randes (Titurel) en su línea, con dignidad.

OVIDIO GARCÍA PRADA
Abc

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