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El 'caso Mortier', camino de una resolución

19/9/2013 |

 

Mort-mat
La fulminante destitución de Gerard Mortier al frente de la dirección artística del Teatro Real el miércoles pasado, justo en el momento en que se encuentra tratándose de un severo cáncer en Alemania, ha logrado algo insólito durante estos cuatro años: poner de acuerdo por primera vez a mortieristas y antimortieristas. No ha gustado la manera en que se ha liquidado su etapa. Aunque todo el mundo supiera desde el principio que la historia podía acabar muy mal. O por muy inaceptables que fueran para el ministerio de Cultura las declaraciones que hizo en EL PAÍS advirtiendo de que se marcharía si le imponían a su sucesor y se recchazaba abrir un proceso reglado. Se esperaba algo más elegante. Pero en esta partida había demasiados elementos en juego.

El gestor belga ha pisado muchos callos en sus cuatro años en Madrid y ha herido muchas sensibilidades. Se ha enfrentado públicamente a Esperanza Aguirre y últimamente ha puesto a escurrir uno por uno a todos los altos cargos del ministerio de Cultura. Su trabajo puede haber gustado más o menos (a muchos les ha generado un rechazo absoluto y otros creen que la dado un vuelco muy necesario a la ópera en Madrid). Puede que la situación fuese difícil de gobernar y plantease dudas para el futuro más próximo. Pero reemplazar (destituir, despedir, relevar…) a una persona en sus condiciones no es el ejemplo que la mayoría espera de una gran institución como el Teatro Real (no lo hizo el Barça con Tito Vilanova, y un equipo de fútbol de élite necesita a su entrenador mucho más que una temporada de ópera ya programada a su director artístico). Y menos a uno de los gestores operísticos más importantes de los últimos 30 años.

El Real debía buscar una solución a una crisis fuera de control. A esa situación límite contribuyó el explosivo carácter de su director artístico. Como tantas otras veces en su carrera, Mortier había puesto contra las cuerdas a la institución para la que trabajaba con tal de obtener una resolución al conflicto favorable a lo que él consideraba el mejor escenario para el futuro del Real. Echó el órdago, y le tomaron la palabra.

La reacción interancional ha sido inmediata y artistas como Michael Haneke o Thomas Hengelbrock (este último ha mandado un comunicado calificando la situación de "indigna" y "vergonzosa desde el punto de vista humano y cuestionable desde el punto de vista de política cultural") están muy molestos con la decisión. En España, Rafael Frühbeck de Burgos ha declarado esta mañana que sentía "vergüenza por cómo se han hecho las cosas". Y en el teatro, gran parte de los trabajadores que no comulgaban con sus métodos y que en otro momento se hubieran alegrado de su marcha, se encuentran incómodos con los mimbres del desenlace. La imagen del Real se ha visto seriamente perjudicada. Estos días la dirección trata de recomponerla hablando con su exdirector artístico.

En un principio Mortier se tomó muy mal su destitución. Se enteró por la prensa en uno de los peores días de su tratamiento de que el conflicto abierto se resolvía por las bravas. Pensó inmediatamente en los tribunales. Y todo apunta a que tendría las de ganar en un juicio por una destitución/despido aparentemente improcedente (declarar a un periódico que te quieres marchar de un sitio no parece que tenga valor jurídico). Y le quedan nada menos que tres años de contrato (mucho dinero).

Finalmente la situación está cerca de resolverse para que se quede hasta final de temporada en el Real (ocupando un puesto distinto y en otras condiciones laborales) para supervisar el desarrollo de la temporada. La conquista de México, Los cuentos de Hoffman o Brokeback Mountain son proyectos tan personales que a Mortier le aterra la idea de estar ausente durante el tramo final de a producción. Tampoco le gusta recibir una indemnización por un trabajo que no ha hecho ni hará. Y con esa baza cuenta el director general del teatro, Ignacio García Belenguer, para resolver un conflicto que podría haber salido muy caro.

Mortier podría convivir con Joan Matabosch (su sustituto) hasta agosto del año que viene. Pero el todavía responsable del Liceo, que ya ha aterrizado en Madrid, será el único director artístico. Juega a favor el buen talante del catalán, que siempre pensó que venía a sustituir a Mortier a partir de 2016 (o 2015, según se resolviese el contrato) y que no tiene ningún interés en entrar arrasando e imponiendo sus ideas. Al contrario, en la entrevista que concedió a El PAÍS la semana pasada se declaró “mortierista acérrimo” y dijo que sería un honor trabajar con él hasta final de temporada. Matabosch tiene toda la mano izquierda del mundo y está facilitando enormemente este proceso.

Quedarán por resolver las lamentables injerencias políticas en todo el asunto y la intromisión del ministro José Ignacio Wert para imponer a Pedro Halffter como director musical: ese capítulo no está en absoluto cerrado. La cabeza de Mortier debió ser también un elemento que ayudó a desbloquear esas negociaciones. Habría que preguntarse también en qué punto se torció el plan inicial para que Viktor Schoner (de la ópera de Múnich) fuera el sustituto de Mortier o el grado de presión que ejerció la administración para abortar esa idea e imponer a un español, como le comunicaron a Mortier. Schoner era el candidato preferido del director belga y, según sus declaraciones, del presidente del Patronato, Gregorio Marañón.  Habrá que esperar para ver las consecuencias del nuevo pulso que habrían librado el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle (que se inclinaba por Matabosch) y Wert (que prefería a Halffter). Solo una probable crisis de Gobierno en la que Mariano Rajoy  mueva las fichas del tablero (y no porque tenga el más mínimo interés en la ópera) dejaría esta partida sin terminar.


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