Para Anne-Sophie Mutter 2013 ha sido un año de reencuentro con el pasado pero también de inmersión en el futuro más próximo. Y el puente para realizar ese trayecto no ha podido ser más excepcional: la Filarmónica de Berlín. Con ella ha grabado, por primera vez, el «Concierto para violín y orquesta» de Dvorák, con el sello Deutsche Grammophon, lo que ha supuesto su reencuentro con la formación –dentro del terreno de las grabaciones, pues toca con cierta frecuenta junto a ella–, después de treinta años. (La última, el «Doble concierto» de Brahms, lo interpretó bajo la batuta de Karajan en 1983). El disco lo completan las piezas «Mazurek op. 49, Romanza en Fa menor Op. 11» y «Humoresque op. 101, núm. 7», también del compositor checo.
Volver a grabar con estos músicos y en este escenario ha sido como una vuelta a casa que le ha traído a la violinista alemana muchos recuerdos. «Siempre que voy a Berlín es como volver a casa. No podía dejar de pensar en aquel 11 de diciembre de 1976 cuando comencé a trabajar con Karajan en la Philharmonie, un gran auditorio que logra una atmósfera muy especial, es como si el público te abrazara Eso es algo muy inspirador para un artista». Mutter tenía 13 años cuando el director alemán la descubrió y la lanzó al estrellato. Su colaboración se prolongaría durante 13 años, hasta la muerte del titular de la Filarmónica de Berlín en 1989.
–¿Por qué ha tardado tanto en volver a grabar con esta formación?
–Es una orquesta extraordinaria, que tiene una gran fortaleza física. Se puede imaginar, noventa músicos detrás de tí tocando apasionadamente ¡Guauuu!. Pero sí se les escucha detenidamente, hay maravillosos solistas y tienen una calidad individual que les ha colocado en el top de las orquestas. Realmente no sé por qué he tardado tanto tiempo en grabar otra vez con ellos. Mi cercana colaboración con amigos como Seiji Ozawa y la Sinfónica de Bostón, con la que he realizado grabaciones; con Kurt Masur y la de Nueva York; o la Filarmónica y la Sinfónica de Londres... ha hecho que esto se dilatara.
–El «Concierto para violín» de Dvorák está dentro de su repertorio desde hace años pero nunca lo había registrado hasta ahora...
–En la carrera de un artista siempre hay periodos de interrupción para dedicarse a otros repertorios, como la música contemporánea, y en los últimos cuatro o cinco años he muchos estrenos mundiales, de Penderecki, Currier, Previn... Son momentos que aparecen y desaparecen. En los últimos dos años he tocado mucho este «Concierto» de Dvorák, y cada vez me apetecía más grabarlo, pero para ello necesitaba encontrar al director y a la orquesta adecuados, quería encontrar los mejores compañeros para llevar adelante este proyecto pues esta obra tiene unas características muy particulares. No se trata de una partitura romántica más, sino que contiene muchos elementos de las danzas populares. Entonces pensé en Manfred Honeck, con el que lo había interpretado previamente en concierto con la Filarmónica de Berlín, y había obtenido una atmósfera fresca y apasionada, exactamente lo que quería expresar Dvorák.
–Dvorák lo escribió para un violinista de la época, Joseph Joachim –para quien Brahms acaba de componer otro partitura–, que nunca lo llegó a estrenar en público...
–Esta partitura se concibió en circunstancia muy particulares. Dvorák se lo escribió a Joachim, después de que este estrenará el «Concierto para violín» de Brahms. Mi teoría es que confluyeron tres cosas para que finalmente no lo estrenara: por un lado la gran amistad que Joachim tenía con Brahms, del que acaba de estrenar su obra; que en aquel momento el violinista se estaba divorciando, un proceso que fue doloroso y muy largo –durante dos años no contestó a Dvorák las cartas que este le enviaba–; y la densidad de la orquestación de la obra que tenía que atravesar un instrumento –hecho con cuerda de tripa– que entonces tenía un sonido más dulce pero más reducido. Aún ahora, es complicado. Por eso es preciso un director de orquesta que le dé transparencia a los sonidos. Y Honeck es un maravilloso compañero, él era violinista y conoce estos problemas.
–Con esta grabación ha explorado nuevas formas de comunicación con sus fans. Siguiendo un poco la estela de Cecilia Bartoli, ha creado un vídeo-diario en el que ha ido narrando el desarrollo. ¿Ha disfrutado de la experiencia?
–Lo más difícil fue encontrar tiempo para hacerlo y preparar aquello que quería contar sobre Dovorák y estas obras. Tenía que combinar la habilidad de comunicar con lo que quería comunicar, como las dificultades que entrañan algunas partes de la partitura. Es algo con lo que quiero continuar, y cada vez me resulta más familiar hacerlo. Este era un proyecto muy particular porque era la última obra del repertorio romántico para violín que todavía no había grabado. Y quizá por eso quería compartir de una manera más especial con el público la preparación para la grabación.
–También ha debutado este mes en el Yellow Lounge de DG presentando este disco en un club de Berlín, lo que ha supuesto la primera vez que tocaba fuera de una sala convencional de música clásica...
–Al principio estaba muy nerviosa y tensa porque nunca había tocado en un espacio como ese, donde la acústica era nula. Y además todo el mundo me decía que hacía mucho calor, realmente se alcanzaron los 45 grados. Puse al límite mi instrumento, pero lo hice porque creo que es necesario para los artista salir de la jaula dorada y tocar para todos los públicos. Eso no es nuevo, ya durante la II Guerra Mundial los músicos iban a tocar a los hospitales, y esa es la filosofía de mi fundación. Acercarnos a un público que probablemente no haya experimentado mucho con la música clásica. Resultó un concierto estupendo. Lo importante es avisar a la gente de lo que va a escuchar, no solo la música de Djs, para no decepcionarlos, y así pueden elegir si van o no. La respuesta del público fue estupenda, estaba entregado. Y, por qué no volver a repetir la experiencia en otros lugares, como Nueva York o Tokio...
–Además de tocar el repertorio clásico, casi siempre ofrece en sus programas alguna obra nueva. De hecho tiene una lista de compositores de cabecera, que incluye a Wolfgang Rihm, Penderecki, Previn (de estos últimos estrenará sendas obras el próximo mes de diciembre en Nueva York)... ¿Qué les pide a la hora de escribir una obra para usted?
–A Penderecki le encargué un «Solo de violín» porque era la única pieza que no había escrito para mí todavía. Es una variación de «La Folía», una partitura compuesta por Corelli. Me reuniré con Penderecki en noviembre y veré lo que funciona y lo que no funciona. Yo intento meterme dentro de la piel de la obra. Es difícil decir qué es lo que espero o pido a un compositor. Siempre te ofrecen un montón de posibilidades que contribuyen a subir tu nivel.
–¿Quién le gustaría que le escribiera una obra?
–Me encantaría tener un «Concierto de violín» compuesto por John Williams porque creo que escribe muy bien para este instrumento, pero está muy ocupado con Steven Spielberg (bromea), y tiene otros muchos proyectos. Así que es improbable. Es una pena.
–¿Se lo ha pedido ya?
–Sí, pero se lo preguntaré otra vez (se ríe).