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La misteriosa razón por la que Gioachino Rossini dejó de componer óperas

13/11/2018 |

 

El compositor italiano se sumió en la treintena de edad en un silencio operístico hasta su fallecimiento

A pesar de que tenía tan sólo 37 años, el compositor italiano Gioachino Rossini, nacido en Pesaro en 1792, dejó de componer óperas tras ver la luz su obra de consagración, Guillermo Tell, que creó expresamente para la Ópera de París. Cuando se cumple un siglo y medio de su fallecimiento, continúa generando un cierto debate el motivo por el que el rey del bel canto decidió a tan temprana edad abandonar la faceta con la que se hizo famoso.

Hijo de un corista y de una soprano de teatros locales, Rossini ya formaba parte de una banda de música municipal a los seis años. De pequeño comenzó a tocar la espineta y a estudiar música hasta su ingreso en el prestigioso Liceo Musical, donde entró en contacto con la producción sinfónica de los clásicos vieneses, Mozart y Haydn, que ejercieron una notable influencia en la fisonomía instrumental de sus grandes óperas.

Desde que recibiera un premio por una cantata que compuso cuando tenía 16 años, Rossini comenzó un periplo por varios teatros interpretando obras como acompañante clavecinista. Su nombre comenzó a sonar con fuerza a partir de la creación de su séptima ópera, que llegó al Teatro de la Scala de Milán con 53 funciones iniciales. Seguidamente, en 1815, fue contratado para componer en los teatros más importantes de Nápoles, donde produjo óperas serias cantadas por grandes voces del momento, como Manuel García y la española Isabella Colbaran, con quien se casó y se acabó separando.

Si bien destacó en el bufo, creó óperas de todos los géneros y se convirtió en una de las mayores referencias de compositores coetáneos a él y posteriores, como Giuseppe Verdi o Richard Wagner. Este último llegó a manifestar que Rossini era un compositor incomprendido por el público. Y no sin razón, ya que una de sus obras más célebres, Il Barbiere de Siviglia –basada en la trilogía del barón francés Pierre-Augustin de Beaumarchais-, inicialmente fue un fracaso, aunque si bien más tarde sería ampliamente alabada.

Una pensión vitalicia a cambio de una ópera

La gazza ladra, Armida, Stabat Mater, La Cenerentola, Petite Messe Solennelle, Il turco in Italia, L’italiana in Algeri y Tancredi forman parte de la larga lista de obras de Rossini que llenaron teatros, así como Guillermo Tell, su última partitura para la escena. En 1823 “el Cisne de Pésaro” –forma poética con la que se le conoce- se trasladó a vivir a Francia, donde compuso una obra para celebrar la coronación de Carlos X de Francia y desde donde partió a Londres en el marco de una gira que lo catapultó al estrellato internacional de la música clásica.
A pesar de no volver a componer más óperas desde 1829, Rossini siguió vinculado a la música. Además de dirigir el Théâtre-Italien y el Liceo de Bolonia, continuó creando obras breves, varias obras religiosas y profanas y dando rienda suelta a su gran pasión: la gastronomía. Pero, ¿qué le llevó realmente a sumirse en tan prolongado silencio de creación operística?

Son varias las teorías que se barajan al respecto. Por un lado, se atribuye al cansancio que sentía el autor tras dos décadas componiendo sin cesar –llegó a estrenar cuatro óperas el mismo año-; por otro, a los problemas de salud que sufría –contrajo gonorrea y era maníaco-depresivo-, y también a la falta de necesidad de seguir amasando más fortuna. De hecho, el gobierno francés le otorgó una pensión vitalicia a cambio de que compusiera Guillermo Tell para la Ópera de París. Un motivo más que suficiente para dedicarse desde entonces sólo a aquello de su interés.

El director de orquesta y experto en Rossini Alberto Zedda, fallecido en marzo de 2017, comentó en su libro Divagaciones rossinianas (Turner) que el silencio rossiniano no estuvo motivado, como muchos pensaban, a que su música “era demasiado antigua respecto al mundo romántico que estaba surgiendo”. Por el contrario, Zedda sostenía que la de Rossini era “una música abstracta, que hablaba con una simbología típicamente contemporánea: el nonsense, el juego, la ambigüedad... “.


La complejidad de sus obras

Las óperas de Rossini tienen fama por su dificultad vocal, hasta el punto de que hasta los años setenta del siglo XX muchas de sus obras se creían imposibles de cantar, especialmente para la cuerda de tenor. No obstante, las interpretaciones de Merritt, Rockwell Blake o Juan Diego Flórez de sus óperas han contribuido a desmentir la creencia.

Rossini también confirió gran importancia a la figura femenina en la cuerda de mezzosoprano. En este registro han destacado Marilyn Horne, Teresa Berganza, Cecilia Bartoli, Ewa Podles, aunque grandes papeles de su obra, como el de Rosina, Angelina, Isabella o Tancredi, frecuentemente fueron interpretados por sopranos ligeras, adulterando de este modo el estilo del compositor. Una tendencia que empezó a revertirse a partir de la década de los años veinte de la mano de mezzosopranos como la barcelonesa Conchita Supervía, Giulietta Simionato y Fiorenza Cossotto. Asimismo, las sopranos Katia Ricciarelli, Lella Cuberli, Montserrat Caballé y Maria Callas han conseguido emocionar al público entonando las melodías de Rossini.

El compositor italiano falleció el 13 de noviembre de hace 150 años. Pero a pesar del tiempo transcurrido su música, de riqueza tímbrica y de recursos, continúa colándose en nuestra vida cotidiana a través de anuncios publicitarios, películas o dibujos animados, y continúa viva en teatros y ballets. 

RAQUEL QUELART
La Vanguardia

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