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Una revolución mundial de la ópera con acento catalán

12/2/2019 |

 

Carlus Padrissa y Lita Cabellut triunfan en Munich con su montaje de ‘Karl V’

Ha nacido un tándem estelar. Lita Cabellut y Carlus Padrissa han levantado de sus butacas al público de la Bayerische Staatsoper de Munich con su montaje de ‘Karl V’. Es la primera ópera dodecafónica de la historia, en la que el compositor Ernst Krenek (Viena, 1900 - Palm Springs, 1991) narra la vida del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V de Alemania y I de España. Un título que se estrenó, por cierto, en el barcelonés Palau de la Música Catalana en 1936, o por lo menos se interpretaron algunos pasajes al piano. Faltaban dos años para su puesta de largo en Praga.

Es la segunda vez que la cotizada pintora catalana afincada en Holanda colabora con el miembro de La Fura dels Baus nacido en Moià. Recientemente hicieron juntos un Rossini en el Festival de Pesaro, para el que Cabellut mandó unos lienzos. Pero en esta ocasión se ha metido de lleno en la concepción de la escena. Ha diseñado el vestuario y controlado la iluminación; ha brindado una quincena de pinturas, algunas de gran tamaño, y se ha encargado de las videocreaciones, que mágicamente interactúan con los lienzos de la escenografía evocando por momentos la cadencia y la belleza de un retablo de Bill Viola.

El montaje en claroscuros comienza con ‘Gloria’ de Tiziano y un guiño a la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, con acróbatas trepadores que se confunden con los seres pintados en ascensión a los cielos. No faltan referencias al Bosco. Ni un vestuario sideral con el que Cabellut reordenar las puntas de la corona y le da forma de cresta dorada. A la espera del juicio final, Karl V es aquí un punk herido al que atormentan los pensamientos, la melancolía, la culpa. Es lo que tiene ser educado en unos valores y una ética, y ostentar luego un inmenso poder durante cuatro décadas.

El barítono danés Bo Skovhus supera la prueba de esfuerzo que es este papel, acompañado de una fantástica dirección orquestal y de coro por parte del maestro Erik Nielsen, titular de la Sinfónica de Bilbao, que debutaba el pasado domingo en el teatro de Múnich. El barítono canta –y declama al micrófono sin que apenas se perciba la diferencia de volumen- ataviado con una túnica con referencias en su túnica a la relojería y el tiempo, una de las obsesiones del emperador en cuyos dominios jamás se ponía el sol.

Y a su madre, Juana la Loca, la viste Cabellut con una estructura de huesos, “los que siempre cargaba de su marido, Felipe el Hermoso”, dice la artista. Mientras que a Lutero le estampa un cuerpo desnudo en un lateral de su túnica negra, por si no creía en la representación humana. La estética del vestuario, aunque más estilizada, no se aleja del lenguaje furero de Padrissa y su habitual colaborador, el figurinista Chu Uroz. “Menos es más”, es el mantra de Cabellut, quien tunea el hábito del jesuita Francisco Borgia con una calavera humana.

Son personajes de la historia que se le aparecen a Carlos V en su retiro en el monasterio de San Jerónimo de Yuste. El monarca llama a su confesor, Juan de Regla, para rendir cuentas de su vida. Y aparece, la primera, su madre, realmente loca. Justifica por qué vetó a Lutero a pesar de las tesis reformistas contra el Papa. O recuerda la batalla de Pavia contra Francisco I de Francia...

El resultado es impactante. El alud de memorias que atenazan al monarca ya en la vejez toma cuerpo en un estilo tan expresionista como onírico. La fuerza de las imágenes reaviva la música hasta volverla actual.

“Yo ya le he dicho a Carlus que si ambos dejamos los egos a un lado juntos somos imparables”, decía la pintora nacida en El Masnou y que lleva años habitando en La Haya. Y es que el lenguaje escénico del de Moià, siempre visceral, convive y se enriquece del tempo narrativo de Cabellut, más lento y desnudo. Lo cual garantiza un silencio visual para dejar espacio a la música.

Es la suma de dos fuerzas creativas profundas…Y así lo percibió el público de Múnich, que permaneció 13 minutos aplaudiendo al final de la representación. Es el quinto montaje de Padrissa en el teatro bávaro, la ópera que nunca escatima en medios. Y acaso su mayor triunfo.

El director de La Fura mantiene presentes sus elementos clave, el fuego (vinculado aquí al poder eclesiástico) y el agua, que entronca con la idea de universalidad a la que da forma Carlos V cuando Magallanes sale a dar la vuelta al mundo. De repente, el mundo es finito e infinito, advierte Padrissa, que hace del escenario un gran charco, una orilla del mar. Y a eso le añade otros juegos de espejos, reflejo de la realidad distorsionada, siempre en movimiento, pura emoción.

Además, añade el reflejo múltiple del propio monarca, lo que acentúa la idea de caleidoscopio que usa Krenek, autor de la letra y la música. “Estamos hablando de las vivencias de un monarca que fue educado bajo la influencia del humanismo de Erasmo –recalca Padrissa-. Cuando en 1516 Erasmo sabe que el joven de 16 años se va a convertir en el monarca más poderoso de su tiempo, le dedica un tratado de política. Es la misma época en que Tomás Moro escribe ‘Utopía’ o Maquiavelo escribe ‘El Príncipe’”.

¿Qué futuro tenía Carlos V tratando de universalizar los valores del erasmismo, que protestaba contra los abusos y defendía una reforma de los reinos, de la iglesia y del hombre? El monarca se da de bruces con la realidad de los distintos países, culturas y religiones.

“Imagínate, con esa ética y esas cualidades humanas, Carlos V tuvo que gobernar en momentos en que la imprudencia, la histeria, la incultura y la brutalidad eran el orden del día”, comenta Cabellut.

Lo que acabó de convencer a la pintora para esta colaboración fue que Padrissa quisiera representar también los desastres de las guerras actuales. “Porque estamos inmunizados ya. Es un constante ‘pásame la sal’ mientras en la pantalla el mar escupe inmigrantes”, dice la cotizada artista, quien en esta ópera ha tocado temas como la violación de mujeres como arma de guerra o el radicalismo, que “es hermano del miedo”.

Padrissa y Cabellut (en el centro) en el saludo final junto al reparto, en la Bayerische Staatsoper
Padrissa y Cabellut (en el centro) en el saludo final junto al reparto, en la Bayerische Staatsoper (Maricel Chavarría)

“Quiero presentar la brutalidad de una manera bella, porque a la belleza nunca podremos hacernos inmunes. Es el poder del arte, cuando es rotundo y honesto”, añade. Sin quererlo, con la posibilidad de adentrarse en el arte total que es la ópera, se ha abierto para ella una puerta que difícilmente se volverá a cerrar.

“La experiencia ha sido reveladora. Siento que el lienzo ahora se me queda pequeño, que necesito la escena para expresarme. Cuando invitas a una artista a trabajar eso es lo que tienes: alguien muy perfeccionista. Para mí esta ópera son dos horas y media de un lienzo, porque el efecto visual ha de ser un continuo, las emociones han de avanzar sin abruptos”, apunta una excitada Lita Cabellut en los pasillos del teatro bávaro.

Lo siguiente, dice mirando a Padrissa, podría ser una ‘Carmen’. Y tras dudar un poco, el furero concluye divertido: “Contigo hay que hacer una ‘Traviata’”. 

MARICEL CHAVARRÍA
La Vanguardia

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