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La luz eterna de Montserrat Caballé brilla en el Liceu

15/4/2019 |

 

El último discípulo de Montserrat Caballé es un contratenor jovencísimo que en el concierto homenaje que le dedicaba el Liceu a la diva, el pasado viernes, salió a defender con voluntad uno de los lugares comunes del repertorio barroco: el aria “Laschia ch’io pianga” del Rinaldo de Händel. No es un dato baladí para tomarle el pulso a un acto solemne y por momentos entrañable, pero que contó más con los suyos –los amigos y discípulos de Caballé– que con una representación internacional de la actual lírica en su recuerdo.

El primero en desfilar por una gala que retransmitió TV3 fue Josep Carreras cantando una napolitana de Rodolfo Falvo. Y arrancó el cariño del público Joan Pons con la dramática “Nulla! Silenzio!” de Il tabarro de Puccini. Y el público se volcó aún más con Jaume Aragall, que despierta pasiones a pesar de los nervios previos que sufre, y que se mantuvo digno en Non ti scordar di me, de Ernesto Curtis.

Eso fue después de que Lluís Pasqual saliera a justificar por qué había sido el elegido para dirigir la gala: en 1988 se le encargó la ceremonia de reinauguración del Fortuny de Reus, en la que Caballé dio un recital “maravilloso”, y al salir a pedirle un cuarto bis a la diva, esta puso una condición: “Sólo si Pasqual canta conmigo”. Así, sobre una imagen de ambos en escena –“no es un fake”, puntualizó el director teatral– sonaban sus voces en una entrevista de radio en la que se les preguntaba qué se pedirían uno al otro: “Yo te pediría Montserrat que no te mueras nunca”. “Pues yo que cuando eso pase me hagas un homenaje”.

La velada sería un encadenado de arias y dúos en directo, con míticas grabaciones de la diva –que el viernes mismo habría cumplido 86 años–, entrevistas hábilmente escogidas para descubrir su personalidad, y tributos varios, como el del emocionado Zubin Mehta diciéndole “good bye”. Sin duda el hecho de que fuera retransmitida por televisión hizo que mucha gente mayor que vivió el arte de Montserrat Caballé intensamente pudiera despedirla desde sus casas.

La primera de esas míticas grabaciones –que constituyeron lo mejor de la velada– fue I puritani del 1966. Se la escuchó en Semiramide de 1985 junto a Marlyn Horne, en la Maria Stuarda del 79, en la irrepetible “Casta Diva” del 74 en Orange... Y la Liù de Turandot en Barcelona, con la nota sostenuta por encima de la orquesta.

Mientras le declaraban su amor por video Teresa Berganza,Plácido Domigno, Ainhoa Arteta, Roberto Alagna o Giancarlo del Monaco, desfilaba un carrusel de voces amigas. Al Bano se atrevió con Mattino de Leoncavallo justo cuando Saioa Hernández dejaba el listón alto con un aria de Verdi. Y aparecieron luego la pareja María Gallego y Josep Bros en el Faust de Gounod. Jordi Galán (La Voz) con Bizet... Pero cerró, por suerte, el muy emergente Pene Pati, tenor que recibió premio en el concurso Caballé y que elevó la noche con “Ah! lève-toi, soleil”. La apoteosis final llegó con la joint venture junto a Freddie Mercury, al grito catártico de Barcelona .

Previamente, la alcaldesa Ada Colau había hecho entrega a la familia de la diva de la Medalla de Oro de la ciudad, que Barcelona le concede a título póstumo. En un acto en el Saló dels Miralls en el que en plena campaña no faltaron políticos como Jaume Collboni, Xavier Trias o Alberto Fernández Díaz, y la consellera Mariàngela Vilallonga, que departió larga y amigablemente con el ministro Guirao después de la gala. Una ceremonia, por cierto, en la que se vieron rostros conocidos como Mónica Naranjo o Ruth Lorenzo. 

MARICEL CHAVARRÍA
La Vanguardia

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