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Vladimir Fedoseyev: “Los rusos comparten con los españoles un alma profunda”

9/5/2019 |

 

Vladimir Fedoseyev,  director de orquesta, titular de la Sinfónica Chaikovski de MoscúLa legendaria batuta rusa dirige en la temporada Ibercamera de Barcelona y Girona.

A sus 86 años, el legendario director de orquesta Vladimir Fedoseyev (San Petersburgo, 1932) sigue en activo y girando estos días por España con la Sinfónica de Chaikovski, otrora llamada de la Radio de Moscú, a la que lleva vinculado desde 1974 y con la que busca mantener un sonido reconocible. Es la formación soviética más antigua, creada en 1930. Y de hecho la misma a través de la que Fedoseyev escuchaba siendo un niño las revolucionarias sinfonías de Shostakóvich durante el implacable Sitio de Leningrado, el asedio nazi que expuso a la población a la hambruna durante 29 meses. Veterano entrañable, Fedoseyev vive ahora más en Austria que en Rusia, no en vano dirigió durante una década la Sinfónica de Viena y aún hoy sigue invitado a coger la batuta. Ayer atendió a este diario antes de subir al podio de L’Auditori para dirigir en el ciclo Ibercamera la 5.ª de Shostakóvich y el Concierto núm. 1 de Chaikovski. El domingo repite en Girona, con un programa cien por cien Chaikovski.

¿Cómo le marcó la música de Shostakóvich en este contexto?

Yo tenía diez años cuando durante el asedio se escuchaba su 8.ª sinfonía por la radio. Se oía la 5.ª, que fue compuesta en el 38, antes de la guerra, y la 7.ª, la de Leningrado... Los genios tienen el poder de sentir con antelación los grandes desastres. Viví toda esta tragedia. Viví esos cuatro años del sitio de Leningrado en los que no teníamos nada. Nos daban 50 gramos de pan malísimo. Casi morimos de hambre. Pero cada familia tenía su frecuencia de radio. Y justamente la Orquesta Chaikovski no abandonó Moscú durante la guerra como hicieron otras, y hacía llegar la música al frente. Los soldados enviaban sus agradecimientos por oír por ejemplo Romeo y Julieta. Yo escuchaba Shostakóvich. Y no entendía nada pero sentía que era un genio. Fue con el tiempo que analicé y reconocí la verdad de su música. Es como leer obras de Pushkin de pequeño, no las puedes procesar hasta que la vida te da visiones adicionales.

¿Y qué pasó al conocerle?

Yo no llegué a dirigir nada suyo ante él, era demasiado joven, pero asistí a ensayos en Moscú. Era una persona muy humilde, modesta. Aún cuando le criticaban durante la época soviética, concedía componer piezas más ligeras para que le dejaran en paz: “Ahí tienen unas operetas”. Pero él seguía haciendo sinfonías. Usaba dos caras para esquivar la crítica. Hacía jazz y al mismo tiempo cosas grandiosas, como la 7.ª, en la que revelaba la realidad y tragedia del país. La última, la 15.ª, también es trágica, aun con un elemento de comunicación hacia Rusia. Su viuda, que era más joven que él, me regaló una pieza que compuso siendo aún pianista de restaurante, Hipotéticamente asesinado, una suite que toco a menudo. En cuanto a la 5.ª sinfonía que tocamos ahora en España, es la historia del fascismo. Hay deseo de paz, recuerdos de infancia... es muy filosófica, y con un final trágico. En Shostakóvich no existe la música sin tragedia. Para mí es un símbolo de la clásica contemporánea. Sigue vivo en mi alma y en la de los rusos. Tiene rasgos que coinciden con el alma rusa. Y le escogí para tocarlo en España porque creo que los españoles y los rusos compartimos esa misma alma.

¿Cómo es eso?

Porque ambos estamos en los límites de Europa, unos al este y los otros al sur. Compartimos y lloramos de la misma manera, y nos alegramos de la misma manera. Tenemos un alma profunda. Sí que nos diferencia el idioma, pero cuando Glinka vivía en España y componía le consideraban español. Y Rimski-Korsakov componía como él, como tantos otros que se alimentaban de folklore español. Yo vine por primera vez cuando aún estaba Franco con la Orquesta de instrumentos folclóricos que entonces dirigía. Y recuerdo en Sevilla que un hombre me tendió a su niño y le dimos la batuta y di la orden de tocar Clavelitos.

Así comenzó por el folklore...

Cuando acabó el Sitio de Leningrado nos fuimos toda la familia bajo las bombas a otro pueblo. Mi padre tenía un acordeón cromático pero no era muy hábil, y pensó que yo debía seguir esa tradición. Así es como empecé, y fue el instrumento que me llevó a dirigir la orquesta folclórica y luego la sinfónica. Shostakóvich también tenía el folclore como base, eso hace muy fuerte a cualquier compositor, porque es reconocible por el pueblo aunque utilice su lenguaje contemporáneo. Igual que los compositores españoles.

¿Cómo vivía usted de joven esta represión a los creadores?

Shostakóvich intentaba liberarse. Stalin le llamaba en persona, le tenia respeto y le pedía, por favor, ese tema no hace falta tocarlo. Y por eso él se defendía un poco.

Pero usted estaba en el partido comunista.

No había manera de no estar.

¿Qué ha sido más difícil, dirigir o lidiar con el poder del Estado?

Yo siempre he actuado con amor. Hay directores que son dictadores. Para mí se trata de amar a cada músico, provocar y ver el talento en él. Y con el Estado no tuve problemas. Yo hacía mi oficio. He recibido muchos premios y reconocimientos.

Putin le dio una medalla.

Y el día 23 me entrega la de la orden por los méritos ante la patria. Tengo muchas pero no es tan importante.

¿Hay algo que no le guste de él?

Es de esos rusos simples que tienen psicología rusa y saben interpretar el alma rusa. Lo tiene difícil tras Yeltsin y Brezhnev, pero lo intenta, y el pueblo le cree. Y es creyente. No teníamos presidentes que creyeran.

¿Cómo recuerda la visita a la URSS de iconos como Glenn Gould o Karajan?

¡Karajan era mi ídolo! Los amigos me llamaban Bayan Karayan. Bayan significa acordeón cromático. Le adorábamos, era el modelo a seguir. No fue tan fácil. Llevo 45 años dirigiendo una misma orquesta.


Gennady Rozhdestvesky le acusó de formar parte de una purga antisemita en la orquesta.

Todo esto es un cuento, es mentira. Él se fue y algunos amigos suyos le siguieron. Me pudo acusar de algo pero es una historia inventada. Nadie me hubiera invitado a dirigir, ni en Viena, si hubiera sucedido algo así. Nunca me interesé por los asuntos políticos.

¿Qué le parece el trabajo de Valery Gergiev en el Mariinsky?

Es un genio como director administrativo. No digo nada más.

MARICEL CHAVARRÍA
La Vanguardia

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