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El Liceu luce una ciber ‘Turandot'

29/9/2019 |

 

El videocreador catalán dirige un tecnomontaje de este Puccini que estrenan Iréne Theorin, Jorge de León y Ermonela Yaho

El Liceu necesitaba ilusionarse, mudar la piel, atreverse con una producción impactante de un clásico del repertorio. Un montaje que tuviera personalidad y un sello nostrat, como el que sin duda puede ofrecer Franc Aleu (Barcelona, 1966) en su debut con Turandot como director de escena en el Gran Teatre. Y esa dosis de espectacularidad visual, junto con un reparto de campanillas –Iréne Theorin, Jorge de León y Ermonela Yaho en el primer reparto; Lise Lindstrom, Gregory Kunde y Anita Hartig en el otro–, tenía que llamar la atención de algún canal de ópera.

Porque ante la ya duradera crisis política en Catalunya –o a pesar de ella– y la fuga de empresas a la capital del reino español, el buque insignia de la cultura catalana ha de seguir brillando con luz propia. Y aunque con un presupuesto contenido, era preciso un golpe de efecto que situara el teatro en el centro de la rentrée operística internacional.

Y así ha sido: la Turandot de Aleu, el videocreador y conocido colaborador de La Fura dels Baus que ha decidido que la dirección de escena es lo que le llena, es una jugada tecnológica que está en esta rentrée en boca de todo el mundo. El canal Arte la ha escogido para abrir el curso: retransmitirá en directo el día 15. En el mundo de la ópera ha corrido la voz sobre esta propuesta codirigida por Susana Gómez en la que, sin salir del clásico de Puccini, se recurre a un juego de pantallas que envuelven la escena creando la ilusión de un holograma, de una ciudad burbuja, con imágenes flotantes.

Y este es sólo un apunte de la compleja –y muy exacta– organicidad del montaje. La escenografía de Carles Berga la forman anillos que giran en direcciones opuestas, como un cubo de Rubik, alrededor de una pirámide que representa el poder. El trono del emperador, en la cúspide, lo rematan dos robots colaborativos –de Universal Robots–, y en la base habita, ¿una cárcel?, la impertérrita Turandot, la sádica princesa que somete a sus pretendientes a tres acertijos y ordena matar a quien falle siquiera uno.

“En este libreto, al que me enfrento por segunda vez, veo un cúmulo de absurdos, personajes que cambian de parecer como veletas –explica Aleu–. Se habla de Turandot como de una mujer malvada que hace rodar cabezas, pero tengo la sensación de que se trata de todo lo contrario: Turandot es paradójicamente una esclava del imperio en el que ha nacido, está obligada a prolongar la estirpe contra su voluntad. Y lo único que hace es defenderse, no quiere ser entregada a ningún hombre. Está reducida a objeto, se vende al mejor postor. Y esa vivencia es lo que transmite a la sociedad que la rodea, con esa corona –que reproduce el croquis de la escenografía– que irradia luz”.

Esa China del pasado podría ser la China del mañana, advierte Aleu, un mundo global con la gente en manos de una realidad virtual que la hace dependiente. Todos excepto los exiliados persas (Calaf, su padre Timur y su enamorada Liù) llevan puestas las gafas 3D. “Es lo que acabará pasando en nuestro futuro –dice Aleu–: no podrás huir, los colores te atraparán”. Así se entiende que Calaf quede fascinado por Turandot a la primera, después de haberla odiado como enemiga: se pone las gafas y... la atracción es irresistible. Resuelve los acertijos y tiene derecho a poseerla.

“Al final Calaf es alguien que acosa a una mujer que le está diciendo que no. Y nuestra respuesta es que ‘No es no’”, concluye el reggista. Lo del trauma por la violación de su antepasada lo ve una excusa. “Turandot se escuda en eso para defender su condición de mujer que sencillamente no quiere un hombre. Al final acabará descubriendo el amor, pero a través de Liù, al verla actuar por voluntad propia y por amor”.

El director no hace spoiler sobre el final de esta ópera inacabada. Josep Pons, director musical del teatro y de la producción, recordó que Puccini partió del verismo y bebió del bel canto, pero creó un espacio propio de riqueza melódica y armonía exuberante sin seguir ninguna moda. “Era un hombre más de teatro que del mundo musical y se pasó con Turandot al simbolismo. Grandes voces y una orquesta voluptuosa que, eso sí, no las avasalla”.

Chu Uroz juega con sus clásicos vestidos lumínicos, pero aquí programados. “Son unos patrones gráficos prediseñados que se activan con la voz. A más potencia más intensidad. Y es que Calaf dice en el libreto al ver a Turandot, ‘no he visto nada igual’”, comenta el diseñador.

“Es una producción fantástica, la humanidad de los actores/cantantes sumada a la tecnología es lo que permitirá a la ópera tener un futuro”, apuntó Gregory Kunde. Iréne Theorin, que estrenó el montaje de Àlex Ollé de este título en Tokio, aseguró que Aleu no eclipsa a los cantantes. “Como artista necesito las tres cosas: música, dramaturgia y las ideas del director de escena”.

Lise Lindstrom, la otra Turandot, agradeció que la producción sea “tan colaborativa”; Ermonela Yaho (Liù) remarcó que el amor en mayúsculas es el motivo de esa ópera “que se expresa a través del arte y llega al corazón”; Jorge de León dijo no verse como un acosador en el papel de Calaf, sino como un ser impulsivo, y finalmente Anita Hartig ensalzó la “provocativa producción, espectacular y muy visual”.

Víctor Garcia de Gomar, que presentaba su primera ópera como director artístico del Liceu, dio cifras de la producción: idea, realización y derechos del equipo creativo, 450.000 euros; cantantes, actores... por 15 funciones, 1,3 millones. 

Maricel Chavarría
La Vanguardia

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