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El ‘Adagio para cuerda' de Barber, una genialidad convertida en himno fúnebre

2/4/2020 |

 

La pieza con la que se homenajea cada día a los fallecidos por el coronavirus en la Puerta del Sol fue creada en 1936 y eclipsó toda la obra de su autor

“Acabo de terminar el movimiento lento de mi cuarteto hoy, ¡es un golpe de gracia!”. Con esta emoción le comunicaba por carta el estadounidense Samuel Barber a su amigo el violonchelista Orlando Cole, el 19 de septiembre de 1936, desde la localidad austriaca de St. Wolfgang, a las afueras de Salzburgo, que había compuesto una pieza que ya sabía era genial, redonda. Un adagio que, con los años, eclipsó el resto de su obra por la popularidad que alcanzó y de la que el último ejemplo de su uso es a las 12.00 de cada mañana, en la ahora solitaria Puerta de Sol de Madrid, en señal de duelo decretada por la Comunidad de Madrid por los fallecidos de coronavirus.

El Adagio for Strings de Samuel Barber (1910-1981) “es una composición temprana”, dice Pablo L. Rodríguez, crítico de música clásica de EL PAÍS. “El joven Barber creó esta pieza inicialmente para un cuarteto, pero el segundo movimiento tuvo tan buena acogida, no como el resto de la obra, que lo sacó aparte y lo retocó”.

Barber envió la partitura de su Adagio al que era entonces la gran figura de la dirección de orquestas, Arturo Toscanini, que se la devolvió al poco y sin ningún comentario, un gesto que su autor tomó como un desprecio. En realidad, “Toscanini tenía una memoria tan prodigiosa que se había aprendido los casi ocho minutos de composición”, añade Rodríguez. Así se lo hizo saber a Barber para aclarar las cosas. El italiano la estrenó por fin en Nueva York, en una grabación radiofónica, el 5 de noviembre de 1938. Fue un éxito, a partir de ahí la llevó de gira en su repertorio.

“Hasta entonces, Barber, que fue un prodigio, era un desconocido, iba a la contra de la tendencia, él era un neorromántico, un bicho raro y en su país había otros músicos en boga”, explica Rodríguez. Sin embargo, el tono dramático de su Adagio empezó a asociarse con lo que pasaba en el mundo, como la Segunda Guerra Mundial. “Cuando, en realidad, la pieza estaba relacionada con el amor, con el patetismo del amor juvenil”.

La muerte de Roosevelt
Dio igual. Su melodía melancólica acompañó el anuncio por radio del fallecimiento del presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt. Años después, con la noticia del asesinato de John F. Kennedy. Fue la música para acompañar tragedias como el recuerdo a los asesinados el 11-S en una ceremonia oficiada en Londres pocos días después los atentados que aún recuerda Rodríguez. “Escucharlo en ese momento te dejaba destrozado”.

El crítico de EL PAÍS subraya que la clave del éxito del Adagio está en que “todo suena sincero, sin pretensiones ni adornos superfluos”, y recuerda en este sentido que, en 1982, la BBC “pidió a un grupo de compositores que explicase por qué era tan emotiva esta pieza”. La respuesta fue “por su sinceridad”.

Un dictamen que llegó meses después del fallecimiento de Barber, quien, como le ha ocurrido a otros artistas, tuvo una relación de amor odio con la pieza por la que es mundialmente conocido. El Adagio catapultó a un compositor hasta entonces ignorado, pero con el tiempo sepultó el resto de su producción. “Tiene obras muy estimables, óperas, un concierto para violín, otro para piano, dos sinfonías… pero llegó un momento en que le producía frustración que solo le conociesen por el Adagio”, añade Rodríguez, que recuerda cómo Barber, cuando le sucedía esto, le decía a su interlocutor: “Pero puede escuchar mis obras posteriores”.

La sociedad de masas traslado este sonido icónico a anuncios televisivos, series, el cine… Especialmente recordado es su uso en Platoon (1986), la película sobre la guerra de Vietnam que dirigió Oliver Stone. El realizador usó el clímax del Adagio para subrayar la heroica muerte, brazos en alto al cielo, del sargento Elías, interpretado por Willem Dafoe. Seis años antes, la tristeza del Adagio había formado parte de la banda sonora de El hombre elefante, de David Lynch.

Con las innumerables interpretaciones que ha habido de esta música, Rodríguez advierte de que “es fácil tocarla mal, porque hay muchas versiones que se ceban en lo patético”. Mañana volverá a tocar a difuntos en la Puerta del Sol. 

MANUEL MORALES
El País

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