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La vida anterior de la música

16/9/2020 |

 

https://elpais.com/cultura/2020-09-15/la-vida-interior-de-la-musica.html

El director de orquesta Gustavo Dudamel sirve de guía por un viaje en realidad virtual al corazón de la música en la película inmersiva ‘Symphony’, que se verá en CosmoCaixa en Barcelona a partir del lunes y después viajará por 100 ciudades durante 10 años

David Bagué era un niño introvertido de solo 12 años cuando su padre trajo un violín a casa. Inspirado por el espíritu iconoclasta de Les Luthiers y sus locos cacharros musicales, el chico se decidió a destripar el instrumento para descifrar sus misterios y así poder, después, rehacerlos. Fue el primer milagro de madera y cuerda en la larga carrera de Bagué, que se convertiría en un constructor de fama internacional. Más de cuatro décadas después, aquel impulso se hace al fin realidad (virtual) más allá de la curiosidad infantil gracias a la experiencia de cine inmersivo Symphony, un “viaje al corazón de la música” de la mano del director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel.

 

El espectador que se calce las gafas y los auriculares para sentir este innovador proyecto didáctico-musical en el que Igor Cortadellas, guionista y director, y la fundación “la Caixa” han trabajado durante los últimos cuatro años, se verá transportado al interior del pintoresco taller del lutier en la calle Virtut, en el barcelonés barrio de Gràcia, mientras aquel trabaja en uno de sus famosos violines. Antes, la película coloca al público en el centro mismo de una orquesta conducida con brío por Dudamel. Vistos desde fuera, los visitantes se agitan en las butacas giratorias como cachorros desorientados al ritmo de la Quinta de Beethoven. Dentro, uno se descubre rodeado de las diferentes familias de instrumentos que tocan músicos que te miran a los ojos: violines, oboes, tubas y timbales rodean al espectador, al que ha recibido el director artístico de la Filarmónica de Los Ángeles con la enunciación de un misterio aún sin resolver: ¿cómo puede surgir tanta belleza metafísica de la combinación de metal, cuerda y madera?

 

Una gira de 10 años
La experiencia podrá vivirse desde el próximo lunes en CosmoCaixa, museo de la ciencia que la fundación tiene en la parte alta de Barcelona. En su patio se han instalado dos enormes tráileres o “unidades”, como prefiere llamarlos Antonio de Diego, responsable técnico de su montaje. Construidos expresamente para la ocasión, son en sí mismos otro prodigio de la técnica. De unos cien metros cuadrados cada uno, han pasado el verano en una nave en el pueblo de Calaf, antes de ser plegados sobre sí mismos y trasladados a la ciudad para desplegarse de nuevo. Se conectan entre sí por una de esas estructuras con forma de acordeón que recuerdan a la unión de dos vagones de metro y que en este caso ofrecen la versatilidad de ser colocados longitudinalmente o formando diversos ángulos entre sí. Están diseñados para viajar por un centenar de ciudades de España y Portugal en los próximos 10 años; las primeras paradas, tras Barcelona (hasta el 8 de octubre), serán Santander, Valladolid y Madrid, que recibirá la visita de este tecnológico carromato en Navidad.

La primera de las unidades contiene una pantalla ligeramente curvada, de 10 x 3 metros, sobre la que se proyecta una meditativa pieza de cine panorámico sin palabras de algo más de 12 minutos y medio, que sirve para introducir al espectador en el universo de Symphony. “Está pensada”, explica Cortadellas, “para que el visitante se meta en un ritmo distinto del que trae de la calle, que se desprenda de los sonidos de la vida cotidiana y se concentre en la escucha atenta que perseguimos”. El concepto recuerda a las ideas de la acordeonista y teórica sonora estadounidense Pauline Oliveros, que alumbró la técnica del Deep Listening, surgida en los años ochenta tras una actuación en el interior de una enorme cisterna de uso militar que permitía una reverberación de 45 segundos: “Escucha todo el tiempo y sé consciente cuando no lo estés haciendo”, aconsejaba Oliveros, que, por desgracia, nunca tuvo al alcance los medios tecnológicos de los que ha disfrutado Cortadellas para aislar la atención del oyente.

La pieza panorámica se abre con la imagen del batir de las olas contra la Costa Brava y la historia de Ruth Mateu, violonchelista de Igualada (Barcelona), de 21 años. Los sonidos de la naturaleza van acompasándose con las imágenes hasta culminar en la Pièce en forme de Habanera, para la que Maurice Ravel se inspiró en el sensual ritmo que viajó desde Cuba para hacerse fuerte en la música popular de la cuenca mediterránea oriental española. Esa combinación de vida en movimiento y genius loci musical se repite en las historias de Daniel Egwurube y Manuela Díaz, otros dos músicos seleccionados por la Fundación Gustavo Dudamel para el proyecto. Egwurube, flautista neoyorquino, toma el metro en Brooklyn, con los cascos puestos y arrullado por las cadencias secas de la ciudad. Viaja rumbo a Manhattan, donde interpreta en el Smalls, popular club de jazz del Village, Take Five, el pegadizo standard popularizado por The Dave Brubeck Quartet. Después, a Díaz, intérprete de tuba de Salento, en el eje cafetero colombiano, el rítmico sonido de los machetes la lleva irremediablemente a la interpretación del merengue con toques de fandango El pájaro amarillo, de Rafael Campo Miranda. Los tres jóvenes músicos fueron seleccionados para salir en la película, como parte de un premio aún mayor: tocar con la Mahler Chamber Orchestra (MCO) el verano pasado en el festival de Perelada a las órdenes de Dudamel, en un recital que incluyó la Primera de Mahler y una versión de la música incidental para El sueño de una noche de verano, de Mendelssohn, con la narración de la actriz española María Valverde, esposa del director venezolano.

Terminada la primera proyección, los espectadores pasan a la segunda unidad, separada por unos metros que son también la elipsis cinematográfica que esconde el viaje de los protagonistas, unidos por Beethoven, desde sus lugares de origen a Barcelona. Una vez sentados en una de las 36 ultratecnológicas butacas giratorias, construidas ad hoc, toca ponerse las gafas y los cascos para descubrirse ante Dudamel, que, con el Gran Teatre del Liceu detrás, dirige a un centenar de miembros de la MCO.

En la elección de la formación, de nuevo, la clave es el viaje. La MCO se distingue del resto de las orquestas de élite por su carácter nómada. Fundada en 1997 por Claudio Abbado, carece de sede fija; sus miembros viven en 20 países y solo se juntan para tocar a las órdenes de este o aquel director. “Eso hace de esta orquesta algo único”, explica Núria Oller, que ha trabajado en el proyecto como directora del Departamento de Música de la Fundación “la Caixa”. “Cuando se reúnen están contentos de verse y de tocar juntos, algo que no siempre sucede en el mundo de las grandes orquestas. Por eso, el ambiente siempre es de fiesta”.

La fiesta de la grabación
Agosto de 2019 en el Liceu fue una de esas fiestas. Reclamados por Dudamel, que los ha dirigido en varias giras a lo largo de los años, se juntaron durante una frenética jornada en la que, con la participación de un equipo de unas 250 personas coreografiadas por Cortadellas, se grabaron las partes musicales de Symphony. Primero, el sonido, con la orquesta en la sala de ensayo del teatro y los músicos en vaqueros y camiseta, rodeados de decenas de micros de última generación para recoger todos los matices. Luego fue el turno de la imagen: Cortadellas, que previamente había diseñado sus propios movimientos con minuciosidad, los grabó sobre el escenario, con los músicos ya trajeados reproduciendo sin atriles y de memoria los tres fragmentos registrados: el primer movimiento de la Quinta y el allegretto de la Séptima de Beethoven, el arranque de la Primera sinfonía de Mahler y el contagioso Mambo que compuso Leonard Bernstein para West Side Story y que Dudamel convirtió en una de sus marcas de distinción al incluirlo al final de sus recitales con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. Fue hace unos 15 años, cuando el mundo descubrió al joven prodigio surgido del Sistema, sueño pedagógico de su mentor, el maestro José Antonio Abreu, fallecido en 2018.

El de Mateu, la violonchelista que dejamos en Tossa de Mar con la habanera de Ravel, es un rostro en la multitud de la orquesta. “Fue una doble experiencia maravillosa: poder tocar con Dudamel y con la MCO, un lujo al alcance de muy pocos”, explica la intérprete recién licenciada, miembro de la Jové Orquestra Nacional de Catalunya.

La posproducción de lo grabado en el Liceu conllevó mucho trabajo de los técnicos en animación generada por ordenador, que crearon las imágenes que llevan al espectador al interior de un violín y de una trompeta y luego por un viaje con un punto lisérgico por los colores de la música.

Y cuando estaba casi todo listo, irrumpió en escena un elemento disonante: el coronavirus. Symphony tendría que haberse estrenado en abril. Las primeras señales de que eso no sería así llegaron en enero, cuando la distribución de los equipos tecnológicos, incluidas las gafas de última generación, cuya salida al mercado supuso algo parecido a ver la luz al final del túnel del proyecto, quedó interrumpida desde su origen en… China. “Ahí empezamos a pensar que esa enfermedad sobre la que habíamos oído en las noticias iba en serio. Como al resto del mundo, nos cogió por sorpresa. Recuerdo la frustración cuando nos dijeron que no nos podían servir… estuvimos buscando stock de gafas por decenas de tiendas de Europa”, aclara Ignasi Miró, director del Área de Cultura y Divulgación Científica de Fundación “la Caixa”.

Los equipos, finalmente, llegaron en pleno confinamiento, cuando nadie podía ir a las oficinas a trabajar con ellos. Además de al retraso, la pandemia ha obligado a ajustar las ambiciones de la puesta en escena. De las butacas rotatorias, “hechas ex profeso por la empresa Figueras, entre cuyos clientes se encuentra la Ópera de París”, continúa Miró, solo se usarán, de momento, 19 por pase, cifra que se irá ajustando en función de cómo evolucionen las cosas. Otro motivo de orgullo para Miró es haber "roto las reglas no escritas de la duración de los productos de realidad virtual. Aconsejan que la cosa no pase de ocho minutos”. Symphony consta de dos vídeos de idéntica longitud, de algo más de 12 y medio. Cuando un grupo termina su recorrido se desinfectan las salas y los enseres. La entrada es gratuita, por lo que se aconseja reservar de antemano, teniendo en cuenta, eso sí, que las mañanas están reservadas a las visitas escolares.

El lunes próximo, cuando entren los primeros espectadores en CosmoCaixa, será la culminación de un trabajo comenzado hace cuatro años. “Buscábamos hacer algo que juntase realidad virtual e itinerancia con la idea de acercar la música clásica a todos los públicos”, recuerda Elisa Durán, directora general adjunta de la Fundación “la Caixa”. Y si hay una batuta comprometida con esa democratización es la de Dudamel, que se implicó pronto en el proyecto con la fundación que lleva su nombre. Por entonces, la Filarmónica de Los Ángeles, con la que acaba de renovar su contrato hasta 2026, había ensayado en la ciudad californiana la experiencia Van Beethoven, que jugaba con el apellido del compositor y con el término van, que designa en inglés (y en muchos países latinoamericanos) la furgoneta en cuyo interior se ofrecía un viaje virtual por el inagotable legado del genio de Bonn. “Eso estuvo muy bien, pero sentíamos que teníamos que ir más allá, al alma misma de la música”, explicó Dudamel el jueves pasado en el Teatro Real de Madrid, al término de un ensayo con la orquesta del coliseo, con la que interpretará el sábado 19 de septiembre la Novena de Beethoven. “Para mí, como músico, Symphony representa un viaje único”.

La idea original y el guion lo puso Cortadellas, que, tras la celebración de un concurso internacional, acabó dirigiendo la película. El camino para que tomara forma incluyó al principio “varios meses de viajes por el mundo, viendo experiencias existentes y probando gafas”, dice Oller. Se trataba de pulsar en qué momento estaba la realidad virtual. Poco antes, Björk, diva islandesa de pop de autor, había probado los sinsabores de un arte en gestación con Vulnicura (2015), un disco de desamor en el que cada una de las canciones llevaba aparejada un vídeo de realidad virtual. Esos clips formarían luego parte de una exposición que, entre críticas negativas por su bisoñez, dio vueltas por el mundo (y recaló en el CCCB de Barcelona). Entre la realización del primero y el último de esos vídeos pasaron 18 meses, aunque el salto digital se antojaba de décadas.

La incertidumbre de trabajar con una tecnología en permanente cambio rigió los primeros compases de Symphony. ¿Cuándo parar de probar para quedarse con el formato adecuado? La clave, después de todo, estaba en la renuncia. Por eso a Oller le gusta definir el resultado en negativo: “No es algo interactivo, tampoco es un juego, ni pretende tener la tecnología más avanzada, aunque muchos nos insistieron en que había innovaciones más punteras que las que acabamos usando. Es, por el contrario, una experiencia al mismo tiempo colectiva e individual, que, emocionalmente reactiva, persigue la escucha atenta”. Dudamel va más lejos: “Estoy seguro de que va a despertar una gran inquietud en las nuevas generaciones, y que hará que la música clásica tenga un espacio más importante en la comunidad”. El director cree también que ayudará a entender por qué, por ejemplo, la técnica perfeccionada hace tres siglos por Antonio Stradivari, el lutier más famoso de la historia, “nunca se ha podido llegar a imitar”.

A Bagué, que se define como “militante de la antitecnología” (y que pertenece a la tribu numantina de los sinteléfonomóvil), aún le sorprende que sea precisamente esa tecnología que evita la que le ayudará por fin a difundir su pasión. “El secreto de esto no es técnico, sino humanístico”, advierte el lutier, que en 2019 saltó a los titulares por haber construido los instrumentos de un cuarteto de cuerdas al completo, el Cosmos Quartet, algo que no ocurría desde 1702, cuando Felipe V encargó a Stradivari los famosos Stradivarius del Rey, que se conservan en el Palacio Real.

Dudamel vio este lunes la instalación en CosmoCaixa. Lo acompañaba Durán, directora general adjunta de la fundación, quien, una semana antes, en plena resaca tras el anuncio de la fusión del banco con Bankia, había situado la iniciativa en otra tradición: "Llevamos 30 años apostando por la itinerancia”, explicó en una sala de reuniones de un piso alto de uno de los dos imponentes edificios negros que tiene Caixabank en la Diagonal. “Es un viejo compromiso; llevar la cultura por toda España y ahora también Portugal”. Empezaron en 1991, con otra fusión, por cierto, bastante fresca, la de Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros de Cataluña y Baleares con la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona. Las cosas han cambiado desde entonces, pero algo permanece: el compromiso exigido a las ciudades que reciben las itinerancias de ceder lugares emblemáticos del centro. “Esto no es el Circo del Sol”, añade Durán, que calcula que cuando la vida de Symphony toque a su fin, dentro de unos 10 años, la experiencia la habrán vivido unos “dos millones de personas”. La fundación destina 15 millones de euros anuales (de los 100 que dedica a la cultura) a esos programas itinerantes (viajan nueve simultáneamente). Symphony, reconoce la directiva, se encuentra entre los más caros nunca llevados a cabo.

¿Y no les preocupa que ese tiempo el vídeo quede superado por los avances tecnológicos? “Lo importante es que se trata de un mensaje atemporal, hay películas de los años cincuenta, superadas por el progreso y que, sin embargo, siguen emocionando igual”, resume Cortadellas con alivio: “Ahora que Symphony es una realidad nos hemos dado cuenta de que si lo hemos hecho es porque no supimos que era imposible”. 

IKER SEISDEDOS
El País

Catclàssics, música clàssica de Catalunya a internet