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Casquería en la ópera: la pintoresca historia del corazón de Anselmi y la laringe de Gayarre

25/10/2020 |

 

https://www.abc.es/cultura/musica/abci-casqueria-opera-pintoresca-historia-corazon-anselmi-y-laringe-gayarre-202010250115_noticia.html

En el Día Mundial de la Ópera recordamos la singular «herencia» que nos dejaron los dos legendiar

Se celebra hoy, 25 de octubre, el Día Mundial de la Ópera, una iniciativa puesta en marcha por el Teatro Real el pasado año y que, a falta de que la Unesco le dé carta de naturaleza, se festeja con el apoyo de las más importantes asociaciones operísticas e internacionales. Son pocos, todavía, los teatros de ópera que funcional a pleno rendimiento a causa, claro está, de la pandemia. Precisamente, el coliseo madrileño fue el primero en Occidente en recuperar una «mediana normalidad», con la puesta en escena de una esquemática producción de «La traviata» el pasado mes de julio y la apertura de este curso con «Un ballo in maschera».

Como en cualquier teatro de ópera, en el escenario del Real se han dejado muchos cantantes el corazón y la garganta. Algunos incluso literalmente. El coliseo madrileño albergó durante un tiempo órganos de dos ilustres tenores de finales del siglo XIX y principios del siglo XX: la laringe de Julián Gayarre y el corazón de Giuseppe Anselmi, que constituyen lo que Andrés Peláez, exdirector del Museo Nacional del Teatro de Almagro, definía como la «sección de casquería».

La laringe de Julián Gayarre
Julián Gayarre es una de las grandes leyendas de la ópera en España. Nacido en El Roncal, Navarra, el 9 de enero de 1844, fue ídolo en el Teatro Real desde que debutara como Fernando en «La favorita«, de Donizetti, el 4 de octubre de 1877. Su voz era comparada a la de »un ángel«.

«De timbre varonil, vibrante, hermosísimo, cuando se apoya en el pecho, ejerce una influencia irresistible, penetra en el oído y en el alma como un océano de sonoridad que remueve profundamente las fibras todas del entusiasmo. Es un verdadero huracán que arrastra cuanto encuentra á su paso». Así definió Antonio Peña y Goñi en su obra «Arte y Patriotismo» la voz de Julián Gayarre.

José Letamendi escribió también sobre el tenor roncalés: «Era la voz de nuestro malogrado compatriota un excepcional conjunto de tino, energía y armoniosa perfección. Pudiérase, en última síntesis, decir de ella, como total resultante artística, que reunía a la entereza de las voces blancas, o de fundamental pura, toda la densidad de las voces viriles, o de fundamental armonizada. De ahí su grande, universal y unánime estima: la de lo rarísimo por su excelencia«.

Son solo dos de los habitualmente hiperbólicos testimonios que dejaron los que escucharon cantar a Julián Gayarre (del que no hay testimonio grabado). No es extraño que a su muerte la ciencia quisiera conocer los secretos de aquella voz.

La muerte del tenor tuvo aires de leyenda. Gayarre había aceptado, a pesar de sentir molestias por una afección laríngea, cantar una función de «Il Pescatori di perle», de Bizet («Les Pêcheurs de perles», que era frecuente que se cantara en italiano) el 8 de diciembre de 1889. Al cantar la célebre romanza «Mi par d'udir ancora« (»Je crois entendre encore«) se le quebró la voz.

Así lo narra Julio Enciso en su biografía «Memorias de Gayarre»: «Llegó la romanza, y algunos comenzaron á notar algo extraño en su manera de emitir la voz, y tanto, que al acabar una nota aguda de la romanza, se quebró ésta en su laringe, haciéndole enmudecer. Era la primera nota que se le quebraba. Gayarre entonces, lleno de angustia, se llevó las manos á la frente, diciendo con profunda tristeza: ''¡No puedo cantar!'' Y retiróse en seguida, casi amagado de un síncope. Acudieron presurosas en su auxilio las personas que estaban en la escena, y lo acompañaron á su cuarto. Inútil es encarecer la ansiedad de sus amigos y del público en aquellos minutos, que parecieron siglos. Gayarre, merced á los cuidados y medicamentos que le suministraron, se encontró pronto bien, y dijo que no sólo continuaría la representacion, sino que cantaría la romanza en el último acto. Llegó éste y comenzó, efectivamente, á cantar su romanza; pero al llegar á la misma nota, vió Gayarre que no podia, y haciendo un supremo esfuerzo la dió al fin, si bien rozada y no con la pureza y limpidez de siempre. El público, sin embargo, aplaudió con mayor entusiasmo que nunca, tributándole una ovacion casi frenética y haciéndde salir á las tablas innumerables veces. Pero estas pruebas de afecto no calmaban aquel espíritu, contristado ya; y cuando cayó el telon, Gayarre, con dolorido acento, arrancado de lo profundo del alma, dijo: —¡Esto se acabó!»

Julián Gayarre moriría el 2 de enero de 1890 por una bronconeumonía gripal -España padecía entonces una epidemia de gripe-; sus últimas semanas las pasó en su casa (en número 6 de la Plaza de Oriente, junto al propio Teatro Real), sumido en la tristeza, según relataron sus amigos. Tras su muerte, los doctores que lo atendieron pidieron permiso a sus sobrinos par extraerle la laringe con el fin de estudiarla. Uno de aquellos médicos, Amalio Jimeno, escribió tras el examen un artículo en el que, entre otras cosas, decía:

«La laringe de Gayarre parecía grande, sin tener por ello un tamaño notable por su magnitud. Los músculos que concurrían á su formación, los intrínsecos y los extrínsecos, desarrollados, fuertes gruesos, poderosos, lo mismo que todos los del cuello, robustos, y los del pecho», escribió el doctor Amalio Jimeno.

«La laringe de Gayarre no ofrece a primera vista caracteres extraordinarios, ni era posible que los ofreciera. La amplitud, la intensidad, el timbre, la belleza de una voz, no depende solamente de la organización de la laringe ni de su modo de funcionar. ¿Acaso el ancho pulmón, como fuelle poderoso, y los músculos que á la respiración concurren, no contribuyen a darle su carácter? ¿No son la faringe, con su alta bóveda; la base de la lengua, tan movible a voluntad; el velo del mismo paladar; la boca y la caja de resonancia de las fosas nasales, factores indispensables? (...) A pesar de todo, la laringe es al fin y al cabo el sitio donde la voz se produce al soplo vigoroso de los pulmones; pero ¿qué ha de decir de interesante el ojo escrutador del fisiólogo, el pobre órgano muerto, que sirva para señalar el mecanismo admirable que daba carácter á aquellos matices de fonación, pocas veces igualados y jamás superados? (...) La laringe de Gayarre parecía grande, sin tener por ello un tamaño notable por su magnitud. Los músculos que concurrían á su formación, los intrínsecos y los extrínsecos, desarrollados, fuertes gruesos, poderosos, lo mismo que todos los del cuello, robustos, y los del pecho. Sólo viendo aquel tórax y recogiendo las medidas de sus diámetros, se comprende cómo la voz del eminente tenor tenía aquella intensidad y aquella amplitud incomparable, que aun en un canto dulcísimo y en registro de cabeza hacía llegar á lo más apartado del teatro«.

Hubo más estudios de la laringe de Julián Gayarre, que itineró antes de llegar a su actual destino. Lo cuentan las investigadoras Begoña Torres Gallardo y Chloe Sharpe en un trabajo sobre el tenor («La laringe de Julián Gayarre (1844-1890). El símbolo de la voz de un genio». «Finalizado el estudio de la laringe, los sobrinos de Gayarre se la regalaron al doctor Cortezo, quien, posteriormente, la donó al Museo Archivo Teatral que entonces estaba creando Luis París en el Teatro Real de Madrid. Éste la recuperó antes del estallido de la Guerra Civil española en 1936, conservándola hasta su muerte. Su hijo la donó a la Diputación Foral de Navarra en 1950, y ésta la cedió en 1993 a la ya creada Fundación Gayarre . Desde entonces, esta ''reliquia'' se halla expuesta en el Museo Julián Gayarre de Roncal«.

El corazón de Anselmi
El 27 de enero de 1907, diecisiete años después del fallecimiento de Julián Gayarre, debutaba en el Teatro Real, como Des Grieux en la ópera «Manon», de Jules Massenet, un tenor italiano llamado Giuseppe Anselmi. Nacido en Sicilia el 16 de noviembre de 1876, el cantante se convirtió desde su presentación en uno de los favoritos del público madrileño.

El amor de Madrid por Anselmi fue recíproco; al tenor le encantaba Madrid y disfrutaba en sus verbenas y fiestas populares en las que le solía ver. No es extraño por tanto que Luis París, director escena titular del Teatro Real de Madrid, se dirigiera a él y le pidiera algún objeto suyo para el pequeño museo que estaba preparando en el Real. Pero seguro que no esperaba la contestación de Anselmi en una carta fechada el 12 de junio de 1925 -el Teatro había ofrecido tan solo dos meses antes la que, aunque entonces no se sabía, sería su última función antes de su cierre-: «Por lo que se refiere a tu gentil invitación para que envíe algún recuerdo de mi modesta persona al Museo del Real, habré de contestarte con suma sencillez: aún vivo. Mi pecho alberga todavía esa dinamo muscular e impulsiva que llamamos corazón; en él están grabadas las palabras: ''España, Fe, Gratitud, Amor'' que compendian sus cuatro puntos cardinales. Pues bien: dicto disposiciones testamentarias para que tú lo deposites junto al busto del divino Gayarre«.

Giuseppe Anselmi murió cuatro años más tarde, el 27 de mayo de 1929, en la localidad genovesa de Zoagli, en Italia. Había dejado escrito de su puño y letra en su testamento estas palabras: «Ordeno que mi cuerpo (muerto) sea incinerado. Antes de la cremacion será extirpado de mi pecho mi corazón y llevado al Teatro Real de Madrid para que se conserve (tal y como he prometido) en una urna al lado del busto del gran tenor Julián Gayarre«.

El marqués de Villaviciosa de Asturias, quien se encargó del traslado de la víscera a Madrid en el verano de 1929; no resultó sencillo, las autoridades aduaneras no lo pusieron fácil, y pusieron como condición para su entrada en España que fuera llevado al Museo de Antropología
Tras fallecer Anselmi, se le extrajo el corazón. Fue Pedro José Pidal y Bernaldo de Quirós, marqués de Villaviciosa de Asturias, quien se encargó del traslado de la víscera a Madrid en el verano de 1929; no resultó sencillo, las autoridades aduaneras no lo pusieron fácil, y pusieron como condición para su entrada en España que fuera llevado al Museo de Antropología -donde se guardaban algunas piezas anatómicas-.

Allí permaneció durante un año -en aquel período fue disecado opr el doctor Carlos María Cortezo-, después del cual se trasladó al Museo del Teatro Real. La conversión del Teatro Real en recinto militar y polvorín durante los convulsos años de la guerra civil hicieron que, al concluir la contienda, se diera el corazón por perdido entre los escombros.

El entonces director del Museo del Teatro Real, Fernando José de Larra, se empeñó en encontrar la víscera del tenor italiano. Así cuenta su hallazgo José Subirá en su libro «Historia y anecdotario del Teatro Real»: «Rebuscando sin cesar entre los escombros informes por el lugar donde antes de la guerra se guardaba esa reliquia humana, halló, bajo un dintel de caoba, el bocal de un frasco. Ese recipiente había protegido el corazón de Anselmi conservado en alcohol. Y allí cerca encontró poco después, amojamado y pequeñito, un bulto donde se destacaba la arteria aorta. ¡Era el corazón de Anselmi, salvado al fin!«

Hasta 1989 no encontró un descanso definitivo. Guardado en distintas dependencias y trasladado de lugar en distintas ocasiones, Andrés Peláez, primer director del Museo Nacional de Teatro de Almagro (y uno de los más sabios historiadores de nuestra escena), reclamó la víscera para la recién creada institución. Allí se encuentra desde entonces. 

Julio Bravo
Abc

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