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¿Se recuperará la ópera del cierre de Nueva York y los teatros europeos?

7/11/2020 |

 

El Met deja a muchos artistas sin trabajo al cancelar toda la temporada, mientras el Liceu o la Scala piensan aún en diciembre.

El sector de la ópera vive un momento descorazonador con la nueva suspensión de la actividad en grandes teatros europeos –Covent Garden, Scala, Liceu, París, Viena, Berlín, Bruselas...–, que en el mejor de los casos esperan reemprender los montajes en diciembre, si no en enero. También con la cancelación de temporadas enteras, como la de la Metropolitan Opera House de Nueva York, cuyo cierre se prolonga hasta junio del 2021, cosa que deja a muchos artistas sin trabajo y a grandes divos sin escenario.

El parón general –con excepciones como la del Palau de Les Arts de València y la del Teatro Real , que por política de la Comunidad de Madrid puede demostrar que no es imposible tirar adelante a pesar de las dificultades e incertidumbres– tendrá sin duda consecuencias en el futuro del sector. ¿Afectará acaso a los cachés? ¿Dará paso el aura divina de este baluarte de la cultura occidental a algo más terrenal?

El Met, punta de lanza de la cultura operística, responde en realidad a un modelo más bien obsoleto en el que cuenta más el catálogo de divos que el relato de unas temporadas, y los montajes mainstream más que el esfuerzo por la nueva creación. Lo que da como resultado un público acomodado. Y si además retransmites la ópera en cines –proyecto estrella del teatro neoyorquino que le ha posicionado a nivel planetario pero también le ha endeudado– acabas por no llenar el teatro.

Ese teatro, animal en vías de extinción, ha optado lógicamente por el cierre total de la temporada, lo que podría ser también una oportunidad para repensar su modelo. Mientras, en plazas más cercanas, vemos cómo la Scala acaba de renunciar a celebrar su Prima de diciembre con Lucia di Lammermoor y cómo Paris se despide de momento de la Tetralogía de Wagner que dirigía Calixto Bieito, un must de la temporada a escala internacional.

La situación actual ha puesto patas arriba el mercado operístico. Las estrellas más deseadas y nunca disponibles acaban haciendo bolos de última hora o sustituyendo a cantantes de menor tirada. Es el caso de Jonas Kaufmann: la Scala anunció este octubre que el tenor alemán sustituiría en Aida a Francesco Meli por indisposición, aunque al reconocer el cantante italiano que había dado positivo en coronavirus el teatro optó por cancelar la función y pedirle al súper divo que participara en un concierto junto a las glamourosas Anita Hartig y Aida Garifullina.

Las agendas se han vuelto inestables. El tenor Piotr Beczala no actuará en el Met hasta “diciembre del 2021, con Rigoletto”, explica el cantante polaco, al que la ópera de Bilbao ha cancelado un concierto esta semana.

“Pasamos por un momento depresivo en todo el mundo –asegura Beczala–. El cierre del Met es un desastre, y no solo porque perdemos oportunidades de cantar y presentar óperas (perder dinero es sólo el resultado de todo ello), sino porque no se sabe qué pasará y habrá que volver a levantar este arte escénico desde los cimientos. El regreso será difícil. Cuesta mucho reconstruir el sonido de un cuerpo sonoro como es una orquesta después de semejante parón. Es lo que me preocupa ahora mismo: la calidad. Ojalá dure solo un mes este segundo cierre europeo en el que no podemos cantar y hacer música, porque necesitaremos mucha preparación para volver. El tema es cuánto tardaremos en recuperar la calidad normal de la ópera”, advierte.

El cierre del Met es la certificación de que un cierto sector de la cultura no puede sobrevivir sin ayuda de las administraciones. El sistema norteamericano está claro: el que tenga dinero que se pague la cultura. Y si es siempre dinero privado, el teatro ha de dar resultados. “Cuando el dinero es miedoso es difícil para un director artístico y una gerencia administrativa buscar financiación si está basada en la buena voluntad de unos filántropos”, apunta el barítono malagueño Carlos Álvarez, el más internacional de los cantantes españoles de su generación.

Por contra, el sistema europeo con una financiación mixta público-privada da pie a seguir adelante. “La cuestión es saber si los propios estadounidenses pueden pensar en un cambio de sistema, porque aun funcionan con reglas del siglo XIX –prosigue Álvarez–. Desde la Vieja Europa, como nos llaman, hemos recorrido un camino que ellos están por explorar”.

Y prosigue: “Somos costosos, sí, pero ¿acaso no lo es un musical? La cuestión es por qué seguimos siendo costosos, y es que somos los últimos analógicos. Quizás estemos abocados a la desaparición, pero la búsqueda de un virtuosismo vocal requiere de un teatro cerrado con buenas condiciones acústicas y artísticas para que el púbico pueda ver y oír, un teatro a medida humana. Es por eso que somos no diría caros pero sí específicos”.

A parte de ser uno de los géneros más sofisticados ideados por la humanidad, la ópera es la creación de un mundo artificial en el que se nos permite reflexionar sobre los temas más candentes de la actualidad: un arte en continua evolución que nunca ha abandonado su contexto social. ¿Qué implicaría su pérdida?

“Nos situaría en un mundo huérfano de una experiencia estética capaz de sumar las artes para reflexionar intrínsecamente sobre el presente –concluye el director artístico del Liceu, Víctor Garcia de Gomar–. Y el telón bajado, en su carga simbólica, es la guillotina que nos separa de la creación de mundos fantásticos. La desaparición de la ópera (y el teatro) representaría el caos en el mundo de la cultura que perdería una poderosa referencia, representaría la privación de un ritual social así como la renuncia a un elemento que define el espíritu europeo, cuna tanto del teatro como de la ópera”.

Como defendía el director de orquesta Riccardo Muti estos días en una carta abierta al primer ministro italiano, Giuseppe Conte, desde Il Corriere della Sera, “cerrar las salas de conciertos y teatros es una decisión grave. El empobrecimiento de la mente y del espíritu es peligroso y también daña la salud del cuerpo”. Muti defendió además la seguridad de los espectáculos. Estos lugares, alegó, están gestionados “por personas conscientes de las normas anti covid, y las medidas de seguridad indicadas y recomendadas siempre fueron respetadas”.

Por el momento es imposible cuantificar las pérdidas económicas del sector operístico que ocasiona la pandemia, pero se prevé que sean enormes. El Gobierno contempla ayudas en el proyecto de presupuestos generales del Estado para afrontar el coste financiero del déficit que ha ocasionado el cierre. Pero de manera algo desigual entre el Real y el Liceu, teatros de primera fila junto con el Palau de Les Arts de València. El primero recibe 12.292.000 euros, 910.000 más que el segundo. ¿Por qué?

Por un lado, explican desde el Inaem, está “la voluntad de equiparar aportaciones, y el Liceu en el 2020 recibía más que el Real”. Por otro, la aportación extra por la Covid-19 son 765.000 para el Liceu y 1.675.000 para el Real porque “es lo que nos han pedido”. “Efectivamente –indica Valentí Oviedo, director general del Liceu–, y está previsto que el Ministerio nos haga una aportación extraordinaria de 495.000 euros en los presupuestos del 2021-22, 22-23 y 23-24 para la devolución del crédito ICO solicitado para hacer frente a la Covid”.

Lo que no se explica es si el Real, que recibe una aportación única en la que la extraordinaria queda incluida aunque sin especificar (mientras la del Liceu se divide en diversos apartados), consolidará esta nueva cantidad en el siguiente ejercicio. Y otra duda, ¿por qué desde el 2018 el Liceu ya no aparece en los prepuestos como teatro de ámbito estatal sino como autonómico?

Maricel Chavarría
La Vanguardia

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