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Xavier Berenguel: “He compuesto un concierto sin trampas”

27/11/2004 |

 

El compositor Xavier Benguerel (Barcelona, 1931) estrena mañana en el Auditori su Concierto para piano, encargo de la Orquesta Sinfónica de Barcelona. Una obra de madurez “tremendamente vitalista” en la que el autor ha perseguido “llegar al público, con transparencia y sin renunciar a mi lenguaje musical”.

Considerado uno de los más importantes compositores españoles de la segunda mitad del siglo XX, con una producción que abarca todos los géneros, Xavier Benguerel estrena mañana su Concierto para piano de la mano de la Sinfónica de Barcelona y con Albert Attenelle como solista. El autor del Llibre Vermell de Montserrat, cronológicamente cercano a la tan ecléctica Generación del 51, ha tenido que esperar más de siete décadas para ver cumplido una ilusión “que casi todo compositor posee”. Admirador de Bartok y Stravinski, reconoce haber dado a luz una obra de madurez “menos atrevida y más reflexiva” en la que ha mantenido su constante voluntad “de comunicar con el público”.

–¿Cómo nació su Concierto?
–En seguida que llegó el encargo de la Sinfónica de Barcelona, pensé en una partitura para piano, algo que llevo toda una vida esperando hacer. Desde muy joven me ha interesado mucho la forma concertante, quizás por el recuerdo que tengo de la primera obra que escuché, el Emperador de Beethoven que produjo en mí gran impacto.

–Dedica la obra a sus padres.
–La historia se remonta a mi infancia. Durante la Guerra Civil fuimos exiliados en Santiago de Chile, donde la precariedad era absoluta. Allí nació mi vocación musical, algo que entonces venía asociado al estudio del piano. No había dinero para comprarlo pero un día, al llegar del colegio, me encontré en la sala un piano vertical. Nunca he olvidado ese gesto de apoyo a mis inquietudes.

–El concierto abunda en su catálogo, pero es el primero para piano.
–Ha sido casual. Hasta ahora había dado preferencia a otros instrumentos como la flauta, el violín, la percusión o el cello, ya que casi siempre he escrito por peticiones o a partir de relaciones con intérpretes. Aunque represente un tópico en el catálogo de todo autor, aún no había abordado el concierto que más ilusión me hacía. Han tenido que pasar 72 años para realizar ese ideal.

–Ha sido un instrumento algo denostado por los autores del XX.
–La tradición empieza con Haydn y llega a su apogeo en el XIX. En el XX el concierto para piano no se abandona sino que se aborda desde conceptos diferentes. Stravinski, Hindemith, Ligueti, Henze, Berio o Lutowslavski varían la forma pero el solista y el conjunto instrumental siguen presentes en sus obras. El Concierto de Ravel o el Capricho de Stravinski son dos maravillas.

Obra sin interrupción
–¿Cómo ha estructurado la obra?
–En un solo movimiento, de unos 20 o 22 minutos, que se toca sin interrupción pero que está dividido en tres partes internas. En la primera destaca un diálogo entre el piano y la percusión, y en la segunda y tercera se reconocen dos especies de cadenzas en las que el piano se separa por momentos de la orquesta. La parte solista, sin ser virtuosística, tiene un trabajo considerable.

–¿Ha evolucionado su lenguaje?
–Es como una recapitulación, un reciclaje de todo lo que había hecho. Me he vuelto menos atrevido y más reflexivo. He eliminado muchos barroquismos que tenía hace tres o cuatro décadas. Entonces escribía muy complicado y hoy me limito a lo esencial. Es una música mucho más ‘fácil’, transparente y asequible. Me he preocupado en llegar al público sin transgredir ni renunciar a mi lenguaje musical o caer en lo comercial. En mi Concierto no hay trampas.

–¿Resulta “fácil” de escuchar?
–Empleo un lenguaje y concepto actuales pero asentados en la tradición. La memoria en el compositor no se puede detener. Es una obra tremendamente vitalista donde el aspecto rítmico es muy importante, servido por una orquesta clásica, sin instrumentos extraños. He intentado mantener esa unión entre el creador, el intérprete y público. Si no se produce esa conjunción, algo falla.

–¿Está superada la ruptura entre la creación y el público?
–En los noventa renacimos otra vez de la tremenda crisis que el lenguaje musical europeo vivió entre los 70 y 80. A esas alturas habían desaparecido elementos fundamentales como la melodía que se diluyó en pos de un uso del timbre y la búsqueda de nuevas sonoridades. ¡Ni siquiera se empleaba el pentagrama! y las partituras llegaron a convertirse en una colección de dibujos que el intérprete se veía obligado a traducir. La música llega ahora más al público que hace treinta años porque para mí, si el arte no es comunicación, no es arte.

Carlos Forteza
El Cultural

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