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Riccardo Muti dimite como director musical de la Scala, «obligado por la hostilidad» de los músicos

3/4/2005 |

 

En un comunicado, dice que «es imposible proseguir con una colaboración que tendría que estar basada en la armonía y la confianza. Hacer música juntos necesita estima, pasión y entendimiento».

El divorcio del músico con la Scala de Milán se presagiaba ya cuando hace tan sólo unos días, en una entrevista concedida por la esposa del director, Cristina Mazzavillani, a la revista «Vanity Fair», afirmaba que Riccardo Muti estaba tan amargado por el conflicto en la Scala de Milán que estaba pensando en dejar su carrera. En la misma entrevista se refería también al sentimiento de decepción que sufría Muti por el comportamiento de los músicos jóvenes a los que él apoyó personalmente. Ante todo lo sucedido, Mazzavillani añadía que no debe excluirse «que se vaya al extranjero o a alguna otra ciudad italiana. Pero ni siquiera sé si todavía tiene ganas de trabajar».

Hoy su marcha de uno de los grandes templos líricos de todos los tiempos es ya una realidad, rubricada con la carta de dimisión remitida al Consejo de Administración de la Fundación Teatro alla Scala, en la que Muti afirma que la renuncia es «una decisión obligada» a causa de la «hostilidad manifestada de forma evidente por las personas con las que he trabajado durante casi veinte años». Según el director de orquesta, ello «hace imposible proseguir con una colaboración que tendría que estar basada en la armonía y la confianza. Hacer música juntos no es sólo un trabajo de grupo; necesita estima, pasión y entendimiento», aseguró.

«Estoy en paz conmigo mismo»
«Estoy en paz conmigo mismo». Éste podría ser el epitafio de Muti a una etapa de veinte años al frente de la Scala, uno de los mejores teatros líricos del mundo, recién modernizado a un costo de 100 millones de euros, y que envidian los mejores escenarios internacionales. «Estoy tranquilo, porque estoy en paz conmigo mismo», dijo escuetamente el maestro a los pocos días de encajar el rechazo unánime de la orquesta y los trabajadores del teatro, reunidos en asamblea furibunda contra todas las autoridades de la Scala. Aquel 16 de marzo Muti llegó a escribir una carta de dimisión, pero el alcalde de Milán le convenció para «congelarla» un par de semanas, en la esperanza de una solución a la crisis.

La tranquilidad del maestro, fría e inflexible, venía a excluir cualquier posibilidad de rectificación, ahondando todavía más el foso entre el director y la orquesta, que el pasado 18 de marzo ofreció un concierto dirigido por un contrabajista para demostrar que la Scala pude sobrevivir sin Muti. Claudio Abbado fue «insustituible» durante 17 años hasta que los músicos lo echaron en 1985. Así llegó Muti a la Scala, procedente de la Orquesta de Filadelfia, y así también se va él, víctima de un desplante del que nadie quiere dar marcha atrás. Se podría repetir la historia de Toscanini, que abandonó Italia después de recibir una bofetada.

Echar a los genios parece apasionar también el público. El 18 de marzo, la orquesta, sin director, recibió un aplauso en pie antes de lanzar la primera nota. Era el modo en que el público decía «estamos con vosotros» en la batalla contra el nuevo superintendente, Mauro Meli -traído por Muti para sustituir al popularísimo Carlo Fontana-, contra el Consejo de Administración y contra el maestro, acusado de «tiránico» y «traidor» en las asambleas realizadas en ese mismo teatro, transformado de templo de la lírica en templo del sindicalismo y la intransigencia.

Los músicos, tratados a bastonazos
A su vez, el alcalde conservador de Milán, Gabriele Albertini, presidente de la Fundación de la Scala, lleva meses tratando a los músicos a bastonazos. Y en los momentos más críticos echó leña al fuego amenazando con que el ministro de Cultura, Leonardo Urbani, compañero de partido, suspendería a los gestores del teatro y nombraría un comisario del Gobierno.

Igual que las peleas familiares y matrimoniales, la de la Scala es difícil de entender, y nadie sabe exactamente cómo empezó. Tan sólo está claro que se ha llegado, por culpa de todos, a la fase de los platos rotos. La tarea mediadora del prefecto (gobernador civil) de Milán, Bruno Ferrante, no logró siquiera un «alto el fuego». La magia entre el maestro y la orquesta estaba ya rota, y la separación física ha sido inevitable.

A Muti, que es un genio, le sobran ofertas tentadoras, mientras que un anuncio de «Se busca director» traerá inmediatamente a las puertas de la Scala a media docena de grandes batutas de todo el mundo.

Una crisis que se remonta a 2003
La dolorosa fractura que hoy sufre el teatro comenzó a aparecer el 23 de julio de 2003, cuando por primera vez Riccardo Muti prefirió no asistir a la presentación de la temporada por discrepancias con el superintendente, Carlo Fontana. A finales de ese año, el Consejo de Administración de la Scala fichó al superintendente del teatro de Cagliari (Cerdeña), Mauro Meli, para tener ya a mano el recambio de Fontana, a quien cesó el 24 de febrero de 2005, sin esperar a que venciera su contrato. Por amor a la Scala, Fontana renuncia a la batalla legal, pero la orquesta se amotina y emprende una huelga intermitente contra su sucesor, Mauro Meli. El 3 de marzo, la asamblea de empleados condena el silencio de Muti y le acusa de haber dado lugar a la crisis. El 8 de marzo, en una carta publicada en el «Corriere della Sera», el maestro anuncia: «En estas condiciones no puedo dirigir». La respuesta de la asamblea del 16 de marzo fue contundente: pedir su dimisión. Dos semanas después, el maestro ha claudicado.

Juan Vicente Boo
Abc

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