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Música, sólo música

6/6/2005 |

 

Los tres son ya conocidos del público madrileño. Por supuesto, la London Symphony Orchestra, una agrupación a la que hay que escuchar por lo menos una vez al año para que no se apague el sentimiento de envidia hacia quienes pueden hacerlo sin necesidad de contar los días de ausencia. También la violonchelista Han-Na Chang, a quien se ha visto crecer y que por ello ha matado la fe en los milagros. Hace unos años pasó con ganas de comerse el mundo y cierta impulsiva expresión propia de lo juvenil. Volvió para demostrar que era capaz de retraerse en un impecable virtuosismo lleno de sonidos imposibles. Junta ahora todo y, de paso, se amarra a la música. Toma el «Concierto núm. 1» de Shostakovich y tan de pronto parece que maneja un violonchelo amplificado capaz de sobreponerse a la garra de la LSO como se explaya en medias voces, colores y penetrantes pianísimos que adornan por igual la firmeza en el pulso, el ritmo y la articulación del primer movimiento, como se concentran en una «Cadenza» dicha con un dominio muy difícil de igualar.

Queda, por último el maestro Antonio Pappano. Es inevitable que la música de Rachmaninov produzca gustos encontrados, o reunidos como los del sabio Couperin. Ahora bien, nadie podrá negar que la porción de empalago de la segunda sinfonía puede llegar a ser otra cosa si cae en manos de un intérprete como Pappano. Este arte es lo que tiene: se pueden pasar años analizándolo, que llega un intérprete con cabeza y corazón y nos destroza la teoría. Pappano tiene lo primero y es admirable escuchar la forma en la que soldó la osamenta de la obra y todas las voces para luego mecerla con una flexibilidad de tempo y dinámica fascinante. En este concierto todo fue respirar a una (¡que alarde de conjunto en el segundo movimiento!), cantar con intensidad, juntos o a solo como hizo el clarinete (otro gran protagonista junto con el primer trompa de la LSO, en una tarde de mucho trabajo), y mantener el ánimo en tensión sin desfallecer un segundo. Luego está el corazón y la capacidad para proporcionar a una versión poderosa, armada y recia, sin lugar para lo sentimental. Ni que decir tiene que el todo hizo que fuera un concierto con aura.

Alberto González Lapuente
Abc

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