«Tristán e Isolda»: amor refrigerado
27/7/2005 |
Después de doce años, regresa al Festival de Bayreuth esta ópera inmortal de Wagner, de la mano del suizo Marthaler y el nipón Oue. El resultado, una puesta en escena estática y, sin embargo, vigorosa, que despertó tanto aplausos como abucheos de los asistentes.
Con la representación de «Tristán e Isolda» y la asistencia de una legión de prohombres de la política, la economía, las artes y un gran despliegue de los medios de comunicación -incluido enviado especial de Israel, por primera vez- , se inauguró en la tarde del lunes el 94 Festival de Bayreuth. Después de doce años vuelve a presentarse un nuevo montaje escénico de esta ópera de Wagner, el décimo en la historia del festival. Lo firman dos debutantes: el dramaturgo suizo Christoph Marthaler, novicio en las lides wagnerianas con decorados (de época) y vestuario (moderno) de Anna Viebrock, y el japonés Eiji Oue, el primer asiático en empuñar la batuta en la «verde colina». Esta producción clarifica el escenario y se sitúa en los antípodas del legendario de 1993, firmado escénicamente por el difunto dramaturgo Heiner Müller y Daniel Barenboim. L. Bernstein, maestro y protector del director nipón, consideraba esta ópera como la pieza central de la historia musical. El tema y su tratamiento dramático-musical son atemporales y por tanto, universalmente actuales: en el pasado, ahora y «per saecula saeculorum».
Hay un único decorado, estructuralmente progresivo en cada acto: un salón semioctogonal inspirado en los vapores transatlánticos de la época, con una abertura de entrada al fondo. Esta caja cerrada potencia acústicamente el sonido. El acto inicial se desarrolla a la débil luz de las estrellas, consistentes en tubos fluorescentes circulares, como aureolas de santo. En cada nuevo acto se añade por la base un nuevo nivel o piso de diferente color y estructura, aumentando la iluminación escénica, que pasa de la penumbra a la luminosidad chillona final de clínica hospitalaria. Eso anula un sugerente simbólismo metafórico: día (sociedad), noche (privacidad, nido del amor).
No hay apenas acción
En esta ópera apenas hay acción externa. Wagner la transpuso al plano interior emotivo de las figuras, creando una especie de «metafísica erótica», que desemboca en un conflicto irresoluble, cuya única salida es la muerte. Marthaler, con fama de satírico y polemista político, aborda una obra poco proclive a sus apetencias. La acción, minimalista con detalles ingeniosos, y el simbolismo los relega mayormente a las figuras secundarias, Bangräne (Petra Lang) y especialmente Kurwenal (Andreas Schmidt). Abunda mucha pose estatuaria, casi total en el caso del coreano Kwanchul Youn, sólido rey Marke doliente. Marthaler parece practicar un culto a la lentitud, percibida como tediosa. Así, los dos amantes se declaran su amor plantados frontalmente a varios metros de distancia. Una «noche de amor» refrigerada.
La Isolda de Nina Stemme posee cuanto exige el personaje: voz vigorosa, penetrante, fáciles agudos, fineza tímbrica cálida y expresiva, iracunda o erotizante, según cuadre. La sueca eclipsó caracterial y vocalmente a su pareja en dos primeros actos. R. Dean Smith, voluntarioso comodín bayreuthiano, aventura aquí el salto a tenor dramático. Su Tristán aparece inicialmente encorsetado y sin carisma. Bajo exigencia, exceptuado el acto final, su tenor se descompone y pierde aún más carácter. Ese tercer acto es la gran tribuna del intérprete de Tristán. Ahora, al bañar la escena de luz, quedó adicionalmente despojada de magia y anulados los márgenes de libertad a la imaginación del espectador.
La dirección de Oue, más extrovertida que intimista, algo difusa y nerviosa, fue mejorando al avanzar la obra. Celoso y agitado en los crescendos y cambios dinámicos, a la masa orquestal le sobraban decibelios, que reducirá cuando domine la intrincada acústica de la sala.
Aplausos y abucheos
El cuadro final presenta a los dos protagonistas muertos y a los otros cinco personajes secundarios estrellados por el destino pegados contra la pared. Estrellada quedó la pareja responsable de la aridez escénica por el contundente abucheo del respetable. Cálidos aplausos, merecidos, para el elenco canoro, más intensos para Dean Smith y el director Eiji Oue, el cual en un gesto insólito se arrodilló y besó el suelo. Larga y triunfal ovación para Nina Stemme, que sale airosa del desafío como una Isolda de gran fuste.
Ovidio García Prada
Abc