Nagano tuvo que ser
28/7/2005 |
El director japonés Kent Nagano deslumbró con su rigor en «Die Gezeichneten», la densa obra de Franz Schrecker que abrió el martes el apartado operístico del Festival de Salzburgo.
Con «El Rey Kandaules», de Zemlinsky, Kent Nagano inauguró la gran aportación de Ruzicka a Salzburgo: recuperar cada año una obra de alguno de los compositores calificados por Hitler como degenerados. Con otro degenerado, Franz Schrecker (1878-1934) cierra el ciclo, esperando las decisiones del nuevo director del Festival. En ambos casos, Nagano ha contado con orquestas berlinesas, la de la Radio en 2002 y la Sinfónica ahora, engrandeciendo la partitura y paliando en alguna medida en esta edición la ausencia de títulos de Richard Strauss, dada la similitud tonal de las partituras de los dos compositores.
No todas las óperas de Schrecker han gozado de la misma fortuna. Si Flammen debió esperar desde su estreno concertante en 1902 hasta 1985, cuando se rescató para la escena, «Der Ferne Klang», en 1913, un año después de su première en Fráncfort, conocía nueva producción en Leipzig y en 1914 otra en Munich, con Bruno Walter en el foso. El director haría lo propio en 1919 con «Die Gezeichneten» (Los estigmatizados), la ópera que ayer movilizaba Salzburgo. Estrenada en Fráncfort en 1918, su carrera fue fulgurante hasta iniciarse la década de 1930. Desde ese momento tuvieron que pasar más de 30 años para escucharse en concierto y hasta los años 70 para conocer montajes. Porque mucho debió escocer en el entorno de Hitler la metáfora en la que el propio compositor convirtió el argumento: el jorobado Alviano Salvago, excéntrico dueño de una isla en la que sus amigos viven una perpetua orgía, decide donarla a Génova, a lo que su entorno se opondrá para que no se descubran sus actividades.
Grandes aplausos
El flechazo entre Salvago y la pintora Carlotta, junto a la abdución de ésta por el apuesto Tamare, configuran el drama. Salvago mata a su rival y enloquece. Los que no enloquecieron tanto como con «Kandaules» fueron los espectadores, aunque acogieron «Die Gezeichneten» con grandes aplausos. Especialmente para las tres voces principales: Robert Brubaker, que deslumbró entonces en el papel protagonista, Anne Schwanewilms y Michael Volle, respondiendo con rigor a la exigente partitura, con influencias de Strauss y Wagner.
Unánime aprobación del montaje de Nikolaus Lehnhoff: una colosal Afrodita yacente rota en pedazos, que sólo en el tercer acto, el mejor resuelto dramáticamente, permite ver dentro de la diosa el antro orgiástico donde tiene lugar el homicidio. Si faltó el entusiasmo de entonces, o el repetido en «La Ciudad Muerta», será achacable a la excesiva ralentización de las dos primeras jornadas. El mejor valorado del estreno fue de nuevo Nagano, a cuya salida los bravos arreciaron, agradeciendo su titánico esfuerzo.
Juan Antonio Llorente
Abc