Ernest Martínez Izquierdo: “Las programaciones huelen a naftalina”
14/10/2005 |
La Orquesta Ciudad de Barcelona vive estos días un movido comienzo de temporada. Su director, Ernest Martínez Izquierdo (1962), culmina ahora su contrato de tres años, en los que ha llevado a cabo una profunda remodelación que ha incluido desde un cambio de imagen de la orquesta a su participación en el Sónar. Pese al apoyo del consejo rector, la oposición de los músicos ha hecho que Martínez Izquierdo haya decidido no renovar su responsabilidad como titular para los próximos años. De todo ello, el director catalán ha hablado con El Cultural.
La temporada de la Orquesta Ciudad de Barcelona y Nacional de Cataluña (OBC) se ha iniciado con vientos de Tramontana. Después de la “pequeña revolución” vivida de la mano de su gerente, Joan Oller, y su director musical, Ernest Martínez Izquierdo, el ambiente se ha caldeado. Y ya ha tenido el primer sacrificado, su maestro titular. Pese a que el consejo rector le propuso continuar al frente, la filtración de una votación entre los músicos, muy negativa, puso contra las cuerdas al maestro que declinó, en una rueda de prensa, el ofrecimiento. Desde entonces ha permanecido en un silencio que rompe ahora para comentar la situación. A preguntas de El Cultural señalaba que “el consejo rector, formado por representantes del Ayuntamiento y la Generalitat, me ofreció la renovación a partir de este año, el último de tres. Paralelamente, tuvo lugar una votación interna entre los músicos que, filtrada de forma anónima, era muy desfavorable hacia mí. No hice ningún comentario al respecto. Sólo me limité a respetarlo porque en música todo es relativo. Me tomé un tiempo, evitando la polémica en medio de la temporada y, tras valorar todos los aspectos, dije que no. La encuesta no afectaba a la decisión del consejo rector, pero pensé que era mejor agradecer la confianza y decir que no”.
–No quiere el enfrentamiento.
–Era una mezcla de sensaciones, de estados de ánimo muy distintos. No ha sido sólo la decisión de los músicos. Porque había un claro respaldo a mi trabajo por parte del consejo rector. Pero era mejor buscar otra vía para no romper los proyectos previstos. Voy a continuar en el futuro como principal invitado durante las próximas tres temporadas.
–¿Cuál es el pulso de la OBC?
–Es un conjunto con gran futuro pero quedan bastantes cosas por definir. La OBC forma parte de un proyecto mucho más amplio que afecta a toda la vida musical de Barcelona. Por otro lado, queda mucho por hacer, incluso en el Auditori. Cuando vine, hace tres años, no había sala de cámara y sigue sin estar. A veces tengo la impresión de que se percibe a la OBC como la columna vertebral de la vida musical de la ciudad, pero que le falta un impulso que le dé la auténtica dimensión que debe.
Problemas de plantilla
–Se quejan de los sueldos.
–No, no es sólo una cuestión de salarios. De hecho, los músicos de la orquesta están, comparativamente, entre los mejor pagados de España. Hay otro tipo de problemas de plantilla. Tenemos una temporada muy apretada, de tres o cuatro conciertos todas las semanas. Pues bien, algo parecido hace la Nacional y dispone de unos 130 ó 140 músicos mientras que nosotros estamos en 90. Sólo hay un concertino. Ello no permite rotaciones entre los atriles y afecta a la proyección de los músicos. Por otro lado, aspiramos a salir de Cataluña y eso implica costes.
–¿Es usted un director duro?
–Es muy difícil para mí responderle. No creo que lo sea. Y, de hecho, tengo la impresión de haber trabajado muy bien y a gusto con la orquesta. Tengo mi personalidad y puedo entender que haya gente que no comulgue con mi manera de ser o mi forma de ver la música. No soy un director estándar, en alguna medida soy un caso bastante raro. Y hay gente que le gusta y gente que no. Cosa que asumo perfectamente.
–Siempre hay un debate sobre el peso que deben de tener los músicos a la hora de elegir a los directores.
–Es algo que se escapa de mis competencias. Un director artístico tiene la obligación de elaborar programas, elegir a directores invitados y el repertorio. Una orquesta es como una empresa, un colectivo que requiere unos esquemas de trabajo con modelos diferentes. En las Filarmónicas de Berlín o Viena, los músicos tienen la capacidad de vetar a los directores. En otras formaciones eso no pasa. Aunque se escucha a todo el mundo, la decisión la toma el consejo rector.
–Se ha señalado la renovación artística que, de su mano, ha vivido la orquesta.
–Aunque sea un tópico, o las orquestas se renuevan o están condenadas a desaparecer. Nacen en el siglo XVIII y alcanzan su apogeo en el XIX. Pero es que estamos en el siglo XXI y programamos como si estuviéramos en el XIX. Eso desprende un fuerte olor a naftalina. Hace unos días estuve en Leipzig y me impresionó la edad media del público, de setenta años hacia arriba. Me parece peligrosísimo. Aquí no hemos llegado a tanto, pero no deja de preocupar la tendencia y de ahí que me planteara con criterios novedosos mi trabajo con la orquesta. No quería programar para los de siempre. Porque es en una orquesta pública y eso nos obliga a abrirnos a todos los músicos. De ahí la decisión de participar en el Sónar.
–Con resultados a lo mejor un tanto decepcionantes.
–El primer año generó mucho debate y, ahora, también las impresiones son muy diferentes. El resultado no es lo que se esperaba pero el intento merece la pena. Hay que buscar la fórmula adecuada.
–¿No se corre el riesgo de caer en el populismo?
–Vino gente que nunca jamás se le habría ocurrido poner los pies en la orquesta. Yo dirigí la Suite Escita de Prokofiev y algunos espectadores decían que esta música daba mucha “caña”. Creo que hay que pensar mejor de qué manera se puede interactuar y creo que debemos seguir. Y lo mismo con el jazz o el flamenco. Las orquestas tienen que abrirse, el espacio debe ser flexible, luchar contra el elitismo. En una sociedad que habla de recortar gastos sociales, mantener una orquesta puede ser un lujo si no se programa adecuadamente.
Alergia al frac
–De ahí el cambio de uniforme.
–El frac me causa alergia. Y entiendo que, disfrazados así, se genere un rechazo en muchas capas de la sociedad. Quizá un melómano tradicional crea que el frac viene a ser el inevitable traje de ceremonia. Entonces, ¿por qué no pelucas y casacas? Cuando llegué a la OBC cambié el frac por un traje con cuello mao, sin corbata y camisa blanca. En verano, camisa mao y un pantalón de acuerdo con nuestros días. Las protestas señalaban que le quitábamos dignidad a la orquesta.
–En Pamplona, su otra orquesta, está su niña mimada.
–En Pamplona la realidad es diferente. En los últimos tiempos crecimos en lo artístico y el Auditorio Baluarte ha dinamizado la ciudad. Según los datos de la SGAE, Navarra es la comunidad autónoma con mayor consumo musical por habitante. Hay cuatro ciclos de conciertos para 200.000 habitantes.
–Sus resultados son excelentes.
–Hace unos días nos visitaba Kiri Te Kanawa en un concierto con la orquesta y quedó sorprendida de su calidad. Hay un tópico con nuestros conjuntos, quizá promovido por agentes internacionales que no quieren a sus artistas con las orquestas españolas porque prefieren reservarlos para las giras con suyas donde obtienen más beneficio. Nosotros mismos somos, a veces, fieles a la impresión de que lo de fuera es mejor.
–Usted ha multiplicado la presencia de la música contemporánea. ¿Cómo elegir las obras adecuadas?
–Estoy en contra de los festivales elitistas, que incluyen obras dificilísimas para público reducidos. Tengo miedo que ese esfuerzo se quede en nada. Es más rentable mezclar para evitar los guetos y ayudar al público a que entre bien. Creo que se debe evitar el rechazo frontal porque no ayuda a nada.
–Usted, que es también compositor, ¿qué grandes tendencias ve en la música contemporánea?
–Simplificando mucho, asoman dos grandes líneas, dentro de una amplia diversidad. La radical, que abandera Helmut Lachemann, con nombres como Brian Ferneyhough. Es muy extremada en su experimentación. Particularmente no me interesa. Ese camino ya lo recorrieron Boulez, Berio o Ligeti y luego lo abandonaron en la búsqueda de otras vías. Me interesan más Lindbergh, Benjamin o Saariaho.
Luis G. Iberni
El Cultural