De Vivaldi a Béla Bartók
20/10/2005 |
Repaso a la historia de la música clásica siguiendo «el gran repertorio» de la colección de ABC y Deutsche Grammophon.
Los extremos se tocan. No es infrecuente ver a intérpretes de las músicas más antiguas interviniendo en los estrenos de piezas recientes, como no es raro que en los conciertos de música antigua y en los de música contemporánea se puedan ver caras que coinciden en esos intereses y que, sin embargo, no consideran que les atañan las convocatorias de las grandes orquestas, tenores o pianistas que llenan los auditorios. Viene esto a cuento -creo- porque se trata de comentar el contenido de una espléndida colección de ochenta CD que resume todo el repertorio de la llamada «música clásica». ¿Todo? Naturalmente, no. Faltan los extremos: la música medieval y renacentista, por un lado, y la de los últimos sesenta años, por otro; una vez más, hermanadas. O, lo que es lo mismo, aquí está representada -y muy bien, por cierto- la música de dos siglos, la que va desde la plenitud del Barroco hasta los años cuarenta del pasado siglo, desde las inevitables «Cuatro estaciones» de Vivaldi hasta el «Concierto para orquesta» que el húngaro Béla Bartók compuso en 1943. En definitiva, lo que la gran mayoría de los aficionados consideran «el repertorio» o lo que a veces, conscientes de que hay otros, denominamos «el gran repertorio».
Partiendo, pues, del genial cura veneciano, de quien se ofrece una amplia selección de sus Conciertos, el Barroco está también representado por las inmensas figuras de Bach y Haendel: de Johann Sebastian se ofrecen conciertos, composiciones para tecla y música religiosa: cantatas y una selección de la sublime «Pasión según San Mateo», mientras que la más escueta selección de Haendel atiende a sus famosas Suites orquestales y al Oratorio («El Mesías»). Entrados en la Europa galante y rococó de la segunda mitad del XVIII, la música entra en su período clásico y alcanza su doble cima con los «vieneses» Haydn y Mozart: Sonatas, Cuartetos, Sinfonías y Oratorio («La Creación») ejemplificaperfectamente la poderosa aportación formal llevada a cabo por Haydn en obras correctísimas y, a la vez, admirablemente inspiradas. Como lo son, y no menos, las de su colega salzburgués, el inefable Mozart, presente con una selección análoga a la de Haydn, más la primera aparición operística de la colección: «La flauta mágica».
Sonatas, conciertos y tres de sus más celebradas sinfonías componen la representación de la música de Beethoven con la que se entra, por la puerta grande y a voz en grito, en la era romántica. La música se personaliza más, se carga de pasiones, unas veces vividas hacia adentro y expresadas de forma intimista, como es el caso de Schubert -sinfonías, obras de cámara, piezas pianísticas y Lieder-, y otras veces exteriorizadas y hasta clamadas, como hace Berlioz. Pero el Romanticismo ofreció muchas caras y fue una auténtica «edad de oro» para el arte de la creación musical, y acaso la franja histórico-estética que concita mayor número de fieles filarmónicos. De ahí que su presencia en esta colección sea abundante: además de lo dicho, el «bel canto» está representado por la obra maestra de Rossini («El barbero de Sevilla»); la elegancia de Mendelssohn la admiraremos en sinfonías y en el «Concierto de violín»; el mayor arrebato de Schumann se ejemplifica con sinfonías, el «Concierto de piano» y piezas para piano solo... Pero el piano, el instrumento señor del Romanticismo, tuvo a otros dos príncipes que no podían faltar: el polaco Chopin («Nocturnos», «Preludios» y «Segundo Concierto») y el húngaro Liszt («Primer Concierto», más «Rapsodias húngaras y «Poemas sinfónicos»).
En el campo teatral, si el comienzo del XIX tuvo a Rossini como gran nombre, avanzado este siglo romántico la doble corona recayó en Wagner y Verdi: del primero se ofrecen las más características «Oberturas» y una amplia selección de «Tannhäuser», mientras que del maestro italiano encontraremos «La Traviata» en versión íntegra. Y, puesto que en ópera estamos, no cabe olvidar una de las estrellas del repertorio y de la colección, como es la arrebatada y sugestiva «Carmen», la partitura de Bizet que supuso alas para el vuelo altísimo del personaje ideado por Merimée. Y, por supuesto, el gran Puccini, quien propuso inmortales capítulos operísticos en el paso de los siglos XIX al XX: oiremos su «Tosca», justamente del 1900.
El siglo romántico
Pero volvamos al sinfonismo, que encontró durante el siglo romántico su gran desarrollo y apogeo. Centrándonos de momento en el repertorio centroeuropeo, oiremos dos sinfonías de Bruckner, la primera de Brahms (más «Conciertos» y el «Requiem») y otras dos de Mahler (más los «Lieder eines fahrenden Gesellen»), para desembocar en una espléndida antología de los poemas sinfónicos y los «Lieder» orquestales de Richard Strauss. Y, fuera del ámbito germano, la música orquestal rusa está representada por las más populares composiciones de Mussorgski, Rimski y, sobre todo, Chaikovski. Estos años finales del XIX y primeros del XX son los de la eclosión de los nacionalismos y, si ya hemos mencionado a insignes representantes del ruso, digamos que tampoco faltan los dos más reconocidos maestros de la música checa -Smetana y Dvorak-, mientras que los países nórdicos hacen acto de presencia con sendas grabaciones dedicadas al noruego Grieg y al finlandés Sibelius. Acentos inequívocamente nacionalistas acompañan a la muestra contemplada de música española: los ballets de Falla y obras para guitarra y orquesta de Rodrigo.
De los grandes clásicos del siglo XX se toman seis nombres de peso artístico incuestionable y que, además, coinciden en que gustan a todo el mundo: Debussy, Ravel, Bartók, Stravinsky, Prokofiev y Shostakovich.
José Luis García del Busto
Abc