La música clásica, la danza y la ópera del año
27/12/2005 |
Destacaron en la escena barcelonesa el Cuarteto Borodin, la coreógrafa Anne Teresa de Keersmaeker y el tenor Juan Diego Flórez.
El panorama de la música clásica en Barcelona ha tenido como protagonistas en el 2005 al Cuarteto Borodin, el Trío Beaux Arts o los pianistas Brendel y Barenboim, y registra más signos alentadores en las generaciones que vienen que en las que están. La danza reclama una presencia internacional más continuada, que este año ha tenido como referentes a Anne Teresa de Keersmaeker, Angelin Preljocaj o Wim Vandekeybus, Y en ópera han destacado los tenores Juan Diego Flórez, José Cura y Rolando Villazón.
MÚSICA CLÁSICA
Esperando savia nueva
"Un año más", podríamos decir como síntesis de la actividad musical del 2005. En la superficie poca ilusión, no muchas ideas, pero algunas cosas están cambiando. El año musical, en cuanto a las imágenes que no se olvidan, comenzó con una bella sesión del Cuarteto Borodin, de cumpleaños en el Palau; y también otros magníficos, el Trío Beaux Arts, celebraron a su pianista Pressler. En pianistas, dos actuaciones singulares: Ibercamera recuperó a Brendel en memorable recital, y en Palau100 Barenboim desgajó con su personalidad y arte el Libro I de El clave bien temperado.
Las dos orquestas mostraron sus colores de crisis: Martínez Izquierdo decidió abandonar la OBC, en la que trabajó en atractivas programaciones –muy menoscabada la actual temporada–, y Colomer se alejó de la del Vallès, en la que había mostrado su buen hacer. Las visitas orquestales mantuvieron presencias inútiles como la de Maazel, al lado de otras más halagüeñas como la de Pappano oHarding –el futuro dirá– con la London Symphony. En Madrid, en cambio, la ONE, con la dirección de Pons, va poniendo ladrillos, y la actual temporada es muestra de riqueza y originalidad.
El Mesías abrió las puertas a la Navidad, aunque da la sensación de que La Caixa comienza a mirar hacia otro lado en lo que concierne a la actividad musical, después de una estupenda edición del Festival de Música Antiga, y de una historia pionera y loable. Caixa Catalunya, en cambio, parece abrir nuevas puertas y, en novedades, de subrayar el atractivo ciclo de cámara de verano del Auditori.
Pero no todo es crisis. También es momento de empezar a saborear buenas cosechas, y atender a las nuevas generaciones. Es fantástico cómo trabajan –los dos ámbitos de enseñanza superior y la JONC son su caja de referencia– y hay que centrar en ellos los apoyos, y alentar la etapa fundamental del grado medio. En lo organizativo, se hacen evidentes algunos apoyos de la Generalitat a la música, y diversas asociaciones impulsan ciclos de interés.Ylas cosas no deberían pasar sólo en Barcelona. Habría que diversificar la actividad, y algo ya se ve en Girona o Sabadell.
Ante las carencias de programación, sería imprescindible reflexionar sobre la importancia del patrimonio musical, y no es bueno el vacío que debía haber llenado, de haber sido eficaz, el Centre de Documentació Musical recientemente cerrado. Está muy presente aún el todo vale si es a bajo precio, sobre todo en los ciclos del verano. Habría que pensar de todos modos en el tema orquestal para dejar de depender de prestaciones foráneas. Pero los resultados del verano son aún buenos y, además de Peralada, con las presentaciones estelares de José van Dam y la accidentada de Barenboim, han mostrado su atractivo perfil la Schubertíada de Vilabertran y Torroella de Montgrí, en otra dimensión y ya con un cuarto de siglo de historia. – JORGE DE PERSIA
DANZA
Pasos de transición
Dentro de nuestras programaciones, la danza aún es demasiado a menudo la eterna cenicienta. Tampoco a lo largo de este 2005 la situación ha mejorado demasiado. Por contraste con el incremento de presencia internacional que supuso la programación del Fòrum en el 2004, muchos han echado en falta más presencia foránea. Nuestra situación en este ámbito es la del alumno aplicado que se esmera en hacer los deberes: sólo así es posible concebir que la presencia de trabajos básicos en la historia de la danza, como los que el público catalán ha podido ver este año, de Martha Graham, Trisha Brown o Meg Stuart, todavía sean entre nosotros una noticia excepcional.
Junto a esta cuota pedagógica, grandes creadores como Anne Teresa de Keersmaeker, Angelin Preljocaj, Frédéric Flamand y Wim Vandekeybus deberían poder traer de forma continuada sus coreografías a Barcelona: trabajos como los que han presentado este año en el Mercat de les Flors (Rain, Near life experience, Silent collisions y Blush, respectivamente) nunca deberían ser recibidos aislados de una trayectoria internacional madura y plenamente confirmada (lo que con Pina Bausch sólo se ha conseguido los últimos años), sobre todo cuando, además, incluso las veces que no son un acierto pleno, han traído espectáculos que constarán entre el público como alguno de los más recordados de la presente temporada por su calidad de movimiento, su potencia visual y una interdisciplinariedad que en ninguno de ellos deviene pura exhibición gratuita.
Dicho esto, el año quedará marcado como un momento de transición para la danza catalana. A partir de ahora tendrían que verse cumplidas las promesas que el nuevo Govern hizo de triplicar el presupuesto en este área, auténtica asignatura pendiente. Así, la especialización del Mercat de les Flors en las artes del movimiento es una buena noticia que habrá que valorar más adelante. De momento es evaluable su envés, su cruz: con el cierre del Espai de Dansa i Música de la Generalitat, Barcelona ha perdido otro escenario. Es curioso como nos preocupaba no hace tanto el cierre y la desaparición del Artenbrut y, en cambio, alrededor del Espai reina un extraño silencio: no todo lo que pasaba por sus tablas va a hacerse fácilmente un hueco en el TNC, el Mercat o el Lliure. Si coreógrafos como Thomas Noone o David Campos, que ahora bien merecidamente han hallado residencia en el SAT o en el teatro de Santa Coloma de Gramenet, tuvieran que empezar de nuevo, lo tendrían mucho más difícil cuando, por estética, no podrían aspirar ni a los escenarios citados ni a las plataformas de exhibición alternativa (La Caldera, La Poderosa, La Porta o L'Animal a l'Esquena). En 1992, L'Espai nació con la profesión en contra, se ganó finalmente su confianza (me constan los halagos a su última directora, Marta García) y se ha dejado finalmente languidecer sin casi presupuesto todo un año para que el cierre no fuera noticia. Veremos cuáles son sus alternativas reales. L'Espai contribuyó en una parte del mantenimiento de la danza autóctona, de cuya salud tan buenas muestras hemos tenido este año: los 20 años de Metros, de Ramon Oller, dos geniales piezas cortas más de Cesc Gelabert o coreógrafos como Pep Ramis y María Muñoz, Jordi Cortés, Carles Salas, Àngels Margarit, Andrés Corchero y Rosa Muñoz, entre otros, que están en un gran momento de madurez y consiguen algunos espectáculos casi en estado de gracia. Sumémosle la aparente consolidación del festival Tensdansa en Terrassa, el incremento de danza internacional en el Temporada Alta de Girona o las residencias de algunas compañías en teatros. Estamos en un momento de transición, pero no vamos mal. El futuro promete. Ya veremos si el chico es legal y cumple. – JOAQUIM NOGUERO
ÓPERA
Brillante y luctuoso
Como todos los años, el 2005 ha tenido momentos operísticamente brillantes y otros luctuosos. Citaremos primero los tristes: el fallecimiento, el 15 de enero, de la soprano catalana Victoria de los Ángeles; dejó tras de sí una estela inmensa con su historial. Otro nombre ilustre se fue en el 2005: el eximio barítono catalán Manuel Ausensi, nombre glorioso en el campo operístico y en el de los discos de zarzuela. En el ámbito internacional citemos la muerte de la soprano búlgara Ghena Dimitrova, el 11 de junio en Milán, y la del director de orquesta italiano Carlo Maria Giulini, que tenía 91 años cuando murió en Brescia en junio. En julio falleció el barítono Piero Cappuccilli.
El Teatro Real de Madrid tuvo un inicio de año espectacular con El Barbero de Sevilla de Juan Diego Flórez, María Bayo y Ruggiero Raimondi. El tenor peruano Juan Diego Flórez ha sido noticia todo el año, desde su inmenso recital del Palau de la Música barcelonés (8 de marzo) hasta sus actuaciones en Las Palmas y en el Liceu (en la reciente Semiramide). Quienes lamentaban que no hay tenores, ya no tienen motivos: en el Liceu se han visto, además, el potente José Cura, en Il corsaro, en febrero (y espléndido Otello en el Festival de Munich de julio), y el tenor mexicano Rolando Villazón, que dio otra campanada en el Liceu con su Elisir d'amore, cantando el primer bis de los últimos 10 o 15 años. Este verano Villazón ha sido un lujo en Salzburgo en una gran Traviata junto a la soprano Anna Netrebko, cuyo prestigio ha crecido.
Otros más veteranos también obtenían éxitos: Plácido Domingo volvió a ser el rey del Metropolitan en mayo, como Cyrano de Bergerac, en la ópera de Franco Alfano, y levantando al público de entusiasmo en la inauguración de temporada, en septiembre. Calixto Bieito dio paletadas de sexo y horror vacui operístico en Alemania, poco antes del verano, con su Butterfly y otros títulos, pero en general el año ha sido más quieto en materia de producciones.
En el campo baritonal señalemos los éxitos de nuestro excelso Joan Pons y los también grandes de Carlos Álvarez, triunfador en el Ballo in maschera del Met de Nueva York, y en el injustamente abucheado Don Giovanni con que el Real abrió su temporada; añadamos su éxito en Viena como Figaro, en diciembre. Dirigía aquí Riccardo Muti, cuya súbita dimisión en La Scala de Milán dejó a la institución sin timonel; el teatro usó el prestigio del muy joven Daniel Harding, quien triunfó en la inauguración con Idomeneo de Mozart.
Señalemos la brillantez habitual del Festival Mozart de A Coruña, que este 2005 tuvo el mérito de ofrecer la ópera Orfeo, del autor barroco Antonio Sartorio, estreno absoluto en España, y la calidad de la Ópera de Sabadell, con un binomio verista cuajado de cantantes jóvenes de calidad.
El Liceu ha tenido una entrada de temporada rutilante con La Gioconda, en la que sobresalieron no sólo Debora Voight, Elisabetta Fiorillo y Eva Podles, sino también el ballet dirigido e interpretado por Ángel Corella, que promete volver por los fueros del ballet clásico en Barcelona.
Roger Alier
La Vanguardia