Aplausos para Titus en un retocado «Sigfrido», de Flimm, en Bayreuth
2/8/2003 |
El director musical, Adam Fischer, estuvo más expeditivo e impulsivo, ocasionalmente con desmesura, en su intento de sacarle brillo orquestal a su lectura
BAYREUTH. «Sigfrido» es la parte menos preciada de la tetralogía y resulta problemática su escenificación como cuento dentro de la superdramática saga wagneriana. Las largas peroratas de Wotan y Mime desafían la concentración del espectador medio y ponen a prueba las facultades de los intérpretes. El montaje de Jürgen Flimm presenta este año sólo ligeras modificaciones. Los retoques afectan a la dirección de actores. En su conato por conferir aún más coherente naturalidad cotidiana al acontecer escénico traspasa con frecuencia los límites del accionismo. Esto es constatable en la configuración dramática de Mime. Graham Clark tiene carta blanca para desarrollar una caracterización supercómica y circense del raquítico «tutor» de Siegfried, como viejecete ajado de cuerpo y de voz bastante connatural al personaje. En ediciones anteriores, el cantante-actor inglés, entrado ya en años pero ágil como un felino, había rizado el rizo también en el papel de Loge. En tales casos, menos es más.
Juego de adivinanzas
Flimm prosiguió también en esta tercera parte su operación de acoso y derribo de Wotan (A.Titus), esta vez a manos de Alberich (resoluto H.Welker). Éste le arrebata al dios-padre del olimpo germánico la lanza, intenta estrangularle con ella en un largo forcejeo, le derriba al suelo, le propina incluso un puntapié y se toca luego con su sombrero. Todo un dechado de fidelidad al libreto o, más bien, ¿pecado de lesa majestad wagneriana? Trivializó igualmente el perverso juego de adivinanzas entre Wotan y Mime, en el cual ambos se juegan la cabeza, convirtiéndolo en un frívolo juego de sociedad. En cambio, acertó plenamente con la nueva remodelación de la escena final. El temeroso descubrimiento de la mujer por el mozalbete sin miedo y el lento acercamiento físico-emocional de la pareja alcanzó altas cotas de dramatismo. Inicialmente, Siegfried y Brünnhilde se mantenían plantadas, como estatuas, a varios metros de distancia desgañitándose al cantar la eclosión de su amor.
No hubo cambios en el elenco vocal, excepto uno menor, aunque significativo, de E.Schneider como «pájaro del bosque», poco afortunada en su nervioso debut. Con «Sigfrido» había naufragado escénica y vocalmente esta versión del «Anillo» en el 2000, el año de su estreno. Nuestro añorado paladín wagneriano Ángel Fernando Mayo abandonó entonces la sala en señal de protesta, después del primer acto, poniendo inopinadamente así un triste colofón a sus cuatro decenios como espectador del Festival.
En esta ocasión, a falta aún del veredicto final para el equipo escénico, hubo aplausos sin restricciones para los intérpretes, los más prolongados para Alan Titus, el cual con voz cálida y potente, irradiando riqueza cromática, hizo olvidar pasados sinsabores. S.Schröder (Erda) y Chr.Frantz (Siegfried), en su línea; éste aguantó heroicamente su tremendo papel, pero no pudo ya con el Do sobreagudo final, E. Herlitzius (Brünnhilde), magnífica actriz, vocalmente desigual, y un áspero y cavernoso Ph.Khang (Fafner). El director musical, Adam Fischer estuvo más expeditivo e impulsivo, ocasionalmente con desmesura, en su intento de sacarle brillo orquestal a su lectura.
Ovidio García Prada
Abc