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José Carreras: “El peor momento de mi carrera fue, sin duda, el incendio del Liceo”

7/6/2008 |

 

El próximo 17 de junio el tenor José Carreras celebrará en el Liceo, su Liceo, cincuenta años de trayectoria artística con un recital en el que interpretará obras de Eduard Toldrá, Francesco Paolo Tosti,Giacomo Puccini y Alessandro Scarlatti, entre otros. Los actos conmemorativos arrancan hoy con la inauguración de la muestra Josep Carreras, el hombre, el artista. Con este motivo, El Cultural ha hablado con el tenor para hacer balance de su carrera, en la que destacan nombres como Plácido Domingo, Pavarotti, Caballé, Karajan o Di Stefano.

José Carreras (Barcelona, 1946) es y parece demasiado joven como para celebrar medio siglo en los escenarios, aunque la efeméride en cuestión se explica por qué tenía 11 años cuando el maestro José Iturbi le dio el papel de Trujumán en El retablo de Maese Pedro. Se lo había preparado a conciencia con la ayuda de su primera profesora, Magda Pruneda, aunque el pequeño José María (así aparecía entonces) tenía a su favor el éxito en un concurso radiofónico y la fama de Rigoletto, que así le llamaban sus compañeros de clase por la frecuencia con que cantaba La donna è mobile. El estreno de El retablo de maese Pedro fue un éxito prematuro y premonitorio cuyo eco puede rescatarse leyendo la crítica publicada entonces en las páginas de Solidaridad Nacional: “Un niño de once años, cantante excepcional de ópera”. La revelación de Carreras se proyecta cincuenta años después en un homenaje complementario que le ha organizado el Liceo. Primero con una exposición retrospectiva que celebra a partir de hoy los hitos de su trayectoria en el templo barcelonés. Y en segundo lugar, con un recital del propio tenor el día 17 de junio.

– Medio siglo de carrera y de Carreras. ¿Siente vértigo?
–Debo aclarar que no tengo 80 años ni soy un anciano (se ríe). Y que me beneficio del atenuante de la precocidad. Porque era un niño cuando pisé el Liceo la primera vez. Y nada menos que al lado de Iturbi. En realidad estoy muy feliz de que el teatro de mi ciudad y de mi vida se haya volcado en este homenaje, en esta iniciativa. He tenido con el Liceo un vínculo extraordinario, profesional y personal. Así que la posibilidad de volver a cantar y a ver a mi gente me llena de emoción.

–La exposición rescata imágenes, crónicas, vídeos… ¿Ha sido para usted como revolver los recuerdos? ¿Qué impresiones se le vienen a la cabeza después de visitar o revistar su álbum personal?
–Bueno, se me vienen recuerdos fundamentalmente entrañables. Me acuerdo, por ejemplo, con especial cariño de mi debut al lado de Montserrat Caballé, cuando hicimos Lucrezia Borgia. Y también hago inventario de los personajes que he llevado a escena. Muchos. La cuenta creo que llega a 25 ó 26 y muchas de esas óperas, como Andrea Chénier, Herodiade o La forza del destino, la canté por primera vez en mi vida entre las paredes del Liceo. Si hago memoria, creo que estos cincuenta años son una mezcla intensa de tensión, nervios, satisfacción, emociones, miedos, éxitos.

Ejemplo de la sociedad civil
–¿Cuál consideraría que ha sido para usted el peor momento del medio siglo?
– Sin duda, el incendio. Fue un momento dolorosísimo, durísimo para todos. Es como si se nos hubiera quemado la casa. Fue un golpe tremendo, aunque la reacción general que se produjo para reconstruirlo me impresionó. Por una vez todas las administraciones se pusieron de acuerdo. Y hubo una reacción ejemplar de la sociedad civil gracias a la cual pudo volver a inaugurarse.

– ¿Y el momento más feliz?
– Curiosamente no fue una ópera o un concierto en el que yo cantaba, sino una experiencia imprevista, espontánea. Recién llegado de Seattle [la ciudad donde Carreras se trató la leucemia] me animé a ir al Liceo como espectador. Cantaban Plácido Domingo y Renata Scotto. Concretamente Fedora. Yo estaba en un palco, escondido. Y aprovechando el descanso me acerqué a saludar a los cantantes. Plácido decidió entonces “arrastrarme” hasta el escenario y me hizo saludar delante de los espectadores, que no sabían de mi presencia. Fue un momento de una intensidad tremenda. Una bienvenida que no voy a olvidar nunca.

–...Y el origen de una amistad con el propio Domingo.
–Es verdad que habíamos tenido alguna discrepancia en el pasado, concretamente en Viena, pero Plácido siempre fue un buen colega y luego un excelente amigo. Hemos pasado muchas, muchas horas juntos. Especialmente en las giras de los tres tenores. Discrepamos cuando hablamos de fútbol [Carreras es del Barça, Domingo del Madrid], pero coincidimos en muchas cosas más.

–¿Tiene la impresión de que los conciertos de los tres tenores han sido efectivamente una fórmula de divulgación operística?
–Estoy convencido. Y no es una cuestión de demagogia. El fenómeno de los tres tenores ha llevado la ópera donde parecía imposible y ha llegado a un tipo de público que de otro modo nunca habría tenido acceso. Ha sido un vehículo de iniciación. Igual que lo fue para mí y para otras muchas personas la figura de Mario Lanza. Yo “decidí” hacerme tenor después de ver El Gran Caruso en un cine que, por si hubiera dudas, se llamaba Gayarre. Me consta, porque lo he visto, que la idea de los tres tenores ha roto una barrera. Ha generalizado la ópera.

–Domingo y usted se han quedado sin Pavarotti. ¿Cómo sobrelleva el luto del tenor italiano?
– Fue un golpe muy duro, una pérdida terrible. Y me jacto de haber tenido una relación personal muy estrecha con Luciano. De él siempre me ha atraído su filosofía de vida. Su mentalidad de contadino [hombre del campo]. Y lo digo con el mayor de los elogios, porque Luciano hablaba con gran sabiduría de las pequeñas cosas y de las importantes. Era un hombre agudo, perspicaz, simpático, audaz. Desprendía un enorme calor humano. Te hacía sentir muy próximo.

–No ha sido la de Pavarotti la única pérdida que usted ha sufrido en 2008. También ha muerto Giusseppe Di Stefano. Probablemente el tenor que más ha podido admirar.
–Ha sido triste el final del maestro Di Stefano. No llegó a recuperarse de aquella agresión que sufrió en Kenya. Qué puedo decir de él. Quizá que lo escucho cantar todos los días. Siempre encuentro un momento para poner un disco y admirar la entrega, la generosidad con que Di Stefano cantaba. Es el ídolo de mi vida. Sobre todo porque, más allá de sus condiciones vocales, artísticas, a mí me hubiera gustado dar tanto como yo recibía de él. Se vaciaba. Se entregaba.

–La crítica italiana se apresuró a compararlo con usted después de su debut en los grandes coliseos trasalpinos.
– Para mí fue un reconocimiento inesperado y desmesurado. Ser comparado con el cantante que más admira uno… ¿Paralelismos? Sí puedo decir que yo siempre he sido sincero cantando. Siempre he salido al escenario convencido de lo que hago. Soy de verdad. Lo que hago en el escenario, lo siento. Y creo que esa sinceridad puede reconocerse como una columna vertebral en estos cincuenta años de carrera.

–¿Qué lugar ocupa Karajan en el medio siglo que menciona? Estamos celebrando el centenario de su nacimiento y el maestro austriaco desempeñó un papel determinante en su carrera, ¿no?
– Karajan era un músico extraordinario. Tuve la suerte de colaborar con él más de una década, entre 1976 y 1987. Debuté a su lado con el Réquiem de Verdi y se produjo a partir de entonces una sintonía que guardo con especial satisfacción. Me refiero en primer lugar a una cuestión de calidad musical. Karajan ha llevado a la ópera a una dimensión que parecía imposible en términos de perfección, de profundidad. Pero es que además estar al lado de Karajan significaba jugar en la Champions League. Cuando te llamaba, sabías que ibas a estar con la mejor orquesta del mundo, con los mejores cantantes. Conocías que ibas a participar en las mejores producciones y en los teatros más importantes. Por todas esas razones puedo decir que mi carrera llegó a su punto culminante al lado de Karajan.

– ¿Y dónde ha llegado la ópera en España? ¿Le sorprende el número de teatros que se han abierto? ¿Qué grado de responsabilidad tiene usted y sus colegas en esta democratización del fenómeno lírico ?
– Sería pretencioso hablar de un protagonismo personal. Es verdad que mis colegas españoles y yo hemos podido ayudar a divulgar la ópera, pero creo que la transformación es de un orden cultural más profundo. Hemos subido peldaños en calidad de vida. Hemos prosperado. Y la cultura es uno de los síntomas que mejor transmiten la buena salud de una sociedad. Hay buenas y muchas razones para congratularse. Y es una alegría que hayan surgido tantos teatros y que se le haya perdido el miedo a la ópera.

–Usted regresa a ella el día 17. Un recital con obras de Scarlatti, Tosti, Puccini, Toldrá. ¿Ya ha superado el miedo escénico después de tantos años sobre el escenario?
–Qué va. Me parece que voy a estar más nervioso y tenso que nunca. Supone para mí mucha responsabilidad estar a la altura de un homenaje tan importante y de una efeméride tan significativa. Además, el recital va a transmitirse en directo por la televisión catalana. Tengo que tener cuidado con las emociones. Y no me queda otro remedio que ser cínico conmigo mismo. Me refiero a que estoy obligado a abstraerme de todos los sentimientos que pueden aflorar. Es una de las facetas que un cantante debe siempre vigilar. La cuestión es emocionar al público. No emocionarse a uno mismo. Son los espectadores quienes tienen que sentir.

Rubén AMÓN
El Cultural

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