18/4/2009 |
Las salas de cine llevan el directo a todos los públicos
A rebufo del Metropolitan de Nueva York, que cada año atrae a un millón de espectadores con la retransmisión en directo de éxitos operísticos desde las salas de cine convencionales, el Covent Garden de Londres, la Scala de Milán, el Liceo de Barcelona y el Teatro Real de Madrid han conseguido sobrepasar los límites tradicionales del género en aras de la divulgación y el afán recaudatorio.
La Scala de Milán se encuentra en el barrio, a la vuelta de la esquina gracias a la iniciativa de los cines Yelmo. Fue el pasado martes cuando medio centenar de salas -Madrid, Barcelona, Jerez, Bilbao, Zaragoza - estrenaron en directo Il viaggio a Reims de Rossini. Quiere decirse que los espectadores pudieron contemplar en la pantalla gigante y de alta definición el mismo acontecimiento lírico a disposición en el templo milanés. La experiencia no equivale al fenómeno de presenciar la ópera en vivo, aunque la alternativa cinematográfica tiene a su favor el precio de las butacas -12 euros frente a los 180 de la Scala-, la emoción del directo y las sensaciones eucarísticas que se derivan de toda celebración compartida. Gana terreno en España y en los países occidentales la dimensión de la ópera en las salas de cine. Hasta el extremo de que el Metropolitan de Nueva York, el Covent Garden de Londres, la Scala de Milán, el Liceo de Barcelona y el Teatro Real de Madrid han conseguido sobrepasar los límites tradicionales en aras de la divulgación, la proyección internacional de los grandes coliseos y las ventajas recaudatorias y presupuestarias implícitas en el proyecto. No ocurre lo mismo en París. Esencialmente porque el director saliente de la ópera Nacional francesa, Gérard Mortier, lidera el movimiento refractario. Sostiene que los cines adulteran el fenómeno lírico y reivindica sus posiciones partiendo de una premisa incuestionable: “¿Por qué acudir al cine cuando se puede ir a la ópera?”, objeta el sobreintendente belga.
La incógnita de 2010. El posicionamiento de Mortier reviste especial interés porque contradice abiertamente las inicia- tivas que se han adoptado en el Teatro Real. La casa madrileña, en efecto, ha transmitido en directo a Europa sus producciones de LOrfeo de Monteverdi y de Un ballo in maschera de Verdi, así es que la beligerancia del futuro director respecto a los cines amenaza con que las óperas del foro no vuelvan a contemplarse con palomitas y en penumbra. No pudo decirlo más claramente en una entrevista que apareció el pasado febrero: “Para que la ópera triunfe en el cine necesitas también éxitos de taquilla, por lo que al final todo queda en una moda en la que no hay sentimiento, ni alma, nada auténtico. Me opongo radicalmente a todo eso”. El belga arreaba particularmente contra el proyecto del Metropolitan. Tan sólido y desarrollado que el templo neoyorquino atrae a un millón de espectadores cada temporada gracias a la fórmula de los cines. El dato supera en 200.000 personas el número de entradas vendidas en el Met al abrigo de la temporada convencional. Dicho de otra manera: la temporada neoyorquina aloja a más seguidores en las salas exteriores que en el teatro mismo, sin olvidar el impacto internacional del proyecto. ¿Ejemplo? La última producción en que aparecía Anna Netrebko cantando Lucia di Lammermoor fue transmitida en 31 países y en 850 teatros. Tiene razón Gérard Mortier al afirmar que el ideal consiste en contemplar la ópera en vivo y en directo, pero las reflexiones del futuro intendente madrileño deben resultarle una perogrullada a un melómano de Vigo o a un operófilo de Birmingham o un espec- tador accidental de Palermo. ¿Cuántos teatros de ópera hay realmente en el mapa de un ciudadano europeo u estadounidense? ¿Cuántos espectadores pueden permitirse el desembolso de las entradas? ¿Qué medios y qué ahorros habría que poner sobre la mesa para asistir a la Lucia di Lammermoor de Netrebko?
La Scala desde el Louvre. “La ópera en los cines es una alternativa”, explica Stéphane Lissner en nombre de la Scala. “Creemos que es una fórmula de divulgación sensata, recomendable. No se trata de sustituir cuanto ocurre en un teatro de verdad, sino de prolongar el acontecimiento más allá de las paredes de la Scala. Dar a conocer y compartir un proyecto cultural. Comprometernos con nuestro papel de teatros nacionales e internacionales”. La prueba está en que la apertura de temporada en el templo milanés pudo contemplarse en directo en el Museo del Louvre con todos los síntomas de un sarao interdisciplinar. Las entradas se agotaron con extraordinaria antelación y los espectadores aplaudieron o pitaron como si realmente estuvieran presenciando el estreno de Don Carlo en Milán. El Covent Garden de Londres realiza su misión con la transmisión de diez títulos en Gran Bretaña y 18 fuera de las fronteras, mientras que la compañía Emergin Pictures se ocupa de divulgar los espectáculos de Venecia, Bolonia, Florencia y Parma. Se han dado cuenta unos y otros de que la ópera atrae a un nuevo público; que muchos espectadores consideran menos intimidatorio acudir al cine que pisar la alfombra roja de un teatro; que la gran pantalla permite ver los detalles de cerca, recrearse en los primeros planos. Esta última razón mantiene en alerta a los mortieristas, fundamentalmente porque el peso progresivo de la alta definición podría terminar condicionando el criterio de los repartos. No sería tan importante la voz como el aspecto de la prima donna y las hechuras del tenor, redundándose en los riesgos de una metrosexualidad que va ganando terreno en las modas operísticas.
Adulteraciones técnicas. Semejante problema se añade a otros dos peligros más o menos relevantes. El primero, de orden técnico, concierne a la adulteración de la voz que implican los micrófonos y los sistemas de transmisión. Y el segundo, bastante más abstracto, se relaciona con que la apertura de la ópera a un público más vasto y heterogéneo pueda comportar una afinidad desmedida al gran repertorio y las producciones más convencionales. “Mi experiencia no puede ser más positiva”, señala Plácido Domingo desde su posición polifacética de tenor, director de orquesta e intendente de las óperas de Washington y Los ángeles. “Hemos experimentado una prueba interesante con el estreno mundial de El primer emperador, de Tan Dun. La función tuvo lugar en el Metropolitan, pero al mismo tiempo se transmitió en directo y en alta definición a cines de Estados Unidos, Noruega, Gran Bretaña, Japón. La gente acudió masivamente. Y es un ejemplo de que la ópera puede ser un milagro al alcance de quien quiera acercarse a ella. La ópera puede y debe ser popular”.
Recaudaciones inimaginables. Las razones divulgativas se complementan con las financieras. En tiempos de crisis y de recortes presupuestarios, las recaudaciones de los cines se perfilan como un recurso económico antaño inimaginable. Las entradas de cine del Met, por ejemplo, se venden a 22 dólares, mientras que las de la cadena española Yelmo oscilan entre los 12 y los 15. Es una oferta similar a la de la cadena Cinesa, aliada del Liceo en el desarrollo del proyecto ópera abierta. Seis óperas conforman la presente temporada lírico-cinematográfica. No sólo con finalidades lúdicas. También como fundamento de un programa académico que concierne a distintas universidades de España y Latinoamérica. “La ópera puede ser coparticipada en tiempo real y con una nueva perspectiva de imagen y sonido, con primeros planos imposibles en el teatro y la fuerza de la amplificación de última generación. Valores añadidos que deben considerarse junto con la fuerza y la proximidad física del espectáculo in situ”, reza la doctrina de Liceo en defensa de la revolución en curso. Y a contracorriente de Mortier.
La letra pequeña del HD
Antes de que termine el año, deberá estar digitalizado el 25% del parque de salas de cine en España de acuerdo con el proyecto CINNEO, que agrupa a diez empresas punteras del sector. Algo que bien podría contribuir a que la ópera continúe ganando adeptos al HD (High Definition) y el Dolby 5.1. A la vista del éxito de las primeras propuestas, no conviene pasar por alto ciertas concesiones a la calidad en el sentido más romántico que se cometen en estos sofisticados templos. Empezando por la desnaturalización del sonido que implican los aparatos de reproducción y siguiendo por el ruido de fondo de un negocio que debe el 15% de sus ingresos a la venta de snacks y palomitas. Tampoco su gran baza, la visual, parece exenta de consideraciones, en tanto que las inmensas panorámicas amenazan con privar al público del contacto visual con el foso. Aun con todo, la fórmula convence.¿Y no sería más fácil decía Groucho Marx en Una noche en la ópera que, en lugar de intentar meter mi baúl en el camarote, metiera mi camarote dentro del baúl?".
Rubén AMÓN
El Cultural