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Sexta Sexta de Mahler de Haitink

Sexta Sexta de Mahler de Haitink

Classificació temàtica: Música simfònica i concertant


Mahler: Sinfonía nº 6 “Trágica”

Chicago Symphony Orchestra. Director: Bernard Haitink.

CSO-RESOUND. CSOR 901804. 1CD DDD

CSO-RESOUND

Ésta es la sexta Sexta de Mahler dirigida por Haitink localizable en el mercado y su cuarta versión con una orquesta distinta. A lo largo de sus veinticinco años de titularidad al frente de la Royal Concertgebouw de Amsterdam, Haitink legó dos lecturas: un live del 7 de noviembre del 1968 -una de las más interesantes de las seis-, y otra de estudio efectuada al año siguiente -1969- y que es la más difundida por haberla editado Philips. Luego siguieron dos grabaciones como director emérito de la Filarmónica de Berlín: una en estudio en 1989 más sugerente que el live del 10 de mayo de 1995. Ésta última sólo apareció editada en compacto gracias al sello GNP, por lo que no se pudo incorporar a la edición en DVD del sello Philips (3 DVD, ref.: 0743131/32/33) de las grabaciones efectuadas entre 1991 y 1994 de la Primera, Segunda, Tercera, Cuarta y Séptima sinfonías. Tras estas cuatro llegó una mediocre lectura con la Orquesta Nacional de Francia. Fue un live de los días 24 y 27 de octubre de 2001 editado por Naïve. Huelga decir que para el abordaje de todos estos datos la clave es el catálogo de José Luís Pérez de Arteaga en su monografía sobre Mahler.

Esta lectura con la Chicago Symphony Orchestra, de la cual Haitink es titular desde 2002, es la segunda entrega de la nueva integral que el director holandés está efectuando. Un nuevo ciclo que se cerrará entre 2010 y 2011 en conmemoración a los dos años de aniversario mahleriano. Las coordenadas seguidas en lo tecnológico comparten las pautas del sello de la orquesta americana, CSO Resound: un soporte SACD editado con el máximo esmero con tanto en la presentación como en la toma de sonido, procedente de sesiones en vivo. En este caso de varios días de octubre de 2007. Como es sabido, las lecturas e integrales de Haitink son menos variadas que los ciclos de Bernstein, Kubelik o Abbado y su interés se ha centrado en una línea objetivista de corte romántico que lo ha mantenido por delante de aportaciones como las de Solti, Neumann, Chailly, Rattle o Tilson Thomas. Director no muy caracterizado por apuestas atrevidas y fuertes revisiones de sus criterios interpretativos, Haitink parece desviarse aquí de su tendencia y presenta una Sexta sinfonía que difiere de sus enfoques anteriores. Unos planteamientos revisionistas que ya se percibieron en su integral sinfónica de Beethoven con la London Symphony Orchestra durante los años 2005 y 2006.

En lo más epidérmico, aunque sea bastante indicativo, el minutaje revela que ésta es la más larga de sus lecturas: 90’41” frente a los 81’28” de su versión de 1969 que a su vez es ampliada por los 83’35” de su segunda grabación con la Filarmónica de Berlín en 1995. La presente además, supera los 86’39” de Horenstein (Unicorn) y los 87’41” de Segerstram (Chandos), por citar dos referencias en esta línea que permiten afirmar que es de las lecturas más extensas de la discografía. Ello se justifica por una dilatación de los tempi, habitualmente amplios en el maestro holandés, que algunos comentaristas como Pablo Sánchez Quinteiro han bautizado acertadamente como proceso de “klemperización” del Mahler de Haitink. A ello cabe añadir una ligera proximidad a la fenomenología del último Celibidache que se justifica por la estilización y organicidad del sonido con una “phisis” muy particular. Nótese, por ejemplo, en la construcción de los planos sonoros desde los bajos, en la transparencia del entramado polifónico, en el uso de las trompetas envueltas en las trompas y en una búsqueda de un determinado espacio sonoro.

Por otro lado, estas características son más presentes en el registro de la Tercera sinfonía que en ésta Sexta y muy evidentes en la Séptima sinfonía de Bruckner comercializadas en los últimos dos años. Aspectos que no suponen un maridaje de los universos expresivos y conceptuales de ambos compositores. Tampoco implican una concepción de estilo forzosamente errónea de Mahler aunque sí arriesgada y a la que, por momentos, se le pide un plus de agitación. Y es que Haitink es un maestro de las correspondencias como demuestra en esta lectura mucho más meditativa que sus anteriores aproximaciones. Quien espere una recreación excitante el director es otro (desde Adler a Mitropoulos, Bernstein o la reciente versión de Abbado en Lucerna), porque lo ofrecido aquí es más una reflexión sobre la tragedia que la propia tragedia.

Así, las prescripciones de inspiración son de orden abstracto, lo que sumado al planteamiento tan estilizado de la sinfonía ha inducido a algún comentarista a señalar que Haitink concibe un discurso sin forma. No es cierto: la lectura es bastante clásica y sobria aunque menos que con la Royal Concertgebouw de Amsterdam y la Filharmónica de Berlín. Se trata de una aproximación serena que busca la luminosidad –que no la brillantez ni lo esplendoroso- siempre que puede. Sin histerismos. A su vez trasluce la tristeza y la melancolía de la música mahleriana, a pesar de no ir más allá en el buceo de unas raíces expresionistas. Las intenciones del maestro holandés parecen diferir sin salir de su conocida tendencia de evitar lecturas melodramáticas, hiperrománticas o grandiosas a lo Solti, ni escépticas a lo Horenstein o apáticas a lo Sinopoli. Haitink sigue construyendo de apolíneamente y con una distinción constante de la probidad y la honestidad entendidas como antídoto de la superficialidad intelectual de Gergiev o de las genialidades de Bernstein en su faceta más emocional. De ejemplo pueden servir el descarado saneamiento de efectos: ni un estallido estruendoso, ni un rubato excesivo para la agógica de la lectura, ni cambios de tempo injustificados.

Haitink apuesta por una lectura fina, perceptiva, relajada, soñadora, sinuosa. No señala lo oscuro de los acentos de la marcha ni el optimismo del tema de Alma y el primer movimiento es tocado con una ligereza que sorprende ante lecturas anteriores u otros directores que han apostado por una enorme densidad de texturas y unas tintas cargadas de tensión y colores intensos. Cabe destacar la claridad de articulación como en la reexposición y coda en este movimiento, cuyo carácter y unidad expositiva parecen asemejarse a una marcha fúnebre –como señaló el comentarista Pablo Sánchez Quinteiro-. Por cierto, a diferencia de la grabación de la Orquesta Nacional de Francia, sí hay la repetición de la exposición.

Como de costumbre, el maestro holandés concibe los movimientos centrales en el orden Scherzo-Andante con el pulso del Scherzo similar al del inicio de la sinfonía. La reminiscencia marcial del destino lógicamente es clara en una combinación de equilibrio entre mordacidad, ingenuidad y realzado por cantidad de muchos matices técnicos y expresivos. Entre estos merece señalarse la sensibilidad con que aparece el tema antagónico, Altväterisch (corte 2 a los 2’31”), en una hermosa suspensión cuya atención no decae y preludia la sensibilidad desplegada en el Andante.

El tercer movimiento es atravesado por una luz bañada de conciliación y esperanza mezclada con algo de escepticismo, como si Horenstein estuviera en una perspectiva lejana. Todo el movimiento rebosa una suavidad que roza el murmuro y fluye como una fuente poética a la que pueden vincularse preceptos expresivos de la Cuarta sinfonía aunque, paradójicamente, no con los prismas con que el maestro holandés ha abordado esta sinfonía. ¿Detalles? La depuración técnica de los violines en los glissandi (corte 3, 10’59”) o la estilización y sutileza de los pasajes con cencerros (corte 3, 6’41” y 12’15” ) que tiene su fácil comparación con los del registro de Christopher Eschenbach (Ondine).

El último movimiento no busca la intensa concentración de Horenstein y puede reprochársele la falta de tensión interna de lecturas más precisas y enervantes donde la debacle sí se muestra como tal. Cierto es que no está mal lograr el clima pseudonírico de Haitink que rebaja la dosis de tragedia a una premonición de la premonición. Esto es, la premonición de lo que podría pasar y no presentarla como el drama que fue. El condicional justifica lo difuminado del concepto. Para algunos, aquí se pierde el sentido global del movimiento y su dimensión conturbadora e inquietante que sólo queda parcialmente reflejada. En especial, con los tres golpes del destino que no tiene ni fragor ni mordiente. Pero hay que prestar atención al carácter sostenuto de la apertura de este Finale y el siguiente pasaje, Etwas schleppend, expuesto con contención y cuyo tema en el viento es lentísimo, a modo de cortejo fúnebre. Y es que si bien la lentitud de los tempi beneficia algunas ideas, no puede olvidarse que también perjudica la fuerza dialéctica de otros tramos de un movimiento modélico en los juegos de tensión distensión característicos de Mahler. ¿Detalles secundarios? El segundo golpe de martillo opta por el opcional estallido con platos y la precisión de las escalas de fagots en los 25’20”.

En conjunto, no puedo decir que ésta sea de mis lecturas de referencia, ni tan sólo de entre las del maestro holandés, pero ello no evita reconocer que me ha cautivado y que la antepongo a la más sensacionalista de Gergiev. Ambas, por cierto, tan cercanas cronológicamente (un mes las separada en la toma de sonido) como distintas en minutajes y pretensiones intelectuales, aunque en lo conceptual Haitink es más arriesgado. Sin duda, el maestro holandés se aleja de los estándars y como resultado queda este sugerente testimonio de la madurez de una autoridad en la materia. Eso sí, Gergiev está más cerca de un concepto postmoderno en lo subjetivo, puesto que conlleva una redefinición del sentido del sujeto. Un aspecto que en clave filosófica derridana equivaldría a afirmar que Gergiev se enmarca en la corriente deconstructivista del lenguaje mahleriano –como otros directores han realizado de manera diferente-, mientras que Haitink se mantiene vinculado a la corriente estructuralista. En esta ocasión, además, con un tapiz mucho más personal y estilizado que vaticina una heterogeneidad poco frecuente dentro de un ciclo sinfónico del maestro holandés.



Albert Ferrer i Flamarich

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